domingo, 26 de diciembre de 2010

Amílcar Barca

Amílcar nació en Cartago, hacia el año 275 a. C. en el seno de una familia aristocrática púnica, de la que según cuenta la tradición descendía directamente de Dido —Elisa—, fundadora de la ciudad púnica según la mitología cartaginesa. Es el fundador de la familia de los Bárquidas o Bácidas, que estará ligada tanto a la grandeza como a la derrota de Cartago, ya que en ella nació Aníbal, uno de los más grandes generales del mundo antiguo y porque con ellos en el poder se produjo la destrucción de Cartago.

Amílcar tuvo primero tres hijas, de las que poco se sabe, de una mujer de la que también se desconoce el nombre. La mayor casó con Bomílcar, que fue almirante de la flota cartaginesa entre los años 215 y 212 a.C. De este matrimonio nació Hannón, que sirvió a las órdenes de su tío Aníbal y fue uno de los artífices de la victoria de Cannas en el 216 a. C.

La segunda de las hijas de Amílcar se casó con Asdrúbal, al que llamaban “Asdrúbal el Hermoso”, quien acompañará a Amílcar en la conquista de Hispania y será el fundador de Cartago Nova. Ella tuvo que morir pronto, pues Asdrúbal se casó luego con una princesa íbera.

La tercera hija, parece ser que se llamaba Salambó, sólo se sabe de ella que estuvo prometida con el jefe númida Naravas.

Los tres hijos que tuvo Amílcar, se llevaban pocos años de diferencia y de ellos decía el general que eran «los leones que he criado para la ruina de Roma», fueron:

Aníbal, nacido en el 247 a. C. y cuyo nombre en púnico significa «aquel que tiene el favor de Ba’al». Asdrúbal, «Ba’al es mi ayuda», nacido en el 245 a. C. mandará las tropas cartaginesas en Hispania mientras Aníbal realiza la campaña en Italia. Magón, «el don», nació en el 243 a. C. quien acompañará a Aníbal en Italia.

Amílcar participó y tuvo una actuación destacada en tres guerras: la Primera Guerra Púnica, en la que fue enviado a Sicilia, en el año 247 a. C. y donde obtuvo algunas destacadas victorias terrestres, sobre todo en Lilibeo, en el extremo sudoeste de la isla. El Senado cartaginés le apoyó frente a Hannón, otro jefe de Cartago contemporáneo suyo y rival. Se supone que éste representaba los intereses de las clases terratenientes cartaginesas, mientras que Amílcar sería el candidato de los ricos comerciantes y navieros.

Los éxitos en tierra no fueron los deseados ya que el fracaso fue global como consecuencia de la derrota naval de las islas Egades (242 a. C.), en que, perdida la flota, los cartagineses no pudieron sostener las tropas de Sicilia, y tuvieron que pedir la paz.

La segunda participación importante fue en la revuelta de los mercenarios contra Cartago. Terminada la Guerra Púnica, un gran número de mercenarios pertenecientes a diversos países mediterráneos —iberos, celtas, baleáricos y principalmente libios—, se rebelaron porque el Estado cartaginés no les concedía la paga previamente fijada. La guerra, que se desarrolló en territorio cartaginés, fue cruel y, después de varias tentativas, Amílcar fue encargado de acabar con los sublevados, y lo hizo de manera implacable. Es famoso el hecho de haber dado la orden de condenar a morir aplastados por las patas de sus elefantes a varios prisioneros, en respuesta a otras escenas atroces ordenadas por los mercenarios.

Pero lo que de verdad le dio la fama y es por lo que ha pasado a la Historia, fue por haber dirigido las fuerzas que comenzaron la ocupación militar cartaginesa de la península Ibérica.

Amílcar desembarcó en Gadir —Cádiz—en el 237 a. C. con un ejército compuesto básicamente de mercenarios libios. Le acompañaban su hijo Aníbal y su yerno Asdrúbal. Sus campañas duraron nueve años, hasta el 229 a. C., año en que murió en el curso de la campaña de sometimiento a las tribus levantinas de la costa y del interior.

La primera fase de la ofensiva consistió en la ocu­pación del valle del Guadalquivir, es decir, la Turdetania, donde halló fuerte resistencia por parte de los caudillos locales entre los que destacaron Istolacio e Indortes. A este último, Amílcar lo mandó ejecutar mientras que a los indígenas que capitaneaba —unos 10.000— les dio libertad. Esto es una muestra de la política de Amílcar en Hispania, en la que mezclaba la dureza y la diplomacia a partes iguales, según las circunstancias. Así se ganó a las ciudades del Bajo Betis, penetró por el Guadalquivir y las altas planicies de la región de Jaén y alcanzó el Mediterráneo. Lo que le interesaba era la costa oriental y a su sometimiento dedicó todos sus esfuerzos. La conquista se coronó con la fundación de una ciudad que serviría de base militar y centro administrativo púnico, fue Akra Leuke —en el Tossal de Manises, en la Albufera de Alicante—.

En un lugar de esta zona, denominado en las fuentes Elike o Helike y que con frecuencia se ha identificado con Elche, aunque pudo ser cualquier sitio de las proximidades, tuvo lugar su última batalla. Amílcar sitiaba esa ciudad oretana cuando fue atacado por Orissón, rey indígena, que se dice utilizó el sistema de lanzar contra los cartagineses bueyes cargados con teas encendidas. En la retirada, Amílcar, perseguido, intentaba atravesar un río a caballo y murió ahogado.

A su muerte, la conquista de Iberia continuó dirigida por Asdrúbal, yerno y lugarteniente de Amílcar.

De la vida de Amílcar Barca poco se sabe, excepto sus actividades militares, que pueden seguirse a través de los historiadores Polibio y Diodoro de Sicilia, de éste último principalmente. Fue un personaje muy influyente en el Cartago de la época, un militar de grandes condiciones, aunque su principal fama deriva de haber sido el padre de Aníbal.

Foto: Busto de Amílcar Barca.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Laureano Irazábal, un héroe de once años


Dentro de los acontecimientos acaecidos durante la Guerra de África, hoy os pongo la historia de Laureano Irazábal, un niño de tan sólo nueve años que fue protagonista directo de los hechos ocurridos durante el asalto de la harka indígena a la posición de Bu Ermana en Terbibin durante la Guerra de África.
En aquellos años no existían prácticamente estudios sobre las patologías producidas por la guerra y mucho menos se habían publicado artículos sobre sus efectos entre los niños que habían tenido experiencias dramáticas en ellas.
Los hechos fueron los siguientes:
En julio de 1921, el capitán Cándido Irazábal estaba al frente de la 4ª compañía del III Batallón del Regimiento Melilla nº 59. El día 22 su unidad se encontrada destacada en Terbibin, con una sección destacada en Tas Tikermin. Junto al capitán pasaba aquellos días su hijo Laureano, de apenas nueve años, que había ido a pasar el verano con su padre. Cuando comenzó el ataque de la harka — una fuerza indígena irregular con mandos europeos, empleada en las campañas de Marruecos por el ejército español— a las posiciones españolas del monte Mauro, la posición de Terbibin se defendió muy bien. El 25, a las cuatro de la tarde aproximadamente, se presentaron dos soldados, mandados por los moros, intimándoles a la rendición, respetándoles la vida a cambio de que entregaran el armamento; en vista de ello, el capitán Irazábal decisió que fuera evacuada la posición dejando el armamento, que algunos inutilizaron, quitándole el cerrojo a su fusil. En el momento de la evacuación una traición de los moros hizo que las tropas fueran atacadas, dispersándolas y matando a muchos, entre ellos al capitán Irazábal.
Laureano fue testigo de cómo mataban a su padre, fue herido y llevado preso. Fue liberado posteriormente debido a las gestiones que realizó Dris ben Said y entregado a su madre. Posteriormente fue recibido por el Rey quien escuchó la narración de aquel niño que vivió momentos tan duros.
En julio de 1924, en Palma de Mallorca, se le concedió la medalla de sufrimientos por la patria que le fue impuesta por el Marqués de Garantía.
A continuación se reproduce la solicitud del Ministro de la Guerra D. Luis Aizpuru y Mondéjar al Rey para que le sea concedida la medalla:
MINISTERIO DE LA GUERRA
EXPOSICIÓN
Señor: pocas veces puede presentarse un caso en que la recompensa y el hecho que la motiva tengan tan justificada conexión como el que el ministro que suscribe, de acuerdo con el consejo de ministros, tiene el honor de someter a la consideración de vuestra majestad.
El niño de once años Laureano Irazábal y Hevia hallándose en la posición de Terbiben con su padre, capitán del Regimiento de Melilla y Jefe de aquel puesto militar, cuando asaltada por el enemigo, presencia la gloriosa muerte de su padre, recibe un balazo en el pecho y es llevado cautivo por los moros, de cuyo poder y al punto de morir fue rescatado.
El terror que hubo de producirle ser testigo de la matanza, la agonía de su padre, el dolor físico de una herida gravísima y el tiempo de su cautiverio son sufrimientos que si no tienen compensación, por que la ley no alcanza adonde llega la resignación cristiana, puedan y deben ser recompensados con la medalla creada precisamente para demostrar que la patria no es ingrata con los que por ella sufren.
No se ajusta esta recompensa, en el caso presente, al legalismo del reglamento, que exige sean de condición militar los agraciados con ella; pero teniendo en cuenta lo excepcional del caso, la impresión que en el animo publico causó y la entereza con que el niño Irazábal soportó el sufrimiento, el ministro que suscribe tiene el honor de someter a la aprobación de V.M. el siguiente proyecto de decreto.
Madrid, 27 de julio de 1923
Luis Aizpuru y Mondéjar
Foto: Laureano Irazábal y Hevia, días después de su liberación.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Leonor de Aquitania, una mujer de leyenda

Leonor de Aquitania fue una de las mujeres más relevantes de la Europa Medieval del siglo XII y sobre la que prende una aureola de leyenda que no tuvieron otras mujeres de su época. Fue duquesa de Aquitania y reina consorte de Francia e Inglaterra, madre de ocho hijos, de los cuales los más conocidos fueron Ricardo I Corazón de león y Juan sin Tierra. Su tesón, su elevado nivel cultural, su belleza y su extrema longevidad, murió a los 82 años, en unos tiempos en que la esperanza de vida era prácticamente la mitad, hacen de ella una mujer de leyenda.

Leonor nació en el año 1122 en Poitiers y fue la primogénita del matrimonio de Guillermo X, duque de Aquitania y de Leonor de Châtellerault. Al morir en el 1130 su hermano Guillermo, se convierte en la sucesora de su padre quien la educa como a un hijo varón, aprende a leer y escribir, montar a caballo, a luchar, conoce las estrategias militares y el arte de la caza y de la cetrería. A la muerte de su padre el 9 de abril de 1137, Leonor, con 15 años, se convierte en la duquesa de Aquitania, condesa de Poitiers y duquesa de Gascuña, dueña del mayor territorio feudatario del rey de Francia.

El 4 de julio de 1137, contrae matrimonio, en Burdeos con Luis VII, un año mayor que ella y futuro rey de Francia, y ese mismo año acceden al trono francés. Las tensiones entre la pareja surgen a raíz del apoyo que Leonor da a su hermana Petronila para que contraiga matrimonio ilegal con Raúl de Vermandois, ya que este, primo del rey, estaba casado con Eleanora, sobrina de uno de los condes más poderosos del reino y que no acepta la afrenta a su familia. Tras una fase de máxima tensión diplomática, los reyes consiguen que sea aceptado el matrimonio de la discordia.

En 1147 el rey decide tomar parte en la Segunda Cruzada y Leonor acompañarle, a lo que no se puede negar por ser la duquesa de Aquitania y mayor feudataria de Francia. Durante su estancia en Antioquía, corren los rumores de una extraña relación entre Leonor y su tío Raimundo de Poitiers, príncipe de la ciudad, lo que provoca el distanciamiento del rey y la obliga a regresar con él. Durante su viaje de regreso se detienen en Roma y el Papa trata de reconciliar a la pareja, fruto de esta relación nacerá su segunda hija, Alix.

La relación estaba decididamente rota y el 21 de marzo de 1152, consiguen la anulación de su matrimonio alegando la relación de parentesco existente entre ambos. Leonor pone como condición la conservación de todos sus dominios.

El 18 de mayo de 1152, Leonor contraía, en la Catedral de San Andrés de Burdeos, nuevamente matrimonio, esta vez con Enrique Plantagenet, el futuro Enrique II de Inglaterra, que con la unión de los territorios de ambos se forma el denominado «Imperio Angevino» que abarca desde los Pirineos hasta Escocia lo que supone un claro desafío para el rey de Francia, con un territorio en manos de los reyes de Inglaterra ocho veces superior al suyo. De esta unión nacieron ocho hijos, entre ellos Ricardo y Juan, los dos más conocidos.

La relación entre los reyes se rompe cuando Leonor es conocedora de que Enrique tiene una amante, Rosamunda de Clifford, lo que lleva a Leonor, primero a que en 1170 el rey haga entrega de los dominios de Aquitania, Poitiers y Gascuña a su hijo Ricardo, que eran de su propiedad y, en segundo a lugar a promover la rebelión de tres de sus hijos, apoyados por su exmarido, el rey de Francia, contra su padre. Enrique sofoca la rebelión y encarcela a Leonor, primero en Chinon y después en Salisbury, donde permanecerá hasta la muerte de Enrique en 1189.

Leonor es liberada con el acceso al trono de Inglaterra de su hijo Ricardo I Corazón de León y queda como regente del reino cuando éste marcha a la Tercera Cruzada, sofocando el intento de rebelión de Juan al trono de su hermano ausente. Al regreso de Ricardo, Leonor, tras reconciliar a los dos hermanos, se retira a la Abadía de Fontevrault, pero la muerte del rey el 6 de abril de 1199, la hace abandonar su retiro para apoyar la coronación de su otro hijo Juan como rey de Inglaterra, en perjuicio de su nieto, el duque Arturo de Bretaña.

Todavía tiene fuerzas cuando, con 80 años, viaja a Castilla, para elegir entre sus nietas, las infantas de Castilla, a la futura esposa de Felipe II Augusto quien será Luis VIII de Francia.

Leonor muere a los 82 años, el 1 de abril de 1204, en la Abadía de Fontevrault, sobreviviendo a todos sus hijos y siendo enterrada en la propia Abadía, que era el panteón familiar de los Plantagenet, junto a su esposo Enrique, su hijo Ricardo y su hija Juana.

A parte del papel excepcional de Leonor de Aquitania en la historia del siglo XII europeo, hay que unir su mecenazgo sobre los trovadores francos y los bardos bretones, su impulso y valoración de la figura femenina en la que una dama podía convertirse en objeto de devoción de un caballero, algo que hasta ese momento era impensable. Joseph Campbell, en su libro “El poder del mito”, dice sobre ella:

«No creo que haya habido nadie en la Edad Media de una talla equivalente a la de Leonor de Aquitania».

Foto: Leonor de Aquitania invistiendo a un caballero. La investidura, de Edmund Blair Leighton. Óleo sobre lienzo, 1901.

domingo, 12 de diciembre de 2010

El anillo de los nibelungos

Hoy os voy a contar una famosa leyenda nórdica en la que se inspiró Wagner para crear sus famosas óperas y Tolkien para su saga de «El Señor de los Anillos». Es la conocida leyenda de «El anillo de los nibelungos». Pues bien, la leyenda dice así:

En una caverna en el interior del bosque vivía el nibelungo Mime, que tenía una fragua y quien crió a Sigfrido. Éste desconocía que en realidad era hijo de Sigmund.

Sigmund pertenecía a una noble familia protegida del dios Odín. Sigi, el fundador de la dinastía, era hijo del propio Odín. Su hijo fue Renir, cuya esposa, Siglinda, se quedó embarazada al comer una manzana que había sido enviada por Odín y tuvo a Sigmund, padre de Sigfrido.

Sigmund consiguió extraer la espada de Odín del tronco donde éste la había clavado y con ella venció, a partir de entonces, en todos los combates en que participó hasta que Odín se presentó ante él con su lanza y con ella partió la espada de Sigmund, quien herido en la pelea, le pidió a su mujer Siglinda, que guardase los trozos de su espada Nothung para poder reconstruirla algún día.

En las regiones subterráneas vivían, desde el principio de los tiempos, los nibelungos, seres de pequeña estatura cuyo tirano rey, Alberico, poseía grandes tesoros y un anillo que otorgaba a quien lo poseía el dominio del mundo. El tesoro estaba maldito y hacía desgraciado a su poseedor. Desde entonces los nibelungos custodian el anillo.

Por otro lado, en la superficie vivían los gigantes, cuyos jefes fueron Fasolt, que murió por culpa del tesoro maldito, y Fafner que se convirtió en dragón y es desde entonces el custodio del tesoro de los nibelungos.

El cielo está habitado por los dioses de los que Odín es el soberano que rige al mundo con su lanza.

La idea del nibelungo Mime es quedarse con el anillo y con el tesoro de los nibelungos, por tal motivo cuida de Sigfrido y trata de forjar nuevamente la espada Nothung con la intención de que con ella Sigfrido mate al dragón Fafner y así recuperar el tesoro.

Por su parte, Sigfrido no tiene buena relación con Mime porque ve que algo oculta y no es honesto, además se ha visto el rostro en el río y sabe que no puede ser su hijo. Mime, para no sufrir la ira de Sigfrido, le confiesa que su madre era Siglinda y que murió durante el parto, pero no le dice quien es su padre, aunque sí le enseña los trozos de la espada.

Odín, disfrazado, se presenta en la fragua del nibelungo y termina diciéndole que forjará la espada aquel que no conozca el miedo. Cuando Sigfrido regresa la fragua forja la espada Nothung.

Mime prepara un veneno para matar a Sigfrido una vez éste sea capaz de matar al dragón y así poder quedarse con el tesoro, al tiempo que le muestra a Sigfrido el lugar donde se encuentra dormido Fafner. Odín se encarga de despertarlo y Sigfrido se acerca hacia él y le clava la espada en el corazón. Fafner tiene tiempo antes de morir de contarle a Sigfrido su maldición, de que un día fue un gigante y que la maldición le puede alcanzar también a él.

Según la leyenda, al sacar la espada del cuerpo del dragón, la sangre que chorrea de la espada le mancha la mano, Sigfrido se la lleva a la boca y así comprende el lenguaje de los animales. Se unta con la sangre del dragón todo el cuerpo, menos un punto donde cae en ese momento una hoja, para hacerse inmortal. Un ave le dice que el yelmo y el anillo son las piezas más valiosas del tesoro. Mime y Alberico entran en la cueva. El ave advierte a Sigfrido de las intenciones de Mime cuando éste le ofrece la bebida envenenada y entonces, Sigfrido mata a Mime con su espada. Lo mismo hace con Alberico cuando éste, tras mostrarle el tesoro, intenta matarlo. Sigfrido ahora es dueño del tesoro, coge el yelmo que le hace invisible y el anillo que le da el poder sobre el mundo y le permite cambiar de apariencia.

Sigfrido había oído hablar de la hermosa Crimilda, de la Corte de Burgundia, una mujer tan altiva como hermosa y que no deseaba ningún pretendiente. Sigfrido viaja a conocerla y al hacerlo se enamora de ella. Le pide la mano al rey Gunther, hermano de Crimilda, pero éste, a cambio de la mano de su hermana, le pide que conquiste para él a la valquiria Brunilda, la reina de Islandia, mujer guerrera y que somete a sus pretendientes a duras pruebas de valor y fuerza.

Sigfrido acepta y parten hacia Islandia donde encuentran a la valquiria dormida, que había sido castigada por Odín por haber ayudado a Sigmund, padre de Sigfrido, al poner su lanza ante la de él.

Sigfrido despierta a la valquiria con un beso y ésta lo reconoce al tiempo que se mofa de Gunther. Sigfrido pasó por él las tres pruebas a las que le sometió Brunilde, el salto, el escudo y la piedra, haciéndose invisible con el anillo y levantando con su brazo el del rey.

Se celebran las dos bodas simultáneamente, la de Sigfrido y Crimilda feliz, y la de Gunther y Brunilda sombría, ya que la valquiria no amaba al rey. Al poco tiempo y aconsejado por el malvado Hagen Tronge, tío de Gunther y Crimilda, Sigfrido se hace pasar por Gunther y fuerza a Brunilda, dejando pasar luego a su marido para que consume la unión. Al abandonar la estancia, Sigfrido se lleva el cinturón de Brunilda y se lo regala a su amada Crimilda.

La valquiria ve a Crimilda con su cinturón y comprende que Sigfrido la engañó para que se consumase su matrimonio con Gunther, sintiéndose engañada clama por la muerte de Sigfrido.

El malvado y astuto Hagen Tronge, engaña a Crimilda y la convence de que borde una cruz sobre la ropa de Sigfrido, en el punto débil, para poder protegerlo. Al día siguiente, en el transcurso de una cacería, le atraviesa con su lanza, acabando así la vida de Sigfrido, víctima de la venganza y los celos.

Pero su memoria logró pervivir gracias a la heroica actitud de su dulce esposa Crimilda, quien no paró hasta vengar la injusta muerte de su marido.

Foto: Grabado que representa a Sigfrido y al dragón Fafner.

jueves, 9 de diciembre de 2010

El duque de Lerma

Felipe II murió el 13 de septiembre de1598, dejando a su último hijo sobre­viviente, que tenía entonces 20 años, el gobierno del imperio más extenso y más poderoso del mundo. Felipe III, escasamente dotado en inteligencia y personalidad para sus enor­mes responsabilidades, sometió a la más dura de las pruebas a la monarquía personal. El nuevo monarca no podía pretender emular a su padre: Felipe II, además de ser un gran rey, había sido un gran funcionario. Feli­pe III reconoció sus limitaciones y tomó una decisión sin precedentes: delegó el poder en un ministro princi­pal. Su elección recayó en Francisco Gómez de San­doval y Rojas, marqués de Denia y elevado prontamente a la condición de duque de Lerma, su amigo más íntimo y confidente, y escasamente más apto que el monarca para el ejercicio del poder.

Lerma y su familia procedían de Castilla la Vieja; había nacido en Tordesi­llas y consolidó su linaje desposando a la hija del duque de Medinaceli. Su condición social y su amistad con el rey eran sus únicas virtudes para el cargo. A los 45 años, el único cargo importante —y en el que no se había distinguido— era el de virrey de Valencia, que Felipe II le había confiado, no por sus méritos, sino para alejarle del príncipe.

Es cierto que abogó en todo mo­mento por una política de paz y que trató de liberar a España de sus compro­misos imperiales en el norte y el centro de Europa, pero esas cualidades habrían sido más convincentes si Lerma hubiera intentado utilizar la paz como medio para reformular las prioridades españolas, aliviar al contribuyente y proseguir una política de ahorros y reforma.

Lerma quería el poder, no para gobernar, sino para adquirir prestigio, y so­bre todo, riqueza. En su afán de conseguirla se mostró activo y sin escrúpulos. Distribuyó títulos y oficios para seleccionar un grupo de favoritos hasta que consiguió toda una facción afecta a él. La ve­nalidad de Lerma está fuera de toda duda, aunque es difícil concluir si ejerció una influencia corruptora sobre la vida pública española. Es poco probable que el núcleo fundamental de la burocracia se viera afectado por la influencia de Lerma, pues el funcionariado español no era tan sensible a los cambios como el rey. Sin embargo, en el traslado de la corte a Valladolid (1601-1606), así como la política viajera del rey, cuidadosamente planificada, Lerma pretendía alejar al monarca de influencias ajenas, a la vez que acrecentar su poder personal, su influencia y sus propiedades.

La novedad de un monarca débil y un valido poderoso, no sólo impresionó a los contemporáneos, que consideraron el año 1598 como el fin de una era, sino que también, historiadores posteriores han considerado que ese año fue un punto de inflexión en la Historia de España: el momento en que el gobierno personal del monarca dejó paso al de los validos.

Foto: El duque de Lerma de Pedro Pablo Rubens. 1603. Museo del Prado. Madrid.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Doña Urraca, Señora de Zamora

Doña Urraca fue la hija primogénita de Fernando I el Grande, rey de Castilla y León y de Doña Sancha. Nacida en el año 1033 en León, tuvo cuatro hermanos más: Sancho II, nacido en el 1037, sucedió a su padre en el trono de Castilla; Elvira, nacida en el 1038, fue Señora de Toro; Alfonso VI, nacido en el 1040, fue proclamado rey de León, a la muerte de su padre y, García, nacido en 1042, que recibió el reino de Galicia.

Parece ser que Doña Urraca pasó su niñez en el Palacio de Arias Gonzalo, en Zamora, y años más tarde se convertiría en madrina de armas de Don Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como el Cid Campeador, cuando éste fue nombrado caballero, en el año 1060, en la Iglesia de Santiago de los Caballeros de Zamora.

En 1063, el rey Fernando I convocó una Curia Regia para dar a conocer sus disposiciones testamentarias en las cuales, siguiendo la ley navarra, decidió repartir su patrimonio entre sus hijos, así cuando fallece el rey el 27 de diciembre de 1065, se reparte el reino entre sus cinco hijos, correspondiéndole a Urraca la soberanía de Zamora. Doña Urraca establece su residencia en el Castillo de Zamora, en las proximidades de la Catedral y en la zona conocida como los «jardines del castillo». Era una fortaleza típicamente medieval con cuatro torres, de las que actualmente sólo se conserva la torre del homenaje.

Al proclamarse su hermano Sancho como rey de Castilla y no estar conforme con ello, despoja a sus hermanos del trono que les había concedido su padre, haciendo prisionero a García y teniendo Alfonso que huir a Toledo. Se enfrenta a su hermana mayor Urraca a las puertas de la ciudad de Zamora, que se convierte en la plaza de resistencia frente a Sancho y las tropas castellanas.

La ciudad es cercada el 4 de marzo de 1072 y tras varios meses de asedio, el sitio acaba con la muerte de Sanco el 7 de octubre de 1072 a manos del noble leonés Vellido Dolfos, quien con la excusa de traicionar a Doña Urraca se entrevista a solas con el rey Sancho, dándole muerte y huyendo a la ciudad, perseguido por el Cid, y entrando por el conocido como “Portillo de la Traición”, que más tarde se cambiaría por el de “Portillo de la Libertad”. Dolfos dio a entender que Doña Urraca había aprobado el magnicidio con la intención de obtener los favores de la Infanta. Lo cierto es que Doña Urraca no estuvo conforme y le permitió abandonar la ciudad y se pierde su rastro. Existen distintas versiones del final de Vellido Dolfos.

Con la muerte se Sancho II se produce un cambio importante en la configuración de los reinos cristianos medievales ya que Alfonso VI recupera su reino y reclama los de Castilla y Galicia, lo que consigue con el apoyo de su hermana Urraca y de la nobleza leonesa.

Doña Urraca poco a poco se fue apartando de las tareas de gobierno y se dedicó al engrandecimiento de distintos Monasterios e Iglesias, entre ellos señalar la reedificación del Monasterio de san Pedro de Eslonza. Se convirtió en la principal consejera de su hermano Alfonso. Finalmente se retira al Monasterio de San Facundo de Sahagún donde permanecerá hasta el final de sus días en 1101, siendo enterrada en el Panteón de los Reyes de San Isidoro de León donde yacen sus progenitores y sus hermanos García y Elvira.

Su tumba, y la del resto del Panteón de los Reyes, fueron saqueadas y destruidas por los franceses durante la Guerra de la Independencia.

Doña Urraca fue una mujer inteligente, con unas cualidades innatas para el gobierno y con unas dotes de sabiduría, prudencia y honestidad que la hicieron muy querida por los leoneses.

La gesta del “Cerco de Zamora” y la traición de Vellido Dolfos ha sido largamente tratada en el romancero y los cantares de gesta.

No hay que confundir a Doña Urraca de Zamora con la reina Urraca I de Castilla y León, hija de Alfonso VI y esposa de Raimundo de Borgoña y posteriormente de Alfonso I el Batallador.

Foto: La Infanta Doña Urraca de Zamora. Grabado Tumbo A de la Catedral de Santiago de Compostela.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La leyenda de Gara y Jonay

Hoy os voy a contar una bonita leyenda canaria, una leyenda de amor eterno. Es la historia de Gara, la bella princesa de Agulo y de Jonay, hijo del Mencey de Adeje.

En la isla de La Gomera, hubo un tiempo en que se creía que de los siete Chorros de Espina manaba un agua prodigiosa y que era capaz de obrar milagros y desvelar los secretos del destino. Nadie se explicaba cómo era eso posible, solo había que mirarse en el agua y si se mantenía clara y tranquila, pronto llegaría la felicidad, en cambio, si el agua se enturbiaba era un signo de desgracia.

Todos los habitantes de la isla conocían estas propiedades de los Chorros de Espina y cada año, con la celebración de la fiesta de Beñesmén, que simbolizaba el comienzo del nuevo año y se honraba a los dioses, las muchachas en edad casadera se acercaban a los chorros mágicos para conocer su destino.

Un año le tocó el turno a Gara, la joven y bella princesa de Agulo, la princesa del agua, que esperaba impaciente el momento en que le tocase conocer su destino. Cuando por fin le tocó, se acercó nerviosa hacia la fuente y el agua, en principio clara y transparente se fue oscureciendo y a moverse, como si soplara el viento, hasta que la imagen de un sol cubrió el agua. Gara, muy asustada, no comprendía que estaba sucediendo. De pronto notó que una mano se posaba sobre su hombro, era el sabio Gerián, el único que podía interpretar los designios de la fuente. Gerián le dijo a Gara: «lo que ha de suceder, sucederá…Gara, huye del fuego o éste te consumirá». Gara lo miró asustada y se alejó en silencio.

La noche anterior a la celebración festiva, muchos guanches habían llegado a la isla desde distintas islas. Entre ellos, llegó en Mencey de Adeje acompañado de Jonay, su joven y fuerte hijo. Gara fue de las primeras personas en verlo y quedó enamorada de él. También Jonay se quedó rendido ante la belleza de la muchacha. Inmediatamente fueron a contárselo a sus familias.

Pero cuenta la leyenda que el momento del anuncio de la próxima unión de las dos ilustres familias, el volcán Echeyde, el Teide, que vigila a todas las islas, se estremeció y comenzó a escupir fuego, creando entre todos un gran temor. Entonces recordaron lo que le había pasado a Gara en los Chorros de Espina y les señalaron como los culpables. El amor entre Gara y Jonay, entre el agua y el fuego, era imposible y cuando ambos jóvenes se separaron el gran Echeyde se apagó.

El Mencey de Adeje regresó a Tenerife llevándose a Jonay, quien destrozado, apenas pudo ver a lo lejos a su amada Gara, que lloraba amargamente con la mirada perdida en el mar.

Pero Jonay no se resignó a perder a su amada y una noche, atándose vejigas de animal, llenas de aire, a la cintura a modo de flotadores se lanzó al mar en medio de la noche. Al amanecer llegaba a la costa de La Gomera y se acercó, sin ser visto por nadie, hasta su amada Gara quien se llenó nuevamente de alegría y felicidad.

Ambos jóvenes decidieron que algo tenían que hacer y subieron hasta lo más profundo de El Cedro buscando un lugar donde esconderse hasta poder decir a todos que tenían que estar juntos para siempre. Mientras permanecían ocultos y abrazados, Jonay tenía a su lado una afilada vara de cedro para defenderse. Escuchaban como se acercaban los que los estaban buscando y entonces Jonay tomó la vara, afiló la otra punta y ambos jóvenes, mirándose a los ojos, se pusieron uno frente al otro y apoyaron cada uno una punta de la vara a la altura del corazón y se dieron el último abrazo que los dejó juntos para siempre en el centro del conocido hoy como Parque de Garajonay.

Foto: Representación de Gara y Jonay en el Parque nacional de Garajonay. La Gomera.

Los vikingos (II)


Los pueblos vikingos
Los pueblos vikingos pertenecían a los denominados pueblos germanos escandinavos. Su lengua y su cultura eran comunes a todos ellos, aunque cada uno tenía su propia organización. Habitaban en una zona muy segmentada, de clima duro e inhóspita, que junto a los demás inconvenientes —pobreza de la tierra, animales carnívoros, altas montañas, etc—, que dificultaban las comunicaciones terrestres, hizo que para su supervivencia utilizasen el mar como principal vía de comunicación. Los vikingos fueron grandes navegantes.
Los principales pueblos vikingos eran:
Los daneses, los más numerosos y mejor organizados militarmente, realizaron gran cantidad de incursiones piratas con el objetivo primordial del saqueo y el botín. Habitaban en las penínsulas de Jutlandia y Escania y las islas colindantes. Esta situación les permitía dominar las rutas comerciales. Tenían fortificaciones de forma circular, divididas en cuatro cuadrantes con edificaciones en cada uno de ellos, lo que demuestra los conocimientos que tenían y el orden interno de su organización.
Los noruegos, eran también grandes navegantes que dominaron el Mar del Norte y recorrieron el Atlántico. Realizaron expediciones a gran escala con fines de conquista y así colonizaron Islandia, Groenlandia y Vinlandia.
Los suecos, tercero de los pueblos vikingos, realizaron grandes incursiones navales en la Europa septentrional y meridional y fueron los fundadores de Rusia y otras zonas de Europa Oriental. Es posible que llegasen a las costas de los países de Oriente, por los tesoros descubiertos en algunas tumbas vikingas.
Las principales expediciones de los vikingos
Los vikingos, a comienzos del siglo IX se instalan en nuevos territorios como las islas Orcadas, las Hébridas, las Shetland y las Feroe, en Escocia y en Islandia.
El rápido aumento de la población les obliga a buscar otras tierras a las que parten sin saber lo que se van a encontrar y sin preocuparse por ello.
Así comienzan una serie de expediciones que recorrerán las costas europeas, a lo largo de los siglos venideros, sembrando el terror entre los habitantes de los lugares por los que dejaban su impronta.
Islandia la descubren los vikingos hacia el año 861 y es hacia el 874 cuando Ingolfur Arnarson, considerado como el primer colono noruego, funda una colonia permanente en Reikiavik. Cuenta la leyenda que cuando Ingolfur se acercaba a las costas islandesas, ordenó arrojar el mástil principal de su embarcación al mar con la intención de establecerse en el lugar donde fuera a parar dicho mástil. Así nació Reikiavik.
Ottar de Hålogaland, a partir del año 870 navegó por los mares de Norte hasta llegar al Mar Blanco, rodeó Noruega y Dinamarca. Hacia el 890 llegó a las costas de Inglaterra. Ottar pretendía comprobar cuáles eran las tierras habitadas y fue el primero en narrar sus viajes. Llegó a superar, en casi 200 km, el Circulo Polar Ártico.
Erik Thorvaldsson, conocido como Erik el Rojo, en el año 981, es desterrado de Islandia por cometer un asesinato y se dirige hacia el norte a explorar una tierras de las que los navegantes contaban grandes historias, así recorrió más de 300 km hasta llegar a las costas de Groenlandia, donde las corrientes lo arrastraron hacia el cabo Farawell, al sur de la isla, donde pasó dos inviernos antes de regresar a Islandia. Creó la población estable de Groenlandia que permaneció independiente hasta el año 1100 en que pasó a dominio noruego.
Foto: Dakkar vikingo en plena navegación.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Las reinas de Enrique VIII (IV)


Ana de Cleves
Ana de Cleves o de Cléveris fue la cuarta esposa de Enrique VIII, aunque su matrimonio como tal fue anulado pocos meses después de la boda. Enrique después de la muerte de su esposa Juana, consideró la conveniencia de contraer nuevamente matrimonio más con idea de fortalecer sus alianzas políticas con el Sacro Imperio que por cuestiones meramente sentimentales.
Entre las posibles esposas que se barajaron para Enrique se encontraba la noble alemana Ana de Cléveris, por la que se decidió tras verla en el retrato realizado por el pintor Hans Holbein a quien Enrique había enviado para que pintase fielmente a la candidata a ser su nuevas esposa. Holbein por miedo a desagradar al rey, retocó el retrato e ilusionó al rey con el nuevo matrimonio. Pero cuando Enrique conoció personalmente a Ana manifestó públicamente su malestar y desagrado ya que realmente era bastante “fea”, alta, corpulenta y con marcas de la viruela en el rostro, además de no hablar inglés y no participar de los gustos de la corte inglesa de la época. Atado a la decisión tomada, ya no podía negarse al matrimonio debido al alto coste político y económico que Ana representaba en ese momento para la corona inglesa. Así Enrique contrajo matrimonio con Ana de Cleves el 6 de enero de 1540 en el Palacio de Placentia, en Greenwich, cerca de Londres por el arzobispo Thomas Cranmer, convirtiéndose en la cuarta esposa de Enrique VIII y en reina de Inglaterra.
Ana nació en 1515 en Düsseldorf, era la segunda de los cuatro hijos del duque de Cléveris, Juan III y de María Julich heredera de los ducados de Julich, Berg y Ravensberg. Su padre siguió la Reforma de Erasmo desde posiciones moderadas y se puso al lado de la Liga de Esmalcalda frente al emperador Carlos V. A su muerte, su hijo Guillermo se convirtió en el duque de Jülich-Cleves-Berg. Su hermana mayor, Sibila, se casó con Juan Federico, Elector de Sajonia.
Enrique VIII necesitaba de una buena alianza frente a Carlos V y fue el canciller Thomas Cromwell quien influyó en él para que eligiese a Ana aduciendo que tanto él como ella descendían de Carlomagno a través del conde de Flandes, Balduino IV.
Ana era católica, aunque su familia era luterana, y eso propició una buena relación con la princesa María, su relación con el rey se puede considerar como buena, pero Enrique ya se había fijado en una bella dama de honor de Ana, Catalina Howard, y deseaba romper el enlace pero sin perjudicar a Ana, así que con el pretexto de que el matrimonio no había sido consumado, por el anterior compromiso de Ana con Federico de Lorena. Lo cierto es que se le pidió a Ana su consentimiento para la anulación de su matrimonio a lo que ella accedió, produciéndose la anulación el 9 de julio de 1540. Había sido reina de Inglaterra durante seis meses.
A cambio de la nulidad Ana recibió una serie de propiedades, como el Castillo de Richmond perteneciente a la familia de Ana Bolena, y una renta vitalicia que le permitió residir en la corte inglesa como miembro honorífico de la familia real, se la conocía como "la querida hermana del rey" y mantuvo una buena relación con el rey quien decretó que se le diera precedencia por delante de todas las mujeres de Inglaterra excepto de su propia esposa e hijas.
Ana de Cleves fue la última de las seis esposas de Enrique VIII en morir. Siendo ya María reina de Inglaterra, permitió a Ana vivir en Chelsea Old Manor — donde había residido la última esposa de Enrique, Catalina Parr—, donde falleció el 16 de julio de 1557. Fue sepultada el 3 de agosto en la abadía de Westminster. Al final de sus días se reconvirtió al catolicismo siguiendo los consejos de la reina María.
El paso de Ana de Cleves por la historia de Inglaterra ha pasado un poco desapercibido en relación con el periodo que le tocó vivir, con la turbulenta vida amorosa de Enrique VIII y con el acceso al trono de María Tudor, pero fue una mujer que supo estar a la altura de su posición, convivir con ella, integrarse en una corte desconocida para ella y ser recordada con cierto cariño por el pueblo inglés.
Este matrimonio fue el principio del fin de Canciller del rey, Thomas Cromwell.
Foto: Retrato de María de Cleves de Hans Holbein el Joven. 1539. Museo del Louvre de París.

martes, 16 de noviembre de 2010

Las reinas de Enrique VIII (III)


Jane Seymour
La tercera esposa de Enrique VIII de Inglaterra fue Jane Seymour cuya fecha de nacimiento se desconoce, aunque se cree que nació hacia el 1509. Fue la madre del futuro rey Eduardo VI, único hijo varón de Enrique VIII y murió 12 días después de dar a luz a éste, el 24 de octubre de 1537.
Jane fue la cuarta de los 9 hijos de Sir John Seymour de Wiltshire y de Margaret Wentworth. Llegó a la corte del rey primero como dama de Catalina de Aragón y posteriormente de Ana Bolena y, siendo dama de honor de esta última, es cuando Enrique se fijó en ella. Jane destacaba por su bondad y simpatía más que por su belleza. El deseo de Enrique de casarse con Jane aceleró el proceso de acusación de adulterio, incesto y alta traición contra Ana Bolena y muestra de ello fue que contrajeron matrimonio el 30 de mayo de 1536, tan solo 11 días después de la decapitación de Ana, en el Palacio de Hampton Court, lujosa residencia que el cardenal Wolsey había regalado al rey para recuperar su favor.
Jane no simpatizaba con las ideas protestantes de su predecesora y, a pesar de ello, es con toda seguridad la única mujer de la que verdaderamente estuvo enamorado Enrique cuya repentina muerte dejó un profundo pesar en el rey.
Ambos reyes pasaban sus días en el Palacio de Hampton Court en compañía de las hijas de Enrique, las princesas María e Isabel, ya que Jane había convencido al rey para devolverlas a la corte. Trató a las princesas de manera casi maternal y consiguió reconciliarlas con su padre que hacía diez años que se encontraban distanciadas de él. Tuvo una relación más estrecha con María, católica al igual que ella, a la que procuraba mantener siempre a su lado. A Enrique no le gustaba la afinidad religiosa de su esposa ni de su hija, aunque lo aguantaba por estar enamorado de la reina y reconciliado con su hija.
Como reina, Jane Seymour hizo todo lo posible para diferenciarse de su antecesora siendo su actitud muy estricta y formal. Sus amistades eran sólo femeninas. Obsesionada por parecer una reina, se fijaba en los más los mínimos detalles, prohibió la moda francesa, introducida en la corte por Ana. Políticamente conservadora, su única intervención acabó cuando el rey le recordó que la última reina había perdido la cabeza por entrometerse en los asuntos políticos.
Cuando Jane quedó embarazada, María fue enviada al Palacio de Hudson, pero esta separación no fue óbice para que mantuviesen su relación por medio del envío mutuo de cartas y presentes.
Jane tuvo a su hijo el 12 de octubre de 1537 y colmó de felicidad a Enrique quien por fin tenía a su anhelado hijo varón al que pusieron por nombre Eduardo. Pero la felicidad a Enrique le duró poco tiempo pues a los doce días del alumbramiento, el 24 de octubre de 1537, la reina fallecía víctima de una fiebre puerperal producida tras el parto y muy común en aquellos tiempos. Algunos aseguran que fue envenenada por enemigos de su privilegiada familia que poco a poco fue perdiendo su fuerza.
A petición del rey, que se hallaba sumido en una profunda tristeza, la princesa María presidió, enlutada, los funerales de la reina. Jane Seymour está enterrada en el Castillo de Windsor.
El hijo de Jane llegó a ser rey de Inglaterra e Irlanda, a la edad de nueve años, con el nombre Eduardo VI tras la muerte de su padre. Aclamado por el pueblo al ser el hijo de la reina Jane, su gobierno estuvo condicionado por su carácter débil y enfermizo y por la protección de su tío, el ambicioso Eduard Seymour quien gobernó realmente Inglaterra al tiempo que saqueaba el Tesoro Real.
Los ambiciosos hermanos de Jane, Thomas y Edward, se aprovecharon de su memoria para aumentar sus propias fortunas. Tras la muerte de Enrique, Thomas contrajo matrimonio con su viuda, Catalina Parr. Ambos acabaron en el patíbulo, decapitados por sus intentos fallidos de alcanzar el poder.
Ambos reyes fueron pintados por el gran pintor Hans Holbein, el joven, hacia 1536. Al igual que Ana Bolena se dice que el fantasma de Jane Seymour no ha dejado de aparecer, hasta nuestros días, vagando por los corredores de Hampton Court, llevando en la mano un candelero con una vela encendida.
El reinado de Eduardo VI fue corto, por suerte para Inglaterra y fue elegida reina la princesa María, que había sido reconocida como legítima por el Parlamento, no sin antes haber tenido que lucharlo, como veremos en su momento.
Enrique se casaría con la flamenca Ana de Cleves como medio para fortalecer su posición y alianzas políticas más que por motivos sentimentales.
Foto: Retrato de Jane Seymour. Reina de Inglaterra. Hans Holbein, el joven. 1536. Mueso Histórico de Viena.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El Capitán Arredondo, doble laureado


Otro de los Legionarios laureados fue el Capitán D. Pablo Arredondo Acuña, a este bravo Oficial se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando en dos ocasiones, ambas en África. La primera de ellas siendo Segundo Teniente en el combate de Laucien, en Tetuán, y la segunda, ya como Capitán, en el repliegue de la columna del General Serrano desde Xeruta al Zoco-Arbáa donde encontró la muerte.
Veamos cuales fueron sus méritos por los que se hizo acreedor de tan altas recompensas.
Primera Laureada
El día 11 de junio de 1913, durante el desarrollo del Combate de Laucien, en Tetuán, el Segundo Teniente de Infantería D. Pablo Arredondo Acuña al mando de una sección de la 3ª Compañía del Batallón de Cazadores de Arapiles nº 9, realiza con ella un ataque a bayoneta calada frente al enemigo. En el transcurso del mismo es herido de bala en la ingle, a pesar de lo cual continuó en su puesto alentando a sus hombres y tomo parte en dos ataque más, destacándose por su serenidad y valor.
Por esta acción se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando por Orden Circular de 14 de enero de 1915.
Segunda Laureada
El 19 de noviembre de 1924, durante el repliegue de la columna del General Serrano desde Xeruta al Zoco-Arbáa, el Capitán D. Pablo Arredondo Acuña se destacó por su heroico comportamiento ofreciendo su vida a la Patria. El Capitán Arredondo mandaba la 1ª Bandera del Tercio, y apenas iniciado el movimiento, bajo un fuerte temporal de agua y viento, la columna fue atacada con gran intensidad por un numeroso grupo de enemigos de las Cábilas de Xeruta y de otras próximas a Xauen y Dar Accoba. Muerto el General Serrano durante el ataque y siendo ocupados por los moros los puestos de protección abandonados prematuramente por la columna, en cuyos últimos escalones iba la Bandera del Capitán Arredondo, éste tuvo que continuar la marcha en condiciones muy desfavorables.
Acentuado el ataque del enemigo sobre la 1ª Compañía de la Bandera, que ocupaba el puesto de mayor peligro, el Capitán Arredondo tomó el mando de esa unidad, entablando una lucha desesperada en circunstancias cada vez más desfavorables por las numerosas bajas sufridas y por el incremento constante que el enemigo recibía. Herido el Capitán, sigue alentando a sus hombres con notable ejemplo de espíritu y valor, consiguiendo contener al enemigo y propiciando así el retiro de la Compañía de Ametralladoras y de la 2ª Compañía de la Bandera, momento en el que recibió una segunda herida que le ocasiona honrosa muerte en el mismo campo de batalla.
Por esta acción se le concede la Segunda Cruz Laureada de San Fernando por Orden Circular de 11 de enero de 1929 (Diario Oficial nº 8)
Fotos: Capitán Legionario D. Pablo Arredondo Acuña y la Cruz Laureada de San Fernando.

martes, 2 de noviembre de 2010

Los vikingos (I)


El origen de los vikingos
Mucho se ha hablado de los vikingos a largo de la historia, se les ha considerado siempre como un pueblo salvaje que asoló las costas europeas a lo largo de la Edad Media. Pero a pesar de ello es un pueblo que siempre ha causado una gran fascinación por muchos motivos, por su manera de vestir, por sus rudas costumbres, por su carácter marinero, por su brutalidad, por sus creencias, y por un largo etcétera. Hoy voy a tratar de contar como eran los vikingos, sus costumbres, sus expediciones y finalmente su ocaso, ya que terminaron absorbidos por los pueblos que conquistaron.
Con la denominación de vikingos se designó a los pueblos escandinavos que, entre los siglos VI al XI, asolaron y aterrorizaron las costas europeas mediante el saqueo y el pillaje. La palabra vikingo, aunque su origen es oscuro, parece ser que proviene del antiguo término nórdico «vik» que significa cala o pequeña bahía, de «vikingr» que se utilizaba para cuando estos pueblos nórdicos realizaban sus razzias fuera de su territorio de origen. Por tanto vikingos significaría hombres de las calas o bahías del norte en expedición de saqueo o pillaje. También podría derivar del término «viken», dado a los habitantes de la región del fiordo de Oslo, y que por extensión se aplicara a todas las tribus nórdicas. Los francos les llamaron «normandos» refiriéndose a ellos como los «hombres que vienen del norte» siendo esta la denominación que se les daba en la época, o bien simplemente se les llamaban bárbaros o piratas. Cada pueblo los denominaba de una manera distinta así los anglosajones les llamaban «danes», cualquiera que fuese su origen. Los irlandeses, eran los «lochlannach», y su patria era Lochlann, el país de los lochs o lagos. También les llamaban «gall», extranjeros, haciendo una distinción entre los extranjeros blancos, que eran los noruegos y los extranjeros negros, los daneses. Algunas crónicas alemanas les designan con el nombre de «ascomanni», los hombres del fresno, quizás porque utilizaban esta madera para construir sus barcos. Los árabes de España les denominaban «magus», infieles. Los bizantinos y árabes los llamaban «rus», de la palabra sueca ruotsi, remeros. Finalmente, hacia el final de la era vikinga, los griegos les llamaban «varegos», de varingjiar en antiguo nórdico.
En aquella época, el apelativo de «vikingo» se aplicaba a la expedición como tal. El que participaba en ella era un «vikingr». Hoy la denominación de vikingo se aplica tanto a los hombres como a la cultura nórdica y escandinava de aquel período.
Los vikingos provenían de una tierra con fiordos de aguas muy profundas, las actuales costas de Noruega, Suecia y Dinamarca. La unidad económica básica era la granja familiar. Vivían e cabañas de paja y eran granjeros y ganaderos, por tanto, dependían en gran medida de la temporada de cosechas y del ganado. Pero el creciente aumento de la población unido a la pobreza de las tierras exigió la necesidad de disponer de más tierras cultivables y generó grandes tensiones entre los clanes vikingos que culminaron cuando los más fuertes atacaron y sometieron a los más débiles. La violencia y la brutalidad con que se realizaron estos ataques, produjo una feroz lucha por la tierra que los llevó a buscar riquezas más allá de sus fronteras. A partir de ese momento la codicia y la brutalidad fueron sus señas de identidad en las campañas que realizaron, donde saqueaban, mataban, violaban, raptaban, quemaban y destruían todo lugar por donde pasaban.
Fueron unos grandes marineros y unos excepcionales guerreros, además de diestros artesanos y comerciantes. La necesidad de buscar fortuna más allá de sus tierras, unió a los distintos clanes en un fin común y crearon, lo que cambiaría el futuro de sus pueblos, el famoso barco largo vikingo, el «drakkar», llamado así porque las proas y las popas estaba adornadas con cabezas de dragón. A partir del siglo VIII, estas extraordinarias naves, revolucionarias para la época, cambiaron el curso de la historia y dieron origen a una serie de oleadas que azotaron Europa durante los tres siglos siguientes.
En el «drakkar» los vikingos pusieron de manifiesto sus grandes dotes marineras. Eran barcos de poco calado y de una gran movilidad y adaptabilidad. Con estos barcos atravesaban velozmente el mar asolando las costas por donde pasaban. Los pueblos costeros estaban atemorizados por los vikingos debido a su ferocidad y extremada crueldad. Nada parecía detenerlos
Los vikingos no tenían una estructura política muy definida, daban gran importancia a la libertad y a la igualdad entre los miembros del clan y por tanto no disponía de la figura de un rey o príncipe como tal, aunque sí que cada clan tenía un jefe, cuya autoridad aceptaban porque eran el más valeroso, el más experimentado o el más rico de la comunidad. Las expediciones se organizaban en torno a él.
Los vikingos sólo se unían para realizar sus misiones, dejando a sus esposas e hijos al cuidado de sus poblados. Su objetivo era saquear para adquirir tesoros y riquezas, y para ello iban armados, como decimos ahora “hasta los dientes”. En el combate eran a la vez osados y prudentes y no se obstinaban cuando la fortuna les daba la espalda. Por ello, las derrotas sufridas, que mencionan las crónicas cristianas, no fueron más que repliegues tácticos cuando las circunstancias les eran desfavorables. Cuando eran derrotados de verdad aprendían de la derrotaba y evitaba arriesgarse de manera similar en posteriores ocasiones. Generalmente estaban bien informados sobre la situación política y la capacidad militar de los países que pretendían atacar, lo que les permitía disponer de cierta ventaja sobre sus adversarios. Eran hábiles en adoptar posiciones defensivas durante las conquistas, así en el momento en que se detenían en un lugar cavaban fosas con montículos de tierra alrededor de su campamento para protegerse de cualquier ataque sorpresa.
Al margen de las leyendas que hay sobre los vikingos, lo que sí que está claro es que eran exploradores, comerciantes, marineros, colonos, que cruzaron los mares en busca de riquezas y tesoros de los que carecían. Para las poblaciones europeas, no eran nada más que bárbaros con costumbres muy diferentes a las suyas, aunque eran bárbaros tenían sus costumbres, leyes y una cultura propia que no trataron de imponer a ninguna población sometida.

Será a finales del siglo VIII, cuando los vikingos pusieron sus miras en botines mayores. Las principales ciudades de Europa estaban a punto de sentir el poder y la furia de estos “bárbaros” llegados de los hielos del Norte del Mundo.
Foto: Dibujo de drakkars vikingos

lunes, 1 de noviembre de 2010

Las reinas de Enrique VIII (II)


Ana Bolena
Ana Bolena nació hacia 1507, en Rochford Hall, condado de Essex. Era hija de sir Thomas Bolena, posteriormente vizconde de Rochford y conde de Wiltshire y Ormonde, y de Isabel Howard, hija del conde de Norfolk. Pertenecía, pues, a una de las familias más influyentes de la nobleza inglesa. La mayor parte de su infancia la pasó en Francia, en la refinada corte del rey Francisco I, al servicio de Margarita de Austria, donde recibió una esmerada educación.
Enrique VIII conoció a Ana cuando frecuentaba la casa de los Bolena, como amante de su hermana mayor María y se enamoró perdidamente de ella.
Ana a su regreso a Inglaterra en 1522, entró en la corte como dama de la reina Catalina de Aragón, esposa de Enrique VIII. Su porte y atractivo impresionó tanto a la corte que pronto se vio rodeada de multitud de admiradores. Los principales fueron Lord Henry Percy, heredero del condado de Northumberland, y el propio rey quien, para evitar que Ana contrajese matrimonio con Percy, cubrió de títulos y posesiones al padre de Ana. Finalmente, Enrique ordenó la intervención del cardenal Wolsey para impedir su boda.
Enrique VIII, aunque ya no era el joven y esbelto que se casó con Catalina sino que era un hombre robusto y obeso, estaba prendado de Ana y la cortejó sin conseguir que ella accediera a sus requerimientos aduciendo que solo se le entregaría como esposa no como amante. Enrique decidido a conseguirla a cualquier precio, pidió el divorcio a su mujer, que se negó a concedérselo. Catalina de Aragón había tenido dos hijos varones, que nacieron muertos, y una niña, María. La edad de la reina hacía prever que no podría darle a Enrique el deseado hijo varón que necesitaba para dar continuidad a la dinastía Tudor y el heredero varón se convirtió en una auténtica obsesión para él.
Con esa obsesión y habiendo puesto sus ojos en Ana Bolena para que le diese el ansiado heredero varón, en 1527, Enrique solicitó a la Santa Sede la anulación de su matrimonio con el pretexto de que Catalina había sido la viuda de su hermano Arturo y que según la Santa Biblia no debiera haberse realizado. Pero la posición del Papa Clemente VII que no quería disgustar al Emperador Carlos V, sobrino de la reina Catalina, tras dos años de demora, no cedió ante las presiones del rey inglés.
Esto trajo consigo la crisis política entre Inglaterra y Roma con la ruptura de las relaciones con el Papado y la creación de la Iglesia Anglicana, influido por la Reforma luterana, a la cabeza de la cual se encontraba en propio rey, a pesar de que poco tiempo antes Enrique había proclamado su adhesión inquebrantable al catolicismo. Enrique necesitaba casarse con Ana, que estaba embarazada, para lo cual Thomas Cranmer, primer Arzobispo de Canterbury de la nueva Iglesia Anglicana, legitimó el matrimonio con Ana Bolena, el 25 de enero de 1533, al tiempo que declaró nulo el contraído con Catalina. Así, Ana Bolena fue coronada reina de Inglaterra el 1 de junio de 1533 y Catalina formalmente despojada de su título como reina. Para el pueblo inglés Ana Bolena había usurpado el trono a Catalina a la que habían recluido en un castillo y era a la que querían como reina legítima.
El día del esperado alumbramiento de Ana Bolena fue, para desilusión del rey y congoja de la reina, una robusta niña a la que se dio el nombre de Isabel. Tras este nacimiento, la relación entre ambos se deterioró notablemente y el final vino cuando Ana, tras un nuevo embarazo dio a luz un niño muerto. Enrique pensaba que era castigado por Dios ya al tiempo se produjo la muerte de Catalina y la excomunión de Enrique y Ana.
Enrique comenzó a fijarse en una joven dama de honor de su esposa, Juana Seymour, al tiempo que se convencía de que se había casado con Ana debido a las brujerías a las que le había sometido, así el 2 de mayo de 1536, Ana fue detenida durante el almuerzo y llevada a la Torre de Londres. Tras su reclusión, comenzó el proceso judicial con la intención de librarse de ella a cualquier precio, basándose en circunstancias reales o ficticias de difícil justificación, ya que los documentos sobre el proceso desaparecieron y los acusados declararon su culpabilidad tras terribles torturas. Ana se mantuvo firme todo el tiempo en su declaración de inocencia.
El tribunal que la juzgaba estaba presidido por el tío de Ana, el Duque de Norfolk, y ante él fue acusada de adúltera por tener como amantes a cuatro cortesanos y de incesto, por supuesta relación carnal con su hermano George Bolena y de alta traición a la Corona.
El tribunal condenó a los cuatro supuestos amantes, Sir Francis Weston, sir Henry Norris y William Brereton mantuvieron públicamente su inocencia y sólo el torturado Mark Smeaton se declaró culpable. El 17 de mayo, George Bolena y los otros cuatro acusados fueron decapitados.
El 19 de mayo de 1536, tras diecisiete días encarcelada, lord Kingston, el encargado de la Torre de Londres, condujo a Ana a la «Torre verde» donde se realizaría la ejecución para la que se había contratado a un verdugo de Calais que lo haría con una espada de doble filo, en lugar de decapitar a una reina con el hacha común.
Se dice que al enterarse, Ana le comentó a Lord Kingston: «No tendrá mucho problema, ya que tengo un cuello pequeño. ¡Seré conocida como La Reine sans tête —La reina sin cabeza—!»
El 30 de mayo de 1536, Enrique VIII contrajo matrimonio con Jane Seymour, su tercera esposa, que moriría dos años después al dar a luz al príncipe Eduardo.
La reina inmolada fue llamada "Ana de los mil días” por el tiempo que duró su reinado. Aún hoy corre la leyenda de que el fantasma decapitado de la reina se aparece en la capilla de San Pedro, situada en la Torre londinense. Se dice que es el fantasma que más apariciones ha tenido, unas 30.000 en 120 lugares. Fue visto por última vez en 1933.
Nunca se ha probado documentalmente la culpabilidad de Ana Bolena en los cargos que la llevaron a la muerte. Lo más seguro es que fuese víctima de un complot para eliminarla del trono al no poder tener hijos varones. El secretario del rey, Thomas Cromwell, enemigo declarado de los Bolena, y el deseo del propio Enrique de casarse con su nueva amante, lady Jane Seymour, fueron factores decisivos en el triste final de la reina Ana Bolena.
Foto: Retrato de Ana Bolena pintado después de su muerte. Castillo de Hever, Kent.