viernes, 27 de enero de 2023

EL BATALLÓN DE CAZADORES LA PALMA, NÚMERO 20.

Vista parcial de Sta. Cruz de la Palma
Hoy os traigo un artículo sobre la celebración del día de la Patrona de Infantería del Batallón de Cazadores de la Palma Núm. 20 que he encontrado en una publicación de 1910. Me ha hecho una ilusión tremenda, puesto que yo he sido miembro del Batallón de la Palma ochenta y siete años después y se mantenía intacto ese espíritu que se respira en las unidades de infantería en la celebración del día de la Inmaculada. Con este artículo quiero mandar un guiño afectuoso a todos los que han pasado, desde entonces, por el Batallón de La Palma.

He aquí cómo describe un periódico local las brillantes fiestas con que ha solemnizado el 20 de Cazadores de nuestro Ejército, el día de la Patrona de la Infantería en el año 1910:

«Las fiestas organizadas por el Batallón Cazadores La Palma, número 20, y realizadas en los días 7 y 8 de este mes, se han apartado muy mucho de lo vulgar, de lo corriente, de aquello a que estábamos acostumbrados en tales fiestas. Estas, las de ahora, han sido, la gallarda expresión de patriotismo, prueba inconcusa de cultura y solidaridad.

De cultura entre las clases inferiores del elemento militar, cultura fomentada por los superiores, y de estrecha solidaridad entre los hijos de España nacidos en el viejo solar de Iberia y los que han visto la luz en la Benahoare de los guanches.

Identificados el Ejército y el pueblo, el Batallón y los palmeros, predominó una inspiración común, exteriorizándose un anhelo único: el de honrar la Patria en forma tal que perdurase el recuerdo de la honra con sus enaltecedores y fraternales propósitos.

Comenzaron los festejos en las primeras horas de la noche del día 7. Y los inició una lucida retreta militar a cuyo frente, jinetes en briosos corceles, iban cinco Oficiales portando en la diestra una artística farola. Les seguían los soldados en columna llevando farolillos con los colores nacionales, los que semejaban movible y brillante bandera española, que avanzaba como guiando a la carroza alegórica, magnífica, severa, semejando almenado castillo bajo cuya amplia arcada, iluminada por la luz eléctrica, destacaba un interesante y simbólico grupo: España, representada por la simpática señorita Ofelia Nieto, y La Palma y el Batallón por Isabelita y Jerónimo Acevedo, dos lindos niños siempre dispuestos a prestar su concurso en toda manifestación de patriotismo.

En los sitios más espaciosos, la tropa, dirigida por el popular e ilustrado Oficial Sr. Pérez Andreu, ejecutó artísticos movimientos que, vistos a la luz de infinitas bengalas, tenían mucho de fantásticos.

Velada del Batallón La Palma 20 en
el Teatro de Sata. Cruz de la Palma
A las nueve dio comienzo en el teatro la espléndida velada. Nuestro coliseo, engalanado como nunca: flores, luces y colores, y una pléyade de bellas y elegantes mujeres luciendo sus encantos en las plateas y los palcos. En las columnas, medallones orlados de rosas ostentando gloriosos nombres: Velarde, Moreno, Ruiz, Cervantes, Prim, Vara de Rey...

Y entre estos nombres y otros no menos dignos de la fama, el de nuestro Tanausú, heroico, grande, generoso, noble. Escribiéndolo en el recinto de una fiesta militar española, honrándolo, porque significa patriotismo, amor al terruño, valor y sacrificio, se ha negado pública y solemnemente por quienes tienen sobrados títulos para hacerlo, que la exaltación de la raza guanchinesca, nuestro culto a la memoria de los Tinerfes, Tinguaros y Bencomos, constituya tendencia de separatismo, ni prueba de desafecto a la Nación civilizadora, como han dado en decir unos cuantos degenerados escritores faltos de inteligencia y de sentimiento para comprender que el alma canaria, si se levanta airadamente ante la innoble acción de la Fuente del Pino, inclínase admirada y respetuosa en presencia de un Guzmán el Bueno, de un Daoiz y de un Noval.

¡Honor a las grandes figuras de la Patria cuyos nombres llenaban espiritualmente el teatro! ¡Gloria al guanche inmortal que tiene una lápida fijada en lo más alto del recinto inexpugnable de Aceró!

Se dio principio al espectáculo con una sinfonía ejecutada por la charanga del Batallón, que ocupaba el escenario, siguiéndole una sentida y patriótica salutación leída por su autor, el Oficial Sr. Espinosa. Luego la representación del drama de Maeterlinck, La intrusa.

La segunda parte la constituyó el coro de rancheros de la zarzuela El Cabo Primero. Apenas extinguidas las notas de la fantasía, se presentó en escena el poeta gallego D. Lisardo R. Barreiro, para leernos magistralmente su magnífico romance El soldado gallego. Oyendo al inspirado y tierno cantor de la vieja Suevia, vimos, a través de la Historia, las épicas hazañas del puente de Sampayo, oímos las melodías de la gaita, y experimentamos las tristezas que la morriña engendra en las almas de todos los gallegos.

La tercera y última parte la constituyeron la zarzuela La marcha de Cádiz y el sainete cómico-lírico Chateaiix-Margueaitx.

Don José de la Torre y Castro,
Teniente Coronel, Primer Jefe del Batallón
de  Cazadores La Palma Núm. 20
Y como fin de la inolvidable fiesta, un hermoso discurso pronunciado por el culto Oficial Sr. Rojas, en el instante que formaba semicírculo en el escenario el orfeón militar, teniendo en el centro una matrona: España, tremolando su sagrada bandera, a cuyo pie se hallaba tendido el león, y el vibrante himno a la enseña española, oído en pie, por la concurrencia, por mujeres y hombres, unidos en el culto de la Patria querida.

¿A qué decir que hubo aplausos estruendosos y ovaciones merecidas? Estas manifestaciones, nacidas de la labor artística desplegada en función patriótica, no pudieron menos de repetirse muchas veces. Muy a la ligera, porque esta crónica se va haciendo muy extensa, relataremos los festejos del día 8, efectuados en el cuartel, antiguo caserón que fue convento, morada de frailes, y hoy es recinto que ocupan soldados, transformado en edificio higiénico, soleado, de blancas paredes, ordenado, de agradable aspecto, revelador de los cuidados exquisitos de los Jefes y Oficiales del Batallón que lo ocupa.

Consistieron esos festejos en la otorgación pública de premios a los Sargentos, Cabos y Soldados que se distinguieron por sus trabajos literarios, de orden patriótico; a los individuos de la charanga, por las piezas musicales de que eran autores; y a los primeros tiradores del Cuerpo. Fin de estos actos fue la solemne entrega a las Compañías, representadas por sus Capitanes y Tenientes, de un magnífico cuadro con el retrato del heroico Cabo Noval. Antes escuchamos una patriótica y elocuente arenga del señor Teniente Coronel D. José de la Torre Castro, Primer Jefe del Batallón.

El Coronel Comandante militar de la isla, Sr. Nájera, que presidía, puso término a la solemnidad de los actos con frases de enaltecimiento para la obra realizada por el Batallón Cazadores La Palma, número 20.

Festejos en el patio del cuartel
el día de la Patrona
Hasta las cinco, hora del rancho extraordinario, estuvieron los soldados entregados a ejercicios y juegos que hicieron pasar horas agradables a la numerosa concurrencia que ocupaba las galerías y gran parte del espacioso patio del cuartel. La alegría era general, espontánea la risa al trepar los soldados a la cucaña y en las carreras de saco.

¿Y qué decir de la verbena? Que el patio, adornado e iluminado con gusto, ofrecía sorprendente aspecto; que la juventud bailó rigodones y vals, y qué todos los invitados fueron obsequiados con esplendidez.

Y da por terminada su misión el cronista, con una franca enhorabuena al Comandante Sr. Alcalá Galiano, Presidente de la Comisión de festejos, y diciendo al señor de la Torre: Debéis estar satisfecho y orgulloso de vuestra obra. Así se educa al soldado, así se hace Patria, así se alcanza que militares y paisanos se llamen con satisfacción: españoles.»

La Ilustración Militar, nº 144, de 30 de diciembre de 1910

jueves, 12 de enero de 2023

Los Mosqueteros del Rey de Francia (Cont.)


Como continuación al artículo de los Mosqueteros del Rey de Francia, vamos a ver ahora cuál era la uniformidad y equipamiento que llevaban los mosqueteros.

Uniformidad

La uniformidad de los mosqueteros fue, como es de suponer, variando según pasaban los años. Primeramente, consistía en una casaca de color azul que tenía una cruz blanca en el pecho y en la espalda, siendo el resto de la ropa la que cada uno tuviese a bien llevar.

Mosqueteros del Rey. 1675
Fue en el año 1673 cuando se unificó la uniformidad de los mosqueteros, que consistía en un ropaje de color escarlata (camisola y pantalón) ribeteado con hilos de oro, botones y ojales dorados para la 1ª compañía y botone, ojales y plata trenzada para la 2ª compañía. Amos llevaban botas marrones. Por encima del ropaje llevaban la sobreveste característica de los mosqueteros, que consistía en una túnica o casaca sin mangas que se junta bajo el brazo, de paño azul forrado de color rojo, adornado con ribete de plata y decorado, según la graduación militar, en el pecho y espalda con la cruz de terciopelo blanca y flor de lis –símbolo heráldico de los Borbones– de plata en rama con las llamas de color rojo y plata para la 1ª compañía y amarillo y plata para la 2ª compañía. Finalmente, llevaban un sombrero de fieltro de ala ancha de color negro con adornos de oro o plata, según la compañía, con una pluma blanca.

A partir de 1683 se sustituyó la casaca azul por un abrigo‑tabardo también de color azul.

Mosqueteros grises (1ª) y negros (2ª)

Recordamos que a los mosqueteros de la 1ª compañía se les llamó los «mosqueteros grises» y a los de la 2ª «mosqueteros negros» por el color de sus caballos. Estos llevaban sobre la silla de montar un paño escarlata, ribeteado en oro los de la 1ª compañía y ribeteado en plata los de la 2ª.

Armamento

Mosquetero 1672
El armamento solía comprender la espada, llamada “espada ropera” porque se cargaba como un aditamento de la ropa, generalmente usada por moda y como arma de defensa personal, el mosquete, la famosa daga «main-gauche» y, más adelante, llevarían también dos pistolas.

La espada era de hoja recta y fina, diferente a la espada medieval, en que el diseño estaba pensado más en traspasar que en dar tajos y mandobles.

La daga era una hoja de 30 cm de largo unida a una empuñadura con largos ganchos. Su principal función era la de dar un golpe bajo, al contrario, cuando las espadas estaban trabadas.

El mosquete era un arma de fuego consistente en un cañón, más largo que el del arcabuz, unido a una culata de madera diseñada para que el tirador no sufriera quemaduras al disparar. Necesitaba el uso de una horquilla especial para poder mantener la precisión de tan pesada y potente arma.


lunes, 9 de enero de 2023

Los Mosqueteros del Rey de Francia

Todos hemos oído hablar de los famosos mosqueteros gracias a la obra de Alejandro Dumas, «Los Tres Mosqueteros», pero a parte de la ficción novelesca, los mosqueteros fueron en Francia más que una Unidad de Guardias al uso, fueron la unidad militar más famosa del ejército francés del Antiguo Régimen alcanzo su máximo esplendor durante el reinado de Luis XIV, el Rey Sol.

El origen

El origen de los mosqueteros se basa en un regimiento que el rey de Francia Enrique IV, el cual estaba dotado de carabinas. Este primitivo hecho fraguó en su hijo, Luis XIII, idease la creación, no de un regimiento, sino de una compañía que fue dotada del armamento más moderno: «el mosquete».

Esta compañía, fundada en el año 1622, estuvo dotada de 103 efectivos, 100 soldados y 3 oficiales, que combinaban formaciones de infantería y caballería. Su nombre francés era “Garde Mousquetaires” o “Mosqueteros de la Guardia”, ya que era una unidad militar Real.

Cardenal Richelieu

Pocos años después, una segunda compañía fue creada por el Cardenal Richelieu, primer ministro de Francia. Richelieu, para evitar suspicacias por parte del rey y de que este no sospechara que había creado una Guardia paralela a la suya, tomó sus precauciones disminuyendo el prestigio militar de esta compañía, no integrándola en la “Casa Militar del Rey de Francia” a la que pertenecían todas las unidades militares reales incluida la compañía de los Mosqueteros Reales. Esta situación provocó el recelo entre los componentes de la compañía de Richelieu y la compañía de Mosqueteros, ya que se les mostraba como inferiores.

El Cuerpo de Mosqueteros

Este Cuerpo no tenía en un principio el prestigio que tendría más adelante. Los nuevos reclutas, como unidad de segunda rama que era, eran los segundones de la nobleza francesa porque los de primer rango militaron en los “Cuerpo du Garde” y “Suisses Gardes”, cuerpos con más prestigio, aunque como Unidad Real que era no admitía personal que no fuera del estamento nobiliario.

Para estos nobles, de segundo rango, era muy interesante pertenecer al Cuerpo de Mosqueteros, puesto que podían así alcanzar fama y fortuna en este afamado cuerpo. Pronto sus componentes se ganaron una reconocida reputación dentro de los cuerpos reales por su «espíritu de cuerpo», su profesionalidad y su eficacia en combate, convirtiéndose en una unidad de élite en la batalla.

El buen hacer de sus miembros les hizo ganarse el favor real y obtener una gran popularidad entre la Corte Francesa y el pueblo parisino. Recibieron el honor de vigilar el palacio real por el perímetro exterior y de acompañar al rey en sus viajes. Su función militar era la protección del rey de Francia, pero únicamente cuando el rey salía de viaje o en campaña militar.

Los reclutas, al ingresar en el Cuerpo, recibían un intenso entrenamiento, convirtiéndose en una fuerza de combate muy fiable y potente. Eran capaces de luchar a pie, como infantería, y dispar a larga distancia con mosquete y posteriormente fusil, o a corta distancia con una pistola, en ambos casos su puntería era sin par. También fueron adiestrados para luchar cuerpo a cuerpo con el enemigo con espada y con una daga especial llamada «Main‑gauche», que servía para parar y detener golpes de espada. También eran jinetes expertos y podían disparar y combatir a caballo con gran habilidad, para lo que recibieron un esmerado entrenamiento similar a las unidades de caballería de dragones. Llegaron a ser la crème de la créme entre las fuerzas del ejército francés.

Le Tellier
François Michel Le Tellier, ministro de la guerra, reorganizó y modernizó el ejército francés permitiendo el ascenso a la jerarquía militar en función de los méritos y no solo por familia. Con respecto a los Mosqueteros del Rey todos los nuevos reclutas, aparte de ser nobles o caballeros, tendrían que haber servido en un regimiento al menos seis meses y haberse distinguido en él o evitar este requisito teniendo en la Corte del Rey, alguien de alto rango que apoyase directamente su causa o aspiración a entrar en los mosqueteros. Para ser nombrado oficial de los mosqueteros había que haber pertenecido al Cuerpo durante un número determinado de años y hacerse acreedor a tal ascenso.

A la muerte del Cardenal Richelieu en 1642, la segunda compañía pasó a depender del nuevo primer ministro, el cardenal Mazzarino, quien en 1646 la disolvió debido a los problemas de disciplina que ocasionaban continuamente. En 1657 volvió a crearla como Guardia personal suya con unos efectivos de 150 hombres. A la muerte del cardenal Mazzarino, la segunda compañía de mosqueteros pasó al servicio del rey, aunque sin integrarse con los mosqueteros reales (primera compañía), manteniéndose como segunda compañía.

Cardenal Mazarino

En 1663 ambas compañías contaban con unos efectivos de 300 hombres. En 1664 ambas compañías fueron reorganizadas: la primera compañía tomó el nombre de «mosqueteros grises» por el color de sus caballos, mientras que la segunda compañía fue llamada como «mosqueteros negros» por el color negro de los suyos. En 1665 el rey de Francia se adjudicó el rango de «Capitán de los Mosqueteros», máxima autoridad del Cuerpo. En 1668 sus efectivos se redujeron a 250 hombres en cada compañía después de la conquista del Franco Condado en la campaña de la “Guerra de Devolución”.

Tal era su prestigio y fama y, además de gozar del favor del rey, que el Cuerpo de Mosqueteros se convirtió en una suerte de “Academia de Oficiales” para los jóvenes de la nobleza, en el que los cadetes prestaban tres años de servicio en el Cuerpo y posteriormente recibían del rey una comisión como oficiales con rango de capitán en su carrera militar en el ejército francés. El inconveniente era el pequeño tamaño de la Unidad, dos compañías, que hacía que el número de plazas disponibles fuera muy limitado respecto al gran número de aspirantes.


Aparte del trasiego de jóvenes oficiales que usaron el Cuerpo como trampolín en su carrera militar, también permanecieron en él un núcleo de “veteranos” que aguantó muchos años aportando su veteranía y ascendiendo según marcaba el escalafón militar. El permanecer en las compañías de mosqueteros perjudicaba sus carreras militares, ya que las posibilidades de ascenso en el ejército regular eran infinitamente más grandes.

Los veteranos acumulaban antigüedad y recibían ascensos cuando era posible, pero el rey se acordaba de ellos: los 52 mosqueteros más antiguos, recibían una más que generosa pensión por parte de Luis XIV, la cual se valoraba en 250 libras anuales. Todo esto, en compensación por su lealtad y por haber sacrificado su carrera militar en el cuerpo de los mosqueteros del rey, renunciando a una provechosa carrera militar en el ejército regular. Es más que posible que muchos veteranos sintieran un inmenso orgullo y satisfacción el pertenecer al Cuerpo de los Mosqueteros del Rey, la unidad militar de más prestigio, siendo incondicionales al rey.

D'Artagnan
En 1667 el Cuerpo de los Mosqueteros del Rey recibía un nuevo jefe como Capitán de la Unidad, –la máxima autoridad de la unidad militar por detrás del rey–, este hombre se llamaba Charles de Batz-Castelmore d’Artagnan, mundialmente conocido por el famoso D’Artagnan de las novelas de Alejandro Dumas. El 25 de junio de 1673 D’Artagnan perdió la vida, tras recibir un disparo en el que una bala de mosquete le desgarró la garganta, durante el asedio francés a la ciudad de Maastrich en la Guerra Franco‑Holandesa. La muerte del mosquetero afectó profundamente a Luis XIV, quien decidió apadrinar a los hijos de su fiel servidor y del que dijo públicamente: «D'Artagnan y la Gloria tienen el mismo ataúd».

En 1776, los mosqueteros fueron disueltos por Luis XVI por razones presupuestarias. Reformados en 1789, fueron disueltos nuevamente poco después. Se reformaron de nuevo el 6 de julio de 1814 y definitivamente se disolvieron el 1 de enero de 1816.

lunes, 26 de diciembre de 2022

El sargento Hurdisau. La odisea de un héroe en Cuba

Revista La Nación Militar (1899)
En la Revista «La Nación Militar» Nº 5 de 29 de enero de 1899 me encuentro con la historia del Sargento Hurdisau. Uno de tantos de nuestros soldados que sufrieron con extrema gravedad los rigores de una guerra y que aun así, a pesar de las pésimas condiciones que padecían, dieron muestras de una valentía y honor fuera de lo común. Paso a contaros la historia del sargento de Ingenieros Julio Hurdisau como la contaban las crónicas de la época.

Los últimos desastres nacionales han producido en la opinión un desaliento y un pesimismo tan exagerados, que por todas partes existe la idea de la degeneración de la raza, creyéndonos nosotros mismos incapaces para reconquistar lo perdido y colocarnos en el puesto que nos corresponde entre las naciones europeas. Precisamente esas mismas guerras de Cuba y Filipinas, que tantas desgracias nos han proporcionado, han demostrado plenamente el error de los que tal cosa suponen; el soldado español

ha probado en ellas que es ahora el que siempre fue, al que nunca le faltó el valor para arrostrar los mayores peligros y seguir adelante con las más atrevidas empresas. el que hizo alardes de heroísmo cuantas veces se le presentó ocasión para ello.


En momentos de ligero entusiasmo y con el más absoluto desconocimiento de la realidad, se ha pedido al Ejército que entable una lucha desigual, imposible; y el Ejército ha ido al sacrificio sin que se le oiga una queja, sin medios, sin elementos, casi extenuado, y en esas condiciones se ha batido como correspondía a su tradición y a su historia; quiso continuar la lucha; apenas iniciada le ordenaron lo contrario, y obedeció ciegamente. Si hubiese resultado victorioso se multiplicarían las ovaciones; por desgracia no ha sido así, pero tampoco regresa vencido y, sin embargo, se le recibe con marcada frialdad e indiferencia. Si las tropas que midieron con el enemigo sus armas no alcanzaron el triunfo, se debió a la fatalidad, a mil causas que todo el mundo conoce, pero nunca a haber omitido sacrificios, o haberles escaseado el valor. Si los resultados han sido desastrosos, medítese que el Ejército no ha sido más que la víctima.


Allá por el mes de enero de 1897, la prensa describe con notable sencillez el triste fin del poblado de Guisa (Santiago de Cuba), defendido por una pequeña guarnición de infantería y dos cañones de campaña, y que después de varios días de sitio, arrasados los fortines exteriores, inutilizada la artillería, muertos o heridos casi todos sus defensores, y faltos de municiones el resto, caía en poder de numerosas fuerzas insurrectas de Calixto García, que hacían prisioneros a los escasos soldados que quedaron con vida.

En aquel desdichado relato dedicaba unas líneas al sargento de ingenieros Julio Hurdisau, jefe de la estación heliográfica, que con un cabo y tres soldados telegrafistas no desatendió por un momento siquiera, durante el sitio, su importantísima misión, a la par que defendió la torre hasta que fue destruida por un proyectil de la artillería enemiga.


En los últimos momentos de aquella heroica jornada, cuando el enemigo se acercaba al destacamento, cuya defensa se hacía ya imposible, el valiente sargento, herido de un casco de granada, y falto de fuerzas para mover la palanca del manipulador, pero sobrado de corazón, transmitía a la estación de Bayamo, el siguiente despacho:


Enemigo sigue bombardeando esta torre. -Transmito noticia desde el foso. - Dos piezas hacen fuego contra esta torre. – Dentro del pueblo tiran otras cuatro piezas. - Estoy herido de granada. - El cabo grave. - No puedo más. HURDISAU. -


Calixto García Íñiguez
La elocuencia del telegrama anterior hace inútil y excede a cuantos aplausos pudieran tributársele. Esas líneas en las cuales el moribundo sargento, se despedía de sus compañeros, a los que seguramente no soñaría ver más, llevan envuelta una idea de abnegación y cumplimiento del deber que jamás se podrá superar. El sargento Hurdisau cumplió el solemne juramento prestado ante la bandera, de defenderla hasta perder la última gota de su sangre. El Cuerpo de Ingenieros y el Ejército entero, deben enorgullecerse de contar en sus filas al héroe Hurdisau cuyo honroso proceder es digno de gloria imperecedera y debe servir de estímulo y ejemplo. El infante que defiende el puesto confiado hasta perder su vida, el artillero que permanece al lado de sus piezas, mientras puede servirlas, o el jinete que se lanza veloz a la carga contra el enemigo, aun seguro de encontrar en su carrera muerte cierta, son por igual admirables; tan héroe es el uno como el otro, pero todos al morir mueren matando, y esto ... aunque no debiera serlo, siempre es un consuelo; más el que despreciando el fuego, y viendo que se acerca el momento de su muerte, cumple mientras le queda una gota de sangre esa sagrada, pero deslucida misión, es más admirable todavía, revela un corazón más entero, realiza a mi entender un hecho más heroico, si caben grados en el heroísmo; llega a lo sublime ...


La noticia del sitio de Guisa se supo por el heliógrafo en Bayamo con algunos días de anticipación a la entrada de los insurrectos en el pueblo; pero las dificultades de la marcha y el pésimo estado del camino impidieron a la columna de socorro llegar a tiempo para auxiliar al pequeño destacamento, y sólo encontraron en el poblado las huellas del salvajismo y de la barbarie que por donde pasaban los insurrectos iban quedando.


Nada volvió a saberse de los prisioneros de Guisa, de cuya suerte nadie se ha preocupado (por creer segura su muerte), hasta que terminada la guerra con los Estados Unidos, han sido entregados varios de ellos, entre los cuales se cuenta Hurdisau, a las autoridades españolas de Holguín, desde cuya plaza fueron enviados a la Habana.

La presencia de Hurdisau en su antiguo batallón, donde ya había sido dado de baja, produjo general sorpresa, y el olvidado sargento, después de ocho meses de insufrible cautiverio, se encuentra entre sus compañeros.

Entrega de prisioneros al finalizar la guerra


Dificultades administrativas y económicas que no son de extrañar, dada la situación anómala de Cuba en estos meses anteriores a la entrega de la isla, han impedido que Hurdisau pueda cobrar sus haberes, alcances y demás cantidades que hubieran podido corresponderle durante los meses que permaneció en poder de los mambises, hallándose actualmente enfermo de cuerpo y alma, sin recursos y aun sin ropas en un hospital de la Habana, ansiando llegue el momento de regresar a la patria, que con tanto valor defendió, y abrazar sus padres y compañeros, entre los cuales encontrará, seguramente, la tranquilidad y cuidado de que se halla tan necesitado.


Dados los sentimientos de justicia en que siempre se ha inspirado el Excmo. Sr. Ministro de la Guerra, tenemos la seguridad de que no quedará sin el premio merecido la heroica conducta y méritos del sargento Hurdisau, acreedor a la admiración y respeto de cuantos se tengan por buenos españoles y al agradecimiento eterno de su patria.

viernes, 23 de diciembre de 2022

Unidades del Ejército Colonial Español en África: La Compañía Indígena de Montaña

La cordillera Rifeña forma una cadena montañosa entre Melilla y Ceuta con sus mayores altitudes en la zona central. Gemela de la cordillera Bética, no tiene picos tan altos como ésta ni como los del Gran Atlas que recorre el norte africano; aun así presenta un paisaje muy quebrado con varias cimas que sobrepasan los dos mil metros: Tidiguin (2448 m.), Yebel Tagsut (2328 m.), Dehdoj (2092 m.), Tisiren (2090 m.), Irnau Chabau (2008 m.), etc. Salva collados por encima de los 1500 m.

A lo largo de la crestería rifeña tiene el Ejército Español una de sus unidades más curiosas y desconocida: La Compañía Indígena de Montaña.

Creación, encuadramiento y equipación.

En diciembre de 1927, se creó inicialmente una Sección Indígena de Montaña por la necesidad de disponer tropas aptas para vigilancia, en todo tiempo, en la zona más agreste y difícil del Protectorado. Aunque las Fuerzas Militares de Marruecos ya tienen esa condición de Unidades de montaña, fue necesario crear, para guarnecer la zona más alta y compartimentada de la región, una tropa mejor dotada con equipo alpino y que sea más maniobrera y móvil, en las condiciones climatológicas más adversas.

Sección Indígena de Montaña fue organizada por el teniente Blond, con un caíd –oficial indígena con ordenanza–, un soldado español y dos acemileros indígenas en su plana mayor, dos equipos con trece soldados por equipo y tres patrullas de cuatro individuos. Tiene su campamento base en Imasinen.

En junio de 1929 se reorganiza la unidad y se convierte en La Compañía Indígena de Montaña que está al mando de un capitán del Ejército español con un teniente,  como segundo en el mando y pagador. La organización de la Compañía es la reglamentaria en nuestra infantería: una Plana Mayor o equipo de mando, y tres secciones a tres escuadras cada una. En julio de 1929 son destinados a la compañía el capitán de Infantería Carlos Letamendía Moure y el teniente de Infantería Epifanio Loperena de Andrés.

La plana mayor, a parte del capitán y el teniente, la formaban 12 hombres entre suboficiales y soldados españoles. Cada sección estaba mandada por un caid con su ordenanza, con tres mokaddemin –suboficiales indígenas–, 9 maauenin –cabos indígenas– y 36 askaris o soldados indígenas, total 50 hombres por sección. Completaban la plantilla 11 acemileros y los caballos y mulas necesarios. En total unos 175 hombres.

El vestuario de estas tropas de montaña recuerda al de los soldados regulares indígenas. En verano, visten con faja y turbante naranja. En invierno, turbante de franela, jersey gris, medias sin pie y calcetines de lana, y bota noruega. La gala consiste en un pantalón y una guerrera corta de paño verde oscuro. La prenda de abrigo la constituye una chilaba de paño también. En los temporales se abrigan con otra chilaba perfectamente impermeabilizada. Usa, además, la tropa guantes de lana, manoplas y gafas de talco.

El equipo es muy ligero; lo forma el correaje, la cantimplora y la «skara». El material que se emplea para la nieve es el esquí, las raquetas, las grapas y las cuerdas Toledano y como deporte el trineo. Cada escuadra está dotada de un piolet.

La instrucción y el ejercicio de estas fuerzas son intensos. Durante el verano practican todo lo que es posible practicar sin nieve: tal como calzarse el distinto material, los giros y las medias vueltas a pie firme, movimientos de equilibrio, gimnasia educativa, atlética y de educación militar, así como juegos y deportes como el balón a mano y el balón bolea. La esgrima tiene gran importancia en el en el programa de instrucción y, con ello, los ejercicios de aplicación, tales como auxilios a congelados, respiración artificial, transporte de heridos en brazos, utilización de artolas ligeras, recomposición de líneas telefónicas, montaje de estaciones, etc. El material de auxilio lo componen un termo de litro por escuadra y el botiquín de patrulla, para caso de accidente o congelación. El armamento es el reglamentario: mosquetón Máuser, machete y dos fusiles «Hotchkiss» ligeros por sección. Las clases indígenas llevan pistola y «gumía».

Los refugios de montaña

El askari de la Compañía de Montaña vigila especialmente a los enemigos de los caminantes y patrulla sus rutas. Y sobre todo ha construido en ellas refugios que emergen salvadores cuando la sábana blanca todo lo iguala. El refugio es una construcción sencilla, de mampostería y cubierta de cinc. En su interior hay una chimenea de leña, con combustible, teléfono y agua. También se encuentra una tablilla, escrita en español y en árabe que reza como sigue: