martes, 16 de noviembre de 2010

Las reinas de Enrique VIII (III)


Jane Seymour
La tercera esposa de Enrique VIII de Inglaterra fue Jane Seymour cuya fecha de nacimiento se desconoce, aunque se cree que nació hacia el 1509. Fue la madre del futuro rey Eduardo VI, único hijo varón de Enrique VIII y murió 12 días después de dar a luz a éste, el 24 de octubre de 1537.
Jane fue la cuarta de los 9 hijos de Sir John Seymour de Wiltshire y de Margaret Wentworth. Llegó a la corte del rey primero como dama de Catalina de Aragón y posteriormente de Ana Bolena y, siendo dama de honor de esta última, es cuando Enrique se fijó en ella. Jane destacaba por su bondad y simpatía más que por su belleza. El deseo de Enrique de casarse con Jane aceleró el proceso de acusación de adulterio, incesto y alta traición contra Ana Bolena y muestra de ello fue que contrajeron matrimonio el 30 de mayo de 1536, tan solo 11 días después de la decapitación de Ana, en el Palacio de Hampton Court, lujosa residencia que el cardenal Wolsey había regalado al rey para recuperar su favor.
Jane no simpatizaba con las ideas protestantes de su predecesora y, a pesar de ello, es con toda seguridad la única mujer de la que verdaderamente estuvo enamorado Enrique cuya repentina muerte dejó un profundo pesar en el rey.
Ambos reyes pasaban sus días en el Palacio de Hampton Court en compañía de las hijas de Enrique, las princesas María e Isabel, ya que Jane había convencido al rey para devolverlas a la corte. Trató a las princesas de manera casi maternal y consiguió reconciliarlas con su padre que hacía diez años que se encontraban distanciadas de él. Tuvo una relación más estrecha con María, católica al igual que ella, a la que procuraba mantener siempre a su lado. A Enrique no le gustaba la afinidad religiosa de su esposa ni de su hija, aunque lo aguantaba por estar enamorado de la reina y reconciliado con su hija.
Como reina, Jane Seymour hizo todo lo posible para diferenciarse de su antecesora siendo su actitud muy estricta y formal. Sus amistades eran sólo femeninas. Obsesionada por parecer una reina, se fijaba en los más los mínimos detalles, prohibió la moda francesa, introducida en la corte por Ana. Políticamente conservadora, su única intervención acabó cuando el rey le recordó que la última reina había perdido la cabeza por entrometerse en los asuntos políticos.
Cuando Jane quedó embarazada, María fue enviada al Palacio de Hudson, pero esta separación no fue óbice para que mantuviesen su relación por medio del envío mutuo de cartas y presentes.
Jane tuvo a su hijo el 12 de octubre de 1537 y colmó de felicidad a Enrique quien por fin tenía a su anhelado hijo varón al que pusieron por nombre Eduardo. Pero la felicidad a Enrique le duró poco tiempo pues a los doce días del alumbramiento, el 24 de octubre de 1537, la reina fallecía víctima de una fiebre puerperal producida tras el parto y muy común en aquellos tiempos. Algunos aseguran que fue envenenada por enemigos de su privilegiada familia que poco a poco fue perdiendo su fuerza.
A petición del rey, que se hallaba sumido en una profunda tristeza, la princesa María presidió, enlutada, los funerales de la reina. Jane Seymour está enterrada en el Castillo de Windsor.
El hijo de Jane llegó a ser rey de Inglaterra e Irlanda, a la edad de nueve años, con el nombre Eduardo VI tras la muerte de su padre. Aclamado por el pueblo al ser el hijo de la reina Jane, su gobierno estuvo condicionado por su carácter débil y enfermizo y por la protección de su tío, el ambicioso Eduard Seymour quien gobernó realmente Inglaterra al tiempo que saqueaba el Tesoro Real.
Los ambiciosos hermanos de Jane, Thomas y Edward, se aprovecharon de su memoria para aumentar sus propias fortunas. Tras la muerte de Enrique, Thomas contrajo matrimonio con su viuda, Catalina Parr. Ambos acabaron en el patíbulo, decapitados por sus intentos fallidos de alcanzar el poder.
Ambos reyes fueron pintados por el gran pintor Hans Holbein, el joven, hacia 1536. Al igual que Ana Bolena se dice que el fantasma de Jane Seymour no ha dejado de aparecer, hasta nuestros días, vagando por los corredores de Hampton Court, llevando en la mano un candelero con una vela encendida.
El reinado de Eduardo VI fue corto, por suerte para Inglaterra y fue elegida reina la princesa María, que había sido reconocida como legítima por el Parlamento, no sin antes haber tenido que lucharlo, como veremos en su momento.
Enrique se casaría con la flamenca Ana de Cleves como medio para fortalecer su posición y alianzas políticas más que por motivos sentimentales.
Foto: Retrato de Jane Seymour. Reina de Inglaterra. Hans Holbein, el joven. 1536. Mueso Histórico de Viena.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El Capitán Arredondo, doble laureado


Otro de los Legionarios laureados fue el Capitán D. Pablo Arredondo Acuña, a este bravo Oficial se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando en dos ocasiones, ambas en África. La primera de ellas siendo Segundo Teniente en el combate de Laucien, en Tetuán, y la segunda, ya como Capitán, en el repliegue de la columna del General Serrano desde Xeruta al Zoco-Arbáa donde encontró la muerte.
Veamos cuales fueron sus méritos por los que se hizo acreedor de tan altas recompensas.
Primera Laureada
El día 11 de junio de 1913, durante el desarrollo del Combate de Laucien, en Tetuán, el Segundo Teniente de Infantería D. Pablo Arredondo Acuña al mando de una sección de la 3ª Compañía del Batallón de Cazadores de Arapiles nº 9, realiza con ella un ataque a bayoneta calada frente al enemigo. En el transcurso del mismo es herido de bala en la ingle, a pesar de lo cual continuó en su puesto alentando a sus hombres y tomo parte en dos ataque más, destacándose por su serenidad y valor.
Por esta acción se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando por Orden Circular de 14 de enero de 1915.
Segunda Laureada
El 19 de noviembre de 1924, durante el repliegue de la columna del General Serrano desde Xeruta al Zoco-Arbáa, el Capitán D. Pablo Arredondo Acuña se destacó por su heroico comportamiento ofreciendo su vida a la Patria. El Capitán Arredondo mandaba la 1ª Bandera del Tercio, y apenas iniciado el movimiento, bajo un fuerte temporal de agua y viento, la columna fue atacada con gran intensidad por un numeroso grupo de enemigos de las Cábilas de Xeruta y de otras próximas a Xauen y Dar Accoba. Muerto el General Serrano durante el ataque y siendo ocupados por los moros los puestos de protección abandonados prematuramente por la columna, en cuyos últimos escalones iba la Bandera del Capitán Arredondo, éste tuvo que continuar la marcha en condiciones muy desfavorables.
Acentuado el ataque del enemigo sobre la 1ª Compañía de la Bandera, que ocupaba el puesto de mayor peligro, el Capitán Arredondo tomó el mando de esa unidad, entablando una lucha desesperada en circunstancias cada vez más desfavorables por las numerosas bajas sufridas y por el incremento constante que el enemigo recibía. Herido el Capitán, sigue alentando a sus hombres con notable ejemplo de espíritu y valor, consiguiendo contener al enemigo y propiciando así el retiro de la Compañía de Ametralladoras y de la 2ª Compañía de la Bandera, momento en el que recibió una segunda herida que le ocasiona honrosa muerte en el mismo campo de batalla.
Por esta acción se le concede la Segunda Cruz Laureada de San Fernando por Orden Circular de 11 de enero de 1929 (Diario Oficial nº 8)
Fotos: Capitán Legionario D. Pablo Arredondo Acuña y la Cruz Laureada de San Fernando.

martes, 2 de noviembre de 2010

Los vikingos (I)


El origen de los vikingos
Mucho se ha hablado de los vikingos a largo de la historia, se les ha considerado siempre como un pueblo salvaje que asoló las costas europeas a lo largo de la Edad Media. Pero a pesar de ello es un pueblo que siempre ha causado una gran fascinación por muchos motivos, por su manera de vestir, por sus rudas costumbres, por su carácter marinero, por su brutalidad, por sus creencias, y por un largo etcétera. Hoy voy a tratar de contar como eran los vikingos, sus costumbres, sus expediciones y finalmente su ocaso, ya que terminaron absorbidos por los pueblos que conquistaron.
Con la denominación de vikingos se designó a los pueblos escandinavos que, entre los siglos VI al XI, asolaron y aterrorizaron las costas europeas mediante el saqueo y el pillaje. La palabra vikingo, aunque su origen es oscuro, parece ser que proviene del antiguo término nórdico «vik» que significa cala o pequeña bahía, de «vikingr» que se utilizaba para cuando estos pueblos nórdicos realizaban sus razzias fuera de su territorio de origen. Por tanto vikingos significaría hombres de las calas o bahías del norte en expedición de saqueo o pillaje. También podría derivar del término «viken», dado a los habitantes de la región del fiordo de Oslo, y que por extensión se aplicara a todas las tribus nórdicas. Los francos les llamaron «normandos» refiriéndose a ellos como los «hombres que vienen del norte» siendo esta la denominación que se les daba en la época, o bien simplemente se les llamaban bárbaros o piratas. Cada pueblo los denominaba de una manera distinta así los anglosajones les llamaban «danes», cualquiera que fuese su origen. Los irlandeses, eran los «lochlannach», y su patria era Lochlann, el país de los lochs o lagos. También les llamaban «gall», extranjeros, haciendo una distinción entre los extranjeros blancos, que eran los noruegos y los extranjeros negros, los daneses. Algunas crónicas alemanas les designan con el nombre de «ascomanni», los hombres del fresno, quizás porque utilizaban esta madera para construir sus barcos. Los árabes de España les denominaban «magus», infieles. Los bizantinos y árabes los llamaban «rus», de la palabra sueca ruotsi, remeros. Finalmente, hacia el final de la era vikinga, los griegos les llamaban «varegos», de varingjiar en antiguo nórdico.
En aquella época, el apelativo de «vikingo» se aplicaba a la expedición como tal. El que participaba en ella era un «vikingr». Hoy la denominación de vikingo se aplica tanto a los hombres como a la cultura nórdica y escandinava de aquel período.
Los vikingos provenían de una tierra con fiordos de aguas muy profundas, las actuales costas de Noruega, Suecia y Dinamarca. La unidad económica básica era la granja familiar. Vivían e cabañas de paja y eran granjeros y ganaderos, por tanto, dependían en gran medida de la temporada de cosechas y del ganado. Pero el creciente aumento de la población unido a la pobreza de las tierras exigió la necesidad de disponer de más tierras cultivables y generó grandes tensiones entre los clanes vikingos que culminaron cuando los más fuertes atacaron y sometieron a los más débiles. La violencia y la brutalidad con que se realizaron estos ataques, produjo una feroz lucha por la tierra que los llevó a buscar riquezas más allá de sus fronteras. A partir de ese momento la codicia y la brutalidad fueron sus señas de identidad en las campañas que realizaron, donde saqueaban, mataban, violaban, raptaban, quemaban y destruían todo lugar por donde pasaban.
Fueron unos grandes marineros y unos excepcionales guerreros, además de diestros artesanos y comerciantes. La necesidad de buscar fortuna más allá de sus tierras, unió a los distintos clanes en un fin común y crearon, lo que cambiaría el futuro de sus pueblos, el famoso barco largo vikingo, el «drakkar», llamado así porque las proas y las popas estaba adornadas con cabezas de dragón. A partir del siglo VIII, estas extraordinarias naves, revolucionarias para la época, cambiaron el curso de la historia y dieron origen a una serie de oleadas que azotaron Europa durante los tres siglos siguientes.
En el «drakkar» los vikingos pusieron de manifiesto sus grandes dotes marineras. Eran barcos de poco calado y de una gran movilidad y adaptabilidad. Con estos barcos atravesaban velozmente el mar asolando las costas por donde pasaban. Los pueblos costeros estaban atemorizados por los vikingos debido a su ferocidad y extremada crueldad. Nada parecía detenerlos
Los vikingos no tenían una estructura política muy definida, daban gran importancia a la libertad y a la igualdad entre los miembros del clan y por tanto no disponía de la figura de un rey o príncipe como tal, aunque sí que cada clan tenía un jefe, cuya autoridad aceptaban porque eran el más valeroso, el más experimentado o el más rico de la comunidad. Las expediciones se organizaban en torno a él.
Los vikingos sólo se unían para realizar sus misiones, dejando a sus esposas e hijos al cuidado de sus poblados. Su objetivo era saquear para adquirir tesoros y riquezas, y para ello iban armados, como decimos ahora “hasta los dientes”. En el combate eran a la vez osados y prudentes y no se obstinaban cuando la fortuna les daba la espalda. Por ello, las derrotas sufridas, que mencionan las crónicas cristianas, no fueron más que repliegues tácticos cuando las circunstancias les eran desfavorables. Cuando eran derrotados de verdad aprendían de la derrotaba y evitaba arriesgarse de manera similar en posteriores ocasiones. Generalmente estaban bien informados sobre la situación política y la capacidad militar de los países que pretendían atacar, lo que les permitía disponer de cierta ventaja sobre sus adversarios. Eran hábiles en adoptar posiciones defensivas durante las conquistas, así en el momento en que se detenían en un lugar cavaban fosas con montículos de tierra alrededor de su campamento para protegerse de cualquier ataque sorpresa.
Al margen de las leyendas que hay sobre los vikingos, lo que sí que está claro es que eran exploradores, comerciantes, marineros, colonos, que cruzaron los mares en busca de riquezas y tesoros de los que carecían. Para las poblaciones europeas, no eran nada más que bárbaros con costumbres muy diferentes a las suyas, aunque eran bárbaros tenían sus costumbres, leyes y una cultura propia que no trataron de imponer a ninguna población sometida.

Será a finales del siglo VIII, cuando los vikingos pusieron sus miras en botines mayores. Las principales ciudades de Europa estaban a punto de sentir el poder y la furia de estos “bárbaros” llegados de los hielos del Norte del Mundo.
Foto: Dibujo de drakkars vikingos

lunes, 1 de noviembre de 2010

Las reinas de Enrique VIII (II)


Ana Bolena
Ana Bolena nació hacia 1507, en Rochford Hall, condado de Essex. Era hija de sir Thomas Bolena, posteriormente vizconde de Rochford y conde de Wiltshire y Ormonde, y de Isabel Howard, hija del conde de Norfolk. Pertenecía, pues, a una de las familias más influyentes de la nobleza inglesa. La mayor parte de su infancia la pasó en Francia, en la refinada corte del rey Francisco I, al servicio de Margarita de Austria, donde recibió una esmerada educación.
Enrique VIII conoció a Ana cuando frecuentaba la casa de los Bolena, como amante de su hermana mayor María y se enamoró perdidamente de ella.
Ana a su regreso a Inglaterra en 1522, entró en la corte como dama de la reina Catalina de Aragón, esposa de Enrique VIII. Su porte y atractivo impresionó tanto a la corte que pronto se vio rodeada de multitud de admiradores. Los principales fueron Lord Henry Percy, heredero del condado de Northumberland, y el propio rey quien, para evitar que Ana contrajese matrimonio con Percy, cubrió de títulos y posesiones al padre de Ana. Finalmente, Enrique ordenó la intervención del cardenal Wolsey para impedir su boda.
Enrique VIII, aunque ya no era el joven y esbelto que se casó con Catalina sino que era un hombre robusto y obeso, estaba prendado de Ana y la cortejó sin conseguir que ella accediera a sus requerimientos aduciendo que solo se le entregaría como esposa no como amante. Enrique decidido a conseguirla a cualquier precio, pidió el divorcio a su mujer, que se negó a concedérselo. Catalina de Aragón había tenido dos hijos varones, que nacieron muertos, y una niña, María. La edad de la reina hacía prever que no podría darle a Enrique el deseado hijo varón que necesitaba para dar continuidad a la dinastía Tudor y el heredero varón se convirtió en una auténtica obsesión para él.
Con esa obsesión y habiendo puesto sus ojos en Ana Bolena para que le diese el ansiado heredero varón, en 1527, Enrique solicitó a la Santa Sede la anulación de su matrimonio con el pretexto de que Catalina había sido la viuda de su hermano Arturo y que según la Santa Biblia no debiera haberse realizado. Pero la posición del Papa Clemente VII que no quería disgustar al Emperador Carlos V, sobrino de la reina Catalina, tras dos años de demora, no cedió ante las presiones del rey inglés.
Esto trajo consigo la crisis política entre Inglaterra y Roma con la ruptura de las relaciones con el Papado y la creación de la Iglesia Anglicana, influido por la Reforma luterana, a la cabeza de la cual se encontraba en propio rey, a pesar de que poco tiempo antes Enrique había proclamado su adhesión inquebrantable al catolicismo. Enrique necesitaba casarse con Ana, que estaba embarazada, para lo cual Thomas Cranmer, primer Arzobispo de Canterbury de la nueva Iglesia Anglicana, legitimó el matrimonio con Ana Bolena, el 25 de enero de 1533, al tiempo que declaró nulo el contraído con Catalina. Así, Ana Bolena fue coronada reina de Inglaterra el 1 de junio de 1533 y Catalina formalmente despojada de su título como reina. Para el pueblo inglés Ana Bolena había usurpado el trono a Catalina a la que habían recluido en un castillo y era a la que querían como reina legítima.
El día del esperado alumbramiento de Ana Bolena fue, para desilusión del rey y congoja de la reina, una robusta niña a la que se dio el nombre de Isabel. Tras este nacimiento, la relación entre ambos se deterioró notablemente y el final vino cuando Ana, tras un nuevo embarazo dio a luz un niño muerto. Enrique pensaba que era castigado por Dios ya al tiempo se produjo la muerte de Catalina y la excomunión de Enrique y Ana.
Enrique comenzó a fijarse en una joven dama de honor de su esposa, Juana Seymour, al tiempo que se convencía de que se había casado con Ana debido a las brujerías a las que le había sometido, así el 2 de mayo de 1536, Ana fue detenida durante el almuerzo y llevada a la Torre de Londres. Tras su reclusión, comenzó el proceso judicial con la intención de librarse de ella a cualquier precio, basándose en circunstancias reales o ficticias de difícil justificación, ya que los documentos sobre el proceso desaparecieron y los acusados declararon su culpabilidad tras terribles torturas. Ana se mantuvo firme todo el tiempo en su declaración de inocencia.
El tribunal que la juzgaba estaba presidido por el tío de Ana, el Duque de Norfolk, y ante él fue acusada de adúltera por tener como amantes a cuatro cortesanos y de incesto, por supuesta relación carnal con su hermano George Bolena y de alta traición a la Corona.
El tribunal condenó a los cuatro supuestos amantes, Sir Francis Weston, sir Henry Norris y William Brereton mantuvieron públicamente su inocencia y sólo el torturado Mark Smeaton se declaró culpable. El 17 de mayo, George Bolena y los otros cuatro acusados fueron decapitados.
El 19 de mayo de 1536, tras diecisiete días encarcelada, lord Kingston, el encargado de la Torre de Londres, condujo a Ana a la «Torre verde» donde se realizaría la ejecución para la que se había contratado a un verdugo de Calais que lo haría con una espada de doble filo, en lugar de decapitar a una reina con el hacha común.
Se dice que al enterarse, Ana le comentó a Lord Kingston: «No tendrá mucho problema, ya que tengo un cuello pequeño. ¡Seré conocida como La Reine sans tête —La reina sin cabeza—!»
El 30 de mayo de 1536, Enrique VIII contrajo matrimonio con Jane Seymour, su tercera esposa, que moriría dos años después al dar a luz al príncipe Eduardo.
La reina inmolada fue llamada "Ana de los mil días” por el tiempo que duró su reinado. Aún hoy corre la leyenda de que el fantasma decapitado de la reina se aparece en la capilla de San Pedro, situada en la Torre londinense. Se dice que es el fantasma que más apariciones ha tenido, unas 30.000 en 120 lugares. Fue visto por última vez en 1933.
Nunca se ha probado documentalmente la culpabilidad de Ana Bolena en los cargos que la llevaron a la muerte. Lo más seguro es que fuese víctima de un complot para eliminarla del trono al no poder tener hijos varones. El secretario del rey, Thomas Cromwell, enemigo declarado de los Bolena, y el deseo del propio Enrique de casarse con su nueva amante, lady Jane Seymour, fueron factores decisivos en el triste final de la reina Ana Bolena.
Foto: Retrato de Ana Bolena pintado después de su muerte. Castillo de Hever, Kent.