lunes, 31 de agosto de 2015

Historias del Rif, contadas por los propios rifeños

Protectorado Español en Marruecos
El tiempo en el que España estaba al frente de la Administración del Protectorado de Marruecos muchas son las historias y anécdotas que tuvieron lugar en aquellas tierras, especialmente las que trataban sobre cuestiones de guerra pero también se daban las que provenían de las costumbres, modos de vida y tradiciones de las gentes del Rif, de los propios refeños.

Esta historia que os pongo a continuación la contaba un periodista español que escribía habitualmente sobre los rifeños. Dice así:

«El  Fakih Si Ali volvió a mirarme, esta vez más fijamente con sus grandes ojos llenos de recelo.Yo insistí sin piedad.

Pero dime, Fakih. ¿No es posible que entre tantos y tantos santos musulmanes haya alguno que viva aún en la tradición más por milagro do la fe que por la influencia de sus virtudes? ¿'Todos fueron realmente santos?

Titubeó el Fakih. Quería ser sincero, pero no se atrevía por miedo a que la verdad fuese un pecado. Al fin, con una leve sonrisa irónica dijo:

— Si El Raisuli hubiese muerto en su casa de Tazarot, sus familiares, como era rico, le hubieran levantado una gran kobba. Y con el tiempo, olvidada su azarosa vida en medio de los caminos, se hubiera convertido el santuario en lugar de devota peregrinación. El Raisuli sería entonces uno de los santos más venerados. Y ya ves. Dios no lo quiso. Fue un gran pecador y el castigo cayó sobre él. Su tumba, que ya nadie recuerda en Tamasint, será borrada poco a poco con los temporales. Luego, no quedará nada; ni la leyenda. El Raisuli, con una tumba ostentosa en Beni Aros, hubiese sido para el porvenir un gran santo. Y todos conocimos sus virtudes... Esto de la santidad es a veces difícil de conseguir, a veces demasiado fácil también. Dios, que todo lo sabe, todo lo dispone. Escucha lo que sucedió una vez en...

El Fakih Si Ali se interrumpió. Estuvo a punto de decir el lugar del suceso. En un momento de expansión confidencial, quiso, o amigo, abrir su pecho a la franqueza, pero no debía descubrir a los sencillos creyentes que se equivocaron. No, no... Que nadie supiese por él dónde había sido este error... de santidad.

El Fakih sonrió al corregir su ligereza, y siguió así su plática:

Había una vez en cierto lugar un comerciante bien acomodado que gustaba de correr mundos en busca de su honrada ganancia.  Hacia largos viajes a muy lejanas tierras y los afanes del tráfico le obligaban frecuentemente a prolongar las ausencias mucho tiempo. Era nuestro hombre, musulmán de buena ley, laborioso y sencillo, amante de su casa y de lo suyo, y tan respetadopor su bondad como admirado por su riqueza. Y siendo así era voluntarioso, pues la vida sólo le enseñaba sus satisfacciones, y por ello gustaba de hacer siempre lo que a bien tenía. Y aconteció para su mal que la suerte así juega con los felices, que un perro que poseía nuestro hombre y que era quizás el más querido de sus caprichos, murió, y con su muerte ensombreció el ánino de su dueño y le puso casi en el límite de la desesperación. Tenía el comerciante que marchar a su negocio y no queriendo que su fidelísimo can fuese al estercolero, como era posible, hizo cavar en su huerto una fosa, y, para señalarla, sepultado el animalito, colocó sobre ella un montón de piedras y las marcó con cal, para que el lugar le fuese conocido. Y satisfecho de su buena acción, marchóse nuestro hombre a recorrer mundos.

Pasaron dos años, quizás tres, tal vez cuatro... Y un día regresó. Y cuál no sería su asombro cuando al buscar en su huerto la sepultura del perro, hallóse con una hermosa kobba, bellamente construida, blanca y reluciente de limpieza. Sobre el arco de la puerta leyó una inscripción. En la ventana vio los exvotos que la devoción fue colgando...

Creyó soñar. Tocó las paredes. Dio vueltas y vueltas en torno al santuario. Pensó que no era su terreno; que aquella casa frontera no era la suya. Temía preguntar piero preguntó. Le respondieron que era Sidi T.... un santo veneradísimo en toda la región, porque sacaba los demonios del cuerpo, como Sidi Malek, el otro milagroso de la llanura de Mei'ika. Todos decían lo mismo. Y lo repetían llenos de respeto  sugestionados por la prodigiosa taumaturgia del santo.


En su ánimo hubo entonces una penosa confusión de sentimientos contradictorios. Quiso protestar de aquella mentira que llevó a los musulmanes a la veneración de un perro. Mas también sintió sobre su atribulado espíritu el agobio del fanatismo secular. 1 quedó sumido en la duda. ^Y' si un milagro obró aquella maravilla?...

Pero se reveló. Nadie más que él podía querer a su perro. Y él no lo adoraba. Indignóle aquella profanación hecha a nombre de un santo.


      —    ¿Pero estáis seguros de que éste es el santuario de Sidi T...?—gritó a los fieles que rezaban.

Sus estentóreas voces causaron estupor en aquella buena gente piadosa. Le miraron con asombro. El insistió;
     
     —   ¿Piero estáis seguros de que aquí está enterrado Sidi T...? ¿Y si yo os dijera que ésta es la sepultura de mi perro?...

Los fieles se ocultaron el rostro horrorizados de la blasfemia. Y gritaron:

      —    ¡Maldito seas! ¡Maldito seas! ¡Que así te atrevas a injuriar a nuestro santo! ¡Tuno eres musulmán, tu no eres creyente! ¡Maldito seas!...

Acudió más gente. Pronto el grupo se fue engrosando por una multitud enardecida, que voceaba y gesticulaba iracunda. Ahora, siendo tantos y fortalecidos aún más por el furor, le amenazaban, querían matarle. Una piedra rozó su cabeza. Otra le dio en el pecho. Un mocetón avanzó con un grueso palo levantado. Unas mujeres, exaltadísimas, le escupieron y le maldijeron con los más tremendos anatemas. Kl circulo se estrechaba cada vez más. Le acosaban, le acosaban como a una fiera...

El se mantuvo quieto, erguido, sereno, valeroso. Y repitió, como tirándoles las palabras a la cara:

      —    Os afirmo que ésta es la tumba de mi perro. Y. si no, decidme, creyentes: ¿Puede el cuerpo de un santo convertirse en un perro? ¿Dios permitiría esto? ¡Imposible! Y os voy a demostrar que aquí lo que hay enterrado es un perro, pues yo mismo vi cavar su fosa.

La multitud, fanática y supersticiosa, impresionada por el tono de rotunda firmeza que había en sus palabras, que parecían de un iluminado, quedó en silencio, sobrecogida de temor.

Requirieron unas azadas y algunos, voluntariamente, empezaron afanosamente a descubrir la sepultura. Sólo se oía el golpe seco de las herramientas y el latir ansioso de los corazones. Pronto hallaron un esqueleto. Y era, claro está, ¡el del perro!..,

¿Cómo pudo aquello ocurrir? Sencilla y natural explicación fue la que después dióse al suceso. Un día—dicen—una viejecita se sentó a descansar junto al montón de piedras blanqueadas que señalaba la sepultura del afortunado perro. Al rato un mendigo se acomodó en aquel sitio y comenzó su plañidera súplica. Unos heddauas, de la pordiosera cofradía de los harapientos, formaron corro cerca de las piedras. Unos aisauas errabundos, con sus panderos, sus flautas y sus brujerías, se pararon allí a contar sus asombrosas mentiras...

Pronto el lugar convirtióse en centro de una abigarrada concurrencia. Y alguien, que esto es harto frecuente en tierra de moros, dijo que aquella era la tumba de im santo. Otro dijo su nombre. Alguno relató sus prodigiosos milagros... Fueron entonces frecuentes y abundantes las limosnas, que no hay mortal que no tenga que pedir algo a los santos, y la piedad y la devoción de los creyentes levantó después aquél veneradísimo santuario, al que acudían de las más apartadas regiones, en peregrinación constante, los pobres de espíritu y los atormentados por el fanatismo a sacarse los demonios del cuerpo...

Pero a los fieles de Sidi T... les costaba trabajo negar y perder aquella maravillosa taumaturgia del santo. Y tal vez—el Fakih Si Ali no lo dice — quedáronse en la veneración el santo y el perro. 

Y no es de extrañar. En Temsaman, en Cabo Quilates, está la kobba de Sidi Xaib Bu Meftah y un poco apartada la sepultura de su perro y nadie puede visitar la kobba sin haber pasado antes a reverenciar al perro cuya intercesión se pide. En Beni Bufrah existe también la tumba de otro perro milagroso. En Bokoia, en el aduar de Maia, está la Zauia del santo que pudiéramos llamar el patrón de los perros...

Y si Sidi T... siguió haciendo milagros, ¿por qué no habían de rezarle?

El Fakih Si Ali, comprensivo y bueno, sonrió levemente». 

miércoles, 26 de agosto de 2015

Las momias de los guanches

Pastor guanche
Cuando en el primer cuarto del siglo pasado se profundizó en los descubrimientos arqueológicos en el archipiélago canario, especialmente en los enterramientos tumulares, se vio que los antiguos habitantes del archipiélago mirlaban (embalsamaban) los cadáveres, lo que ha sido objeto de enconados estudios y conjeturas, así como de la inevitable comparación con la momificación y embalsamiento del antiguo Egipto.

Estas momias descubiertas en las islas se conservan en los principales museos canarios y en el Museo Nacional de Antropología de Madrid. Los guanches las llamaban xaxos (desecado).

Los conquistadores españoles, cuando llegaron a Canarias, se encontraron con unas sociedades aborígenes de costumbres muy distintas a las suyas, de cultura material neolítica y de economía pastoril, creían en el más allá y embalsamaban a los muertos de mayor rango.

Una de las dos Momias guanches de
 Necochea en el Museo de la Naturaleza
y  el Hombre de Santa Cruz de Tenerife
Fuentes documentales de la época de la Conquista ya dan constancia de estas prácticas. El historiador Pedro Gómez Escudero en sus “Crónicas” escribe que “la manteca y el sebo os guardaban en ollas y leñas olorosas para exequias de los difuntos, untándolos y ahumándolos y poniéndolos en arena quemada los dejaban mirlados y en quince o veinte días los metían en las cuevas, y éstos eran los más nobles…”.

Fray Alonso de Espinosa, escribió en 1594 que “luego que el enfermo moría se colocaba su cadáver sobré una ancha mesa de piedra, donde se hacía la disecación para extraerle las entrañas". "Lavábanle dos veces cada día en agua fría y sal todas las partes más endebles del cuerpo, como son orejas, dedos, pulsos, ingles, etc., y luego le ungían todo con una confección de manteca de cabras, hierbas aromáticas, corcho de pino, resina de tea, polvo de brezos, de piedra pómez y otros absorbentes y secantes, dejándole después expuesto a los rayos del Sol. Esta operación se hacía en el espacio de quince días, a cuyo tiempo los parientes del muerto celebraban sus exequias con una gran pompa de llanto".

La llamada Momia guanche de Madrid, situada en el
Museo Nacional de Antropología en Madrid
El historiador Fray Juan Abreu Galindo, en 1932 cuenta que a los nobles e hidalgos los “mirlaban al sol, sacándole las tripas y estómago, hígado y bazo, y todo lo interior, lavándolo primero y lo enterraban, y al cuerpo sacaban y vendaban con unas correas de cuero muy apretadas, y poniéndoles sus tamarcos y toneletes, como cuando vivían, e hincados unos palos, los metían en cuevas, que tenían dispuestas para este efecto, arrimados en pié...".

El doctor Tomás Marín y Cubas, en 1694, afirmaba que “al cadáver le abrían el vientre por la parte derecha de bajo de las costillas, a modo de media luna, por donde sacaban las vísceras; y por la cabeza extraían la lengua y los sesos. Los huecos eran rellenados de mezcla de arena, casacras de pino molidas y  borujo de ‘yoya’ o mocanes, cerrándolos luego".

Ataúd, depositado en una
cueva de Ayagaures
Aunque estos testimonios de época de la Conquista así lo manifiestan, no se ha podido confirmar que la evisceración fuese una práctica extendida en Canarias ya que el historiador y naturalista Viera y Clavijo, en el siglo XVIII, afirma en sus escritos que descubrió momias conteniendo todas sus vísceras. Lo mismo ocurre con las momias halladas en las cuevas del cumbreño pago de Acusa, del término municipal de Artenara (Gran Canaria), las cuales conservan ojos, tráquea, esófago, pulmones, etc. Estas momias, envueltas en tejidos de junco y dos pieles, aparecieron dentro de ataúdes especiales formados toscamente por cortezas de drago y tablas de tea. Es posible que estas prácticas de evisceración se llevasen cabo, en algunas ocasiones, en función del rango del difunto.

Entre las momias guanches destaca por sus dimensiones colosales la hallada en el pago de Arguineguín (Gran Canaria), tiene una longitud de dos metros y está envuelta en numerosas pieles de fino adobo lo que sin duda hace pensar que perteneció a una alta clase social.

La Necrópolis de Maipés en Agaete, Gran Canaria
No todos los cadáveres, ya embalsamados, eran amortajados con pieles, sino que lo hacían también sólo con envolturas de tejidos de junco y palma, de diversos tejidos, y otras veces de forro o pellejos de cabras y junco. Así preparadas las momias las llevaban a las grutas naturales o excavadas, emplazadas en lugares de difícil acceso, para el reposo eterno de sus difuntos.

El pueblo guanche era un pueblo creyente en un divinidad y en la otra vida de ahí sus ritos y sus prácticas de embalsamamientos y exequias funerarias. El motivo de enterrar las momias en grutas era porque los guanches no enterraban a sus difuntos en la tierra por temor a que sus xaxos fuesen destruidos por los gusanos, así que una vez mirlados los depositaban en grutas naturales o excavadas en la roca basáltica, o los depositaban en fosas construidas en zonas pedregosas formadas por escorias de las erupciones volcánicas.

Ritual guanche
Estas fosas o túmulos  solían tener algunos tablones sobre los que se colocaba el cadáver; otros por el contrario, absolutamente nada. Los sepulcros unipersonales los formaban de piedras sueltas. Sus dimensiones eran  de dos metros por sesenta centímetros de ancho y cincuenta centímetros de alto, incluido el revestimiento exterior, formado de lajas y otras piedras que luego daban forma de pequeño montículo.

Sobre quién o quiénes eran los encargados de embalsamar a los difuntos, las fuentes dan testimonios dispares. Unas atribuyen el trabajo a una casta cuyos integrantes eran marginados y excluidos del resto de actividades sociales, mientras que otras los atribuyen a los miembros de la casta sacerdotal. Parece ser que  se presentaban allá donde eran necesarios, en absoluto silencio y envueltos en un largo manto de piel de cabra y con la cara pintada de blanco. Encendían una hoguera junto al lugar donde se encontraba el difunto, que era el el lugar al que el alma debía regresar, y tras embalsamar el cadáver lo depositaban en la cueva, en cuya entrada permanecía uno de ellos, en completo ayuno, durante todo un mes, observando las señales que indicaban si el alma del difunto había continuado su camino hacia el sol o, por el contrario, iba al infierno.

Imagiario de un enterramiento guanche
Junto a los túmulos y sepulturas, en determinados días los familiares del difunto, con el objeto de hacer fuego cerca o sobre de sus tumbas, aderezándolas con comidas. A la mujer difunta llevaba comida su marido y a este su mujer. Todo ello tenía su fundamento en el culto a la otra vida. Marín y Cubas afirma: "el alma era hija del sol y los fantasmas eran llamados "magios" que significaba encantados u ocultos, que tenían allá otra vida de penas y afanes congojosas, por lo cual andaban llevándoles de comer a los sepultados".

Muchos no saben que en nuestro propio territorio tenemos también enterramientos y momias  del estilo de las egipcias con las singularidades de nuestros pueblos aborígenes como es el caso de los guanches.

martes, 25 de agosto de 2015

Hechos heroicos del Regimiento de Infantería Cartagena nº 70 en Marruecos

Una Sección del Batallón en el Campamento de Tafesit
La edición melillense de la revista gráfica de información africana, “La Ilustración del Rif”, de septiembre de 1925, relata unos hechos de armas llevados a cabo por los heroicos miembros del Regimiento de Infantería Cartagena nº 70  en su participación en la Guerra de Marruecos, que me gustaría recordar a continuación.

Siendo coronel del Regimiento Cartagena nº 70, don Victoriano de la Peña Cussi, el sábado 5 de julio de 1924 uno de sus dos Batallones con 730 componentes embarca con rumbo a Melilla.

El comandante Rodolfo Espa
con algunos de sus oficiales
El Batallón Expedicionario de Cartagena nº 70, desembarca en Melilla el día 6 de julio, y el 13 de igual mes y año, marcha, por jornadas ordinarias, al campamento de Tafersit; siendo felicitado por el Excmo. Sr. Comandante General del Territorio, durante estas jornadas, por la buena organización, elevada moral y la excelente resistencia física de los soldados.

Manda el Batallón el comandante  don Rodolfo Espa Manzano que tiene como ayudante al teniente don Rodolfo Espa Mora.  La 1ª Compañía está bajo el mando del capitán don Enrique Tomás Luque, auxiliado por el teniente don Arturo Sánchez y los alféreces don Isidoro Belmonte y don José Mª Puig. La 2ª Compañía está bajo el mando del capitán don Francisco Moreno Duarte, auxiliado por los tenientes don Mariano Sastre y don Maximino Garcés y por el alférez don Jesús Soto. El teniente don Francisco Padillo manda la Sección de Ametralladoras y los  Servicios Sanitarios están a cargo del capitán médico don Esteban Diez Uroza.ç

Posición Principal de Tizzi-Assa

El Batallón ha guarnecido varias veces las posiciones de  los sectores de Tizzi‑Assa y  de Benítez sosteniendo diariamente, durante su permanencia en estas posiciones, constante fuego con el enemigo, prodigando muchos actos dignos de mérito entre los que se pueden citar los siguientes como más representativos:


¾    El día 24 de marzo de 1925, la harka que manda el comandante Varela iba a atacar el emplazamiento de un cañón que el enemigo tenía colocado en el monte Ifermín. Varias posiciones por las que habían de pasar dichas fuerzas, por falta de comunicación telefónica no tenían aviso de ello y los recibieron con fuego, malogrando la empresa. El sargento Antonio Rodríguez, un cabo y tres soldados se prestaron voluntarios para darles aviso y, a las tres de la mañana, marcharon a cumplir la misión impuesta, realizándola felizmente. La harka, sin el menor contratiempo circuló libremente por nuestras posiciones y realizó su empresa con el mayor éxito. Al sargento, la oficialidad del Batallón, le otorgó un premio de 50 pesetas, y al cabo y a los soldados se les adjudicó el  premio de 100 pesetas que el cartagenero Excmo. Sr. don Juan Antonio Gómez Quiles dona mensualmente para el que más se distinga.

El teniente coronel Sabino Videgain Arteaga, 2º Jefe de la circunscripción de Tafersit,
 acompañado del teniente ayudante Rodolfo Espa
¾    El 20 de igual mes, se percibieron en la posición de Benítez, unos golpes que hacían suponer la preparación de una mina por el enemigo. Al ir a efectuarse la descubierta al día siguiente, el soldado Fernando Romero Ureña se presentó a su Jefe, solicitando reconocer él solo la zapa y los puestos exteriores, manifestando:  «Así, si hay mina volaré yo sólo y se ahorrarán las bajas». Desempeñado este servicio, el Comandante Jefe del Batallón le concedió un premio de 25 ptas. de su peculio particular.

¾  El día 6 de abril, al hacerse la descubierta en la posición de Benítez, el cabo Juan Navarro Delgado observó entre la zapa un cordón telefónico que, partiendo del parapeto de un puesto exterior, se prolongaba disimuladamente hacia un barranco próximo al enemigo, lo que hizo suponer la colocación de una mina. Este cabo, después de recibir instrucciones del Jefe de Sector, el Sr. Espa, simula la ocupación del puesto, con el consiguiente peligro personal que ello representa, y con inteligente iniciativa arroja su capote manta, dejando parte de él hacia el exterior, con lo que consiguió engañar al enemigo, que suponiendo ocupado el citado puesto, hizo explotar la mina sin daño alguno para nuestras fuerzas. La citada clase de tropa fue  felicitada por el Jefe del Batallón, por el Coronel de la circunscripción y por el Comandante General del este Territorio. Se le ha concedido el premio «Gómez Quiles» (100 ptas.), y la prensa ha anunciado otro de 1.000 por el Excmo. Sr. General en Jefe del Ejército de España en África.

Hora del rancho en Tafersit
La misma publicación recalcaba que el campamento del 70 de línea llama la atención por su policía y urbanización, y de cómo se nota, en todo el personal, la satisfacción y elevada moral de que está poseído.

El oficial Jefe del Depósito de Intendencia de Tafersit
con el grupo de masadería
De hechos heroicos como los descritos hay muchos, siendo el valor, la lealtad y el compañerismo pilares fundamentales del espíritu que siempre ha caracterizado a nuestros soldados, sirvan estas líneas para recordarlos. 

lunes, 24 de agosto de 2015

El teniente Luis Casado Escudero. De héroe a villano.

El teniente Luis Casado Escudero,
único oficial superviviernte de la posición de Iguriben.
Esta es la historia del teniente Luis Casado que pasó de ser un héroe en el sitio de Igueriben, durante la guerra de Marruecos, a ser declarado antipatriota y fusilado a comienzos de la guerra civil.  

Como bien es sabido, si hay una fecha significativa en lo que hoy llamamos el desastre de Annual es el 21 de julio de 1921. En ese día cayó la posición de lgueriben, que había sido levantada el 7 de junio, apenas seis días después de que la de Abarrán fuera arrasada por los rebeldes rifeños. Durante el asedio el comandante Benítez y los suyos dieron sobradas muestras de heroicidad.

El comandante Benítez, héroe
defensor de Igueriben
Cuando el general Silvestre autorizó la evacuación de lgueriben, un centenar de hombres se lanzó a la desesperada, intentando romper el cerco, mientras el comandante Benítez y sus oficiales sacrificaban su vida para intentar distraer al enemigo. Solo un sargento y diez soldados llegaron a Annual. Algunos de ellos murieron al beber agua en exceso. La mayor parte deliraban y se hallaban en estado de shock.


Así describe el general Picasso la experiencia extrema que habían sufrido. Por más que agudicemos la imaginación resulta imposible comprender el sufrimiento que habían padecido aquellos hombres.

"La situación de Igueriben, descrita por los míseros supervivientes fue: desde el día 17 carecieron de agua; muy pronto de víveres, y desde el 18, casi de municiones; para apagar la sed machacaban y chupaban patatas; luego tomaron para los heridos el líquido de los botes de pimientos y tomates; más tarde, agua de colonia; después tinta y, por fin, los propios orines con azúcar; para conllevar el calor sofocante hacían con hoyos en la tierra y se me metían desnudos; las bajas aumentaban sin cesar; el hedor de los cadáveres era insoportable; caían los defensores, agotados, en el parapeto, donde los oficiales, fusil en mano, hacían fuego, animados por el comandante; veían salir de Annual los convoyes, que no llegaban; el día 20 se les anunció, en vano, que recibirían agua Y luego, que el 21 iría el comandante general para abrazarlos por su heroicidad; y el mismo 21, viendo que la columna salía de Annual, también fracasada, el jefe mandó inutilizar el material, muriendo todos los oficiales".

Mapa de la posición de Igueriben

Se equivocó el general Picasso. Uno de los oficiales de Annual sobrevivió, mal herido, fue hecho prisionero por el enemigo. Tiempo después, tras ser liberado con el resto de los rehenes que no habían sucumbido a los malos tratos, escribió: lgueriben. 7 de junio-21 de julio 1921. Relato auténtico de lo ocurrido en esta posición, desde el día en que fue ocupada hasta  aquel en que gloriosamente sucumbe, por el único oficial superviviente.

El teniente Casado y su esposa en un homenaje al comandante Benitez
En él narraba con todo detalle el calvario que sufrieron los defensores de la posición. Sus declaraciones sirvieron para que muchos de sus compañeros recibieran condecoraciones póstumas.

Carta manuscrita de Casado a sus
familiares antes de ser fusilado
Casado luchó sin descanso y sin éxito por recibir la Cruz Laureada de San Fernando. No le fue posible debido a los informes de sus superiores, entre otros, el que redactó sobre él Francisco Franco en 1925, quien, basándose en el testimonio de algunos supervivientes, escribió que "cuando Casado fue rescatado tuvo ocasión de escuchar del oficial liberado, de campamento en campamento, opiniones poco favorables a su proceder". Entre tales opiniones se encontraba la del comandante Heliodoro Tella Cantos que afirmó a Franco que Casado representaba una vergüenza para el ejército.

Al producirse el alzamiento militar de 1936, Casado fue fusilado en Melilla, el 23 de julio, tras un juicio sumarísimo, por actividades “antipatrióticas, antimilitares y disolventes". Se le acusaba de pasar propaganda comunista y armas entre los opuestos a la sublevación. Casado negó estos cargos, pero fue condenado. Dos de los miembros del tribunal, uno de ellos el mencionado Heliodoro Tella, actuaron también como testigos contra él.

Antes de ser fusilado escribió la siguiente carta para los suyos:


“Queridos padres, hijos y hermanos: es la hora de la verdad pues dentro de breves momentos me van a fusilar. Nunca se avergüencen de mí. Muero inocente y pensando en todos ustedes a los que tanto he querido y quiero. Muero henchido de gratitud y cariño para todos ustedes. Cuiden a esos niños, a los que quise y quiero con locura: que se acuerden siempre de mí. Cuando sea el tiempo oportuno, por Dios, recojan mis restos y llévenlos al lado de Finucha [Serafina, su esposa]. Y que mis hijos me lleven flores".


lunes, 3 de agosto de 2015

La Cruz del lloro

La Cruz del lloro en Martos (Jaén)
Hoy voy a contar la historia de la Cruz del lloro, una historia que se ha ido contando de padres a hijos a través del tiempo y que, según la leyenda, solo podía ser vista por aquellos que tuviesen un estricto sentido de la justicia.

Siendo rey de Castilla y León, Fernando IV, que como es conocido tuvo un corto reinado que transcurrió entre constantes controversias y conjuros. Cuando cumplió los 10 años vio como moría su padre el rey Sancho IV el Bravo, y a partir de aquel momento hasta que alcanzó la mayoría de edad en el año de 1301, todo fueron obstáculos. Durante su reinado sus acciones tuvieron siempre un mismo talante: el de la mezquindad.

Por eso no es de extrañar que fueran muy numerosos los enemigos que se granjeó, lo que afectó de forma gradual a su salud. Aquejado de hemorragias provenientes de los bronquios y pulmones que le provocaba un mal humor feroz desentendiéndose así de cualquier razonamiento sensato. Se cuenta que su obsesión era la de destruir a todos sus enemigos por medio de conjuras y de falsas acusaciones. Entre sus más destacados enemigos se encontraban, al parecer, los hermanos Juan y Pedro Alfonso de Carvajal, a quienes decidió eliminar, para lo que envió a un tal Alfonso de Benavides, uno de sus favoritos reales, para que les asesinara. Después él mismo pretendía encargarse de administrar justicia traicionando y condenando a muerte a su propio favorito.

LA reina María de Molina presentando a su hijo Fernando IV en las Cortes de
Valladolid en 1295. Obra de Antonio Gisbert en 1863
Pero el favorito erró en su cometido y fueron los dos caballeros quienes en defensa propia eliminaron al favorito real. Este hecho no tardó en llegar a los oídos del rey quien inmediatamente les acusó de asesinar a un miembro de la corte real y de conspiración contra el rey. Y, ni corto ni perezoso ordenó su arresto. Fueron detenidos en la Feria vallisoletana de Medina del Campo mientras adquirían arreos para sus corceles.

Durante los días siguientes a su detención fueron humillados y vejados y el rey tuvo una de sus expectoraciones sanguinolentas que, para su desgracia, le obligó a un forzado retiro en la ciudad de Jaén. Durante este absceso de mal humor ordenó que fueran llevados a su presencia  los asesinos de su favorito. El juicio se inició con la reiterada petición de inocencia por parte de ambos hermanos que juraban y perjuraban que en ningún momento habían asesinado a sangre fría al favorito real sino que lo que lo hicieron en defensa propia a ser atacados por la la espalda.

Restos del castillo de Martos
Pero como la intención, desde el principio, del rey Fernando IV era deshacerse de dos de sus más encarnizados enemigos, de nada sirvieron las promesas, los juramentos o las razones que esgrimieron los acusados y les condenó a ser trasladados al cercano castillo de Martos, donde debían ser encerrados en una jaula de hierro para más tarde ser arrojados al vacío desde la almena más alta.
Muchos de los partidarios de Juan y de Pedro Alfonso Carvajal suplicaron al rey que les condonara la pena alegando que si en realidad hubieran realizado tamaña felonía no hubieran ido tranquilamente a comprar arreos para sus caballerizas a una feria tan concurrida e importante como la de Medina del Campo.

Pero el rey, obcecado por su odio y por sus hemorragias, hizo caso omiso de sus ruegos. Una mañana del mes de agosto de 1311, el rey se presentó en el castillo de Martos para hacer cumplir la cruel sentencia. La jaula fue izada sobre la torre más alta del castillo, justamente la que daba a un gran precipicio, y Fernando IV, antes de que fueran ejecutados y en un arranque de generosidad, decidió concederles una gracia: darles la opción de expresar su última voluntad. Ambos hermanos respondieron de la misma forma:

Ante Dios, don Fernando, probaremos nuestra inocencia y lo execrable de vuestra justicia. Él, con su poder supremo, hará que acudáis a su juicio, ante una justicia suprema e inapelable, para responder de vuestra menguada justicia terrena. Desde aquí os emplazamos para que en breve plazo de un mes comparezcáis ante el Todopoderoso. Mientras llega ese ansiado momento, solo podréis vomitar sangre.

Al oír aquello el rey se rio a carcajadas, a pesar del dolor que le producía ejecutar cualquier esfuerzo físico. Pero en el mismo momento en que dio la orden y la jaula se precipitaba al vacío estrellándose de forma violenta contra las rocas, el rey expectoró sangre en abundancia.

El tiempo pasaba y la enfermedad del rey no remitía. Mientras algunos lugareños, junto a los partidarios de los desafortunados, construyeron una cruz de piedra a la que denominaron “La Cruz del lloro”. Al enterarse de este hecho, el rey Fernando envió una expedición de soldados a todos los rincones del reino para que la destruyeran, pero nunca la encontraron. Lo que sí hallaron fue una leyenda que corría de boca en boca en cada uno de los lugares que visitaban; según esta sólo podían  ver la cruz aquellos que fueran limpios de corazón a los ojos de Dios. Aguijoneado en su orgullo, Fernando IV acudió unos días más tarde al lugar de su crimen, el precipicio donde se despeño a los dos caballeros, para ver la cruz y de esta forma desafiar a quienes le acusaban de haber asesinado por cuestiones de celos y envidia a ambos caballeros.

Encontró a dos pastores y les preguntó lo siguiente: ¿Lugareños, sabéis por ventura quien soy yo?
No, pero por vuestras vestimentas debéis ser un caballero muy importante. Contestaron los pastores.
Al oír esta respuesta, el rey se percató  de que les podía hacer la pregunta clave sin temor a ser engañado por temor a sus represalias.
Pastores; ¿qué veis en aquellos riscos?
La respuesta de ambos fue dada al unísono: “La Cruz del lloro”.

Ultimos días de Fernando IV, atormentado por los hermanos Carbajal.
Obra de José Casado del Alisal de 1860.
El rey y sus mesnadas, por más que miraron a uno y otro lado, no vieron ninguna cruz, lo que les hizo pensar que la leyenda podría tener visos de ser cierta. De regreso al castillo, Fernando IV, empeoró notablemente, y un día de septiembre de 1312, tras haber comido y bebido en demasía, se retiró a sus aposentos para echarse una siesta de la que nunca más volvería a despertarse. Aquel día se cumplió exactamente un mes desde que los desafortunados nobles le habían emplazado a comparecer ante Dios, ante su juicio inapelable. Un mes, justo el tiempo en el que debía cumplirse una venganza terrible, una venganza de ultratumba o, simplemente, una mera coincidencia.


Quizá por los motivos relatados Fernando IV ha pasado a la historia con el real mote de “El Emplazado”. Por algo sería.