Protectorado Español en Marruecos |
El tiempo en el que España estaba al frente de la
Administración del Protectorado de Marruecos muchas son las historias y
anécdotas que tuvieron lugar en aquellas tierras, especialmente las que
trataban sobre cuestiones de guerra pero también se daban las que provenían de
las costumbres, modos de vida y tradiciones de las gentes del Rif, de los
propios refeños.
Esta historia que os pongo a continuación la contaba un periodista
español que escribía habitualmente sobre los rifeños. Dice así:
«El Fakih Si Ali volvió a mirarme, esta vez más
fijamente con sus grandes ojos llenos de recelo.Yo insistí sin piedad.
—Pero dime, Fakih. ¿No
es posible que entre tantos y tantos santos musulmanes haya alguno que viva aún
en la tradición más por milagro do la fe que por la influencia de sus virtudes?
¿'Todos fueron realmente santos?
Titubeó el Fakih.
Quería ser sincero, pero no se atrevía por miedo a que la verdad fuese un
pecado. Al fin, con una leve sonrisa irónica dijo:
— Si El Raisuli hubiese
muerto en su casa de Tazarot, sus familiares, como era rico, le hubieran
levantado una gran kobba. Y con el tiempo, olvidada su azarosa vida en medio de
los caminos, se hubiera convertido el santuario en lugar de devota peregrinación.
El Raisuli sería entonces uno de los santos más venerados. Y ya ves. Dios no lo
quiso. Fue un gran pecador y el castigo cayó sobre él. Su tumba, que ya nadie
recuerda en Tamasint, será borrada poco a poco con los temporales. Luego, no
quedará nada; ni la leyenda. El Raisuli, con una tumba ostentosa en Beni Aros,
hubiese sido para el porvenir un gran santo. Y todos conocimos sus virtudes... Esto
de la santidad es a veces difícil de conseguir, a veces demasiado fácil
también. Dios, que todo lo sabe, todo lo dispone. Escucha lo que sucedió una
vez en...
El Fakih Si Ali se
interrumpió. Estuvo a punto de decir el lugar del suceso. En un momento de
expansión confidencial, quiso, o amigo, abrir su pecho a la franqueza, pero no
debía descubrir a los sencillos creyentes que se equivocaron. No, no... Que
nadie supiese por él dónde había sido este error... de santidad.
El Fakih sonrió al
corregir su ligereza, y siguió así su plática:
Había una vez en
cierto lugar un comerciante bien acomodado que gustaba de correr mundos en
busca de su honrada ganancia. Hacia largos
viajes a muy lejanas tierras y los afanes del tráfico le obligaban
frecuentemente a prolongar las ausencias mucho tiempo. Era nuestro hombre,
musulmán de buena ley, laborioso y sencillo, amante de su casa y de lo suyo, y
tan respetadopor su bondad como admirado por su riqueza. Y siendo así era voluntarioso,
pues la vida sólo le enseñaba sus satisfacciones, y por ello gustaba de hacer
siempre lo que a bien tenía. Y aconteció para su mal que la suerte así juega
con los felices, que un perro que poseía nuestro hombre y que era quizás el más
querido de sus caprichos, murió, y con su muerte ensombreció el ánino de su
dueño y le puso casi en el límite de la desesperación. Tenía el comerciante que
marchar a su negocio y no queriendo que su fidelísimo can fuese al estercolero,
como era posible, hizo cavar en su huerto una fosa, y, para señalarla,
sepultado el animalito, colocó sobre ella un montón de piedras y las marcó con
cal, para que el lugar le fuese conocido. Y satisfecho de su buena acción,
marchóse nuestro hombre a recorrer mundos.
Pasaron dos años,
quizás tres, tal vez cuatro... Y un día regresó. Y cuál no sería su asombro
cuando al buscar en su huerto la sepultura del perro, hallóse con una hermosa
kobba, bellamente construida, blanca y reluciente de limpieza. Sobre el arco de
la puerta leyó una inscripción. En la ventana vio los exvotos que la devoción fue
colgando...
Creyó soñar. Tocó las
paredes. Dio vueltas y vueltas en torno al santuario. Pensó que no era su terreno;
que aquella casa frontera no era la suya. Temía preguntar piero preguntó. Le
respondieron que era Sidi T.... un santo veneradísimo en toda la región, porque
sacaba los demonios del cuerpo, como Sidi Malek, el otro milagroso de la
llanura de Mei'ika. Todos decían lo mismo. Y lo repetían llenos de respeto sugestionados por la prodigiosa taumaturgia
del santo.
En su ánimo hubo
entonces una penosa confusión de sentimientos contradictorios. Quiso protestar
de aquella mentira que llevó a los musulmanes a la veneración de un perro. Mas
también sintió sobre su atribulado espíritu el agobio del fanatismo secular. 1
quedó sumido en la duda. ^Y' si un milagro obró aquella maravilla?...
Pero se reveló. Nadie
más que él podía querer a su perro. Y él no lo adoraba. Indignóle aquella
profanación hecha a nombre de un santo.
—
¿Pero
estáis seguros de que éste es el santuario de Sidi T...?—gritó a los fieles que
rezaban.
Sus estentóreas voces
causaron estupor en aquella buena gente piadosa. Le miraron con asombro. El
insistió;
— ¿Piero
estáis seguros de que aquí está enterrado Sidi T...? ¿Y si yo os dijera que
ésta es la sepultura de mi perro?...
Los fieles se
ocultaron el rostro horrorizados de la blasfemia. Y gritaron:
— ¡Maldito seas! ¡Maldito seas! ¡Que así te
atrevas a injuriar a nuestro santo! ¡Tuno eres musulmán, tu no eres creyente!
¡Maldito seas!...
Acudió más gente.
Pronto el grupo se fue engrosando por una multitud enardecida, que voceaba y
gesticulaba iracunda. Ahora, siendo tantos y fortalecidos aún más por el furor,
le amenazaban, querían matarle. Una piedra rozó su cabeza. Otra le dio en el
pecho. Un mocetón avanzó con un grueso palo levantado. Unas mujeres,
exaltadísimas, le escupieron y le maldijeron con los más tremendos anatemas. Kl
circulo se estrechaba cada vez más. Le acosaban, le acosaban como a una
fiera...
El se mantuvo quieto,
erguido, sereno, valeroso. Y repitió, como tirándoles las palabras a la cara:
—
Os afirmo
que ésta es la tumba de mi perro. Y. si no, decidme, creyentes: ¿Puede el
cuerpo de un santo convertirse en un perro? ¿Dios permitiría esto? ¡Imposible!
Y os voy a demostrar que aquí lo que hay enterrado es un perro, pues yo mismo
vi cavar su fosa.
La multitud, fanática
y supersticiosa, impresionada por el tono de rotunda firmeza que había en sus
palabras, que parecían de un iluminado, quedó en silencio, sobrecogida de
temor.
Requirieron unas
azadas y algunos, voluntariamente, empezaron afanosamente a descubrir la sepultura. Sólo se oía el golpe seco de las
herramientas y el latir ansioso de los corazones. Pronto hallaron un esqueleto.
Y era, claro está, ¡el del perro!..,
¿Cómo pudo aquello
ocurrir? Sencilla y natural explicación fue la que después dióse al suceso. Un
día—dicen—una viejecita se sentó a descansar junto al montón de piedras
blanqueadas que señalaba la sepultura del afortunado perro. Al rato un mendigo se
acomodó en aquel sitio y comenzó su plañidera súplica. Unos heddauas, de la
pordiosera cofradía de los harapientos, formaron corro cerca de las piedras.
Unos aisauas errabundos, con sus panderos, sus flautas y sus brujerías, se
pararon allí a contar sus asombrosas mentiras...
Pronto el lugar
convirtióse en centro de una abigarrada concurrencia. Y alguien, que esto es
harto frecuente en tierra de moros, dijo que aquella era la tumba de im santo.
Otro dijo su nombre. Alguno relató sus prodigiosos milagros... Fueron entonces frecuentes
y abundantes las limosnas, que no hay mortal que no tenga que pedir algo a los
santos, y la piedad y la devoción de los creyentes levantó después aquél veneradísimo
santuario, al que acudían de las más apartadas regiones, en peregrinación
constante, los pobres de espíritu y los atormentados por el fanatismo a sacarse
los demonios del cuerpo...
Pero a los fieles de
Sidi T... les costaba trabajo negar y perder aquella maravillosa taumaturgia
del santo. Y tal vez—el Fakih Si Ali no lo dice — quedáronse en la veneración el
santo y el perro.
Y no es de extrañar. En
Temsaman, en Cabo Quilates, está la kobba de Sidi Xaib Bu Meftah y un poco
apartada la sepultura de su perro y nadie puede visitar la kobba sin haber
pasado antes a reverenciar al perro cuya intercesión se pide. En Beni Bufrah existe
también la tumba de otro perro milagroso. En Bokoia, en el aduar de Maia, está
la Zauia del santo que pudiéramos llamar el patrón de los perros...
Y si Sidi T... siguió
haciendo milagros, ¿por qué no habían de rezarle?
El Fakih Si Ali,
comprensivo y bueno, sonrió levemente».
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