Pastor guanche |
Cuando en el primer cuarto del siglo pasado se profundizó en
los descubrimientos arqueológicos en el archipiélago canario, especialmente en
los enterramientos tumulares, se vio que los antiguos habitantes del
archipiélago mirlaban (embalsamaban) los cadáveres, lo que ha sido objeto de enconados
estudios y conjeturas, así como de la inevitable comparación con la
momificación y embalsamiento del antiguo Egipto.
Estas momias descubiertas en las islas se conservan en los
principales museos canarios y en el Museo Nacional de Antropología de Madrid. Los
guanches las llamaban xaxos (desecado).
Los conquistadores españoles, cuando llegaron a Canarias, se
encontraron con unas sociedades aborígenes de costumbres muy distintas a las
suyas, de cultura material neolítica y de economía pastoril, creían en el más
allá y embalsamaban a los muertos de mayor rango.
Una de las dos Momias
guanches de Necochea en el Museo de la Naturaleza y el Hombre de Santa Cruz de Tenerife |
Fuentes documentales de la época de la Conquista ya dan
constancia de estas prácticas. El historiador Pedro Gómez Escudero en sus “Crónicas”
escribe que “la manteca y el sebo os
guardaban en ollas y leñas olorosas para exequias de los difuntos, untándolos y
ahumándolos y poniéndolos en arena quemada los dejaban mirlados y en quince o
veinte días los metían en las cuevas, y éstos eran los más nobles…”.
Fray Alonso de Espinosa, escribió en 1594 que “luego que el enfermo moría se colocaba su
cadáver sobré una ancha mesa de piedra, donde se hacía la disecación para
extraerle las entrañas". "Lavábanle dos veces cada día en agua fría y
sal todas las partes más endebles del cuerpo, como son orejas, dedos, pulsos,
ingles, etc., y luego le ungían todo con una confección de manteca de cabras,
hierbas aromáticas, corcho de pino, resina de tea, polvo de brezos, de piedra
pómez y otros absorbentes y secantes, dejándole después expuesto a los rayos
del Sol. Esta operación se hacía en el espacio de quince días, a cuyo tiempo
los parientes del muerto celebraban sus exequias con una gran pompa de
llanto".
La llamada Momia guanche de
Madrid, situada en el Museo Nacional de Antropología en Madrid |
El historiador Fray Juan Abreu Galindo, en 1932 cuenta que a
los nobles e hidalgos los “mirlaban al
sol, sacándole las tripas y estómago, hígado y bazo, y todo lo interior,
lavándolo primero y lo enterraban, y al cuerpo sacaban y vendaban con unas
correas de cuero muy apretadas, y poniéndoles sus tamarcos y toneletes, como
cuando vivían, e hincados unos palos, los metían en cuevas, que tenían
dispuestas para este efecto, arrimados en pié...".
El doctor Tomás Marín y Cubas, en 1694, afirmaba que “al cadáver le abrían el vientre por la
parte derecha de bajo de las costillas, a modo de media luna, por donde sacaban
las vísceras; y por la cabeza extraían la lengua y los sesos. Los huecos eran
rellenados de mezcla de arena, casacras de pino molidas y borujo de ‘yoya’ o mocanes, cerrándolos
luego".
Ataúd, depositado en una
cueva de Ayagaures |
Aunque estos testimonios de época de la Conquista así lo
manifiestan, no se ha podido confirmar que la evisceración fuese una práctica
extendida en Canarias ya que el historiador y naturalista Viera y Clavijo, en
el siglo XVIII, afirma en sus escritos que descubrió momias conteniendo todas
sus vísceras. Lo mismo ocurre con las momias halladas en las cuevas del
cumbreño pago de Acusa, del término municipal de Artenara (Gran Canaria), las
cuales conservan ojos, tráquea, esófago, pulmones, etc. Estas momias, envueltas
en tejidos de junco y dos pieles, aparecieron dentro de ataúdes especiales
formados toscamente por cortezas de drago y tablas de tea. Es posible que estas
prácticas de evisceración se llevasen cabo, en algunas ocasiones, en función
del rango del difunto.
Entre las momias guanches destaca por sus dimensiones
colosales la hallada en el pago de Arguineguín (Gran Canaria), tiene una
longitud de dos metros y está envuelta en numerosas pieles de fino adobo lo que
sin duda hace pensar que perteneció a una alta clase social.
La Necrópolis de Maipés en Agaete, Gran Canaria |
No todos los cadáveres, ya embalsamados, eran amortajados
con pieles, sino que lo hacían también sólo con envolturas de tejidos de junco
y palma, de diversos tejidos, y otras veces de forro o pellejos de cabras y
junco. Así preparadas las momias las llevaban a las grutas naturales o
excavadas, emplazadas en lugares de difícil acceso, para el reposo eterno de
sus difuntos.
El pueblo guanche era un pueblo creyente en un divinidad y
en la otra vida de ahí sus ritos y sus prácticas de embalsamamientos y exequias
funerarias. El motivo de enterrar las momias en grutas era porque los guanches
no enterraban a sus difuntos en la tierra por temor a que sus xaxos fuesen
destruidos por los gusanos, así que una vez mirlados los depositaban en grutas naturales
o excavadas en la roca basáltica, o los depositaban en fosas construidas en
zonas pedregosas formadas por escorias de las erupciones volcánicas.
Ritual guanche |
Estas fosas o túmulos solían tener algunos tablones sobre los que se
colocaba el cadáver; otros por el contrario, absolutamente nada. Los sepulcros
unipersonales los formaban de piedras sueltas. Sus dimensiones eran de dos metros por sesenta centímetros de ancho
y cincuenta centímetros de alto, incluido el revestimiento exterior, formado de
lajas y otras piedras que luego daban forma de pequeño montículo.
Sobre quién o quiénes eran los encargados de embalsamar a
los difuntos, las fuentes dan testimonios dispares. Unas atribuyen el trabajo a
una casta cuyos integrantes eran marginados y excluidos del resto de
actividades sociales, mientras que otras los atribuyen a los miembros de la
casta sacerdotal. Parece ser que se
presentaban allá donde eran necesarios, en absoluto silencio y envueltos en un
largo manto de piel de cabra y con la cara pintada de blanco. Encendían una
hoguera junto al lugar donde se encontraba el difunto, que era el el lugar al
que el alma debía regresar, y tras embalsamar el cadáver lo depositaban en la
cueva, en cuya entrada permanecía uno de ellos, en completo ayuno, durante todo
un mes, observando las señales que indicaban si el alma del difunto había
continuado su camino hacia el sol o, por el contrario, iba al infierno.
Imagiario de un enterramiento guanche |
Junto a los túmulos y sepulturas, en determinados días los
familiares del difunto, con el objeto de hacer fuego cerca o sobre de sus
tumbas, aderezándolas con comidas. A la mujer difunta llevaba comida su marido
y a este su mujer. Todo ello tenía su fundamento en el culto a la otra vida.
Marín y Cubas afirma: "el alma era
hija del sol y los fantasmas eran llamados "magios" que significaba
encantados u ocultos, que tenían allá otra vida de penas y afanes congojosas,
por lo cual andaban llevándoles de comer a los sepultados".
Muchos no saben que en nuestro propio territorio tenemos también
enterramientos y momias del estilo de
las egipcias con las singularidades de nuestros pueblos aborígenes como es el
caso de los guanches.
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