miércoles, 26 de agosto de 2015

Las momias de los guanches

Pastor guanche
Cuando en el primer cuarto del siglo pasado se profundizó en los descubrimientos arqueológicos en el archipiélago canario, especialmente en los enterramientos tumulares, se vio que los antiguos habitantes del archipiélago mirlaban (embalsamaban) los cadáveres, lo que ha sido objeto de enconados estudios y conjeturas, así como de la inevitable comparación con la momificación y embalsamiento del antiguo Egipto.

Estas momias descubiertas en las islas se conservan en los principales museos canarios y en el Museo Nacional de Antropología de Madrid. Los guanches las llamaban xaxos (desecado).

Los conquistadores españoles, cuando llegaron a Canarias, se encontraron con unas sociedades aborígenes de costumbres muy distintas a las suyas, de cultura material neolítica y de economía pastoril, creían en el más allá y embalsamaban a los muertos de mayor rango.

Una de las dos Momias guanches de
 Necochea en el Museo de la Naturaleza
y  el Hombre de Santa Cruz de Tenerife
Fuentes documentales de la época de la Conquista ya dan constancia de estas prácticas. El historiador Pedro Gómez Escudero en sus “Crónicas” escribe que “la manteca y el sebo os guardaban en ollas y leñas olorosas para exequias de los difuntos, untándolos y ahumándolos y poniéndolos en arena quemada los dejaban mirlados y en quince o veinte días los metían en las cuevas, y éstos eran los más nobles…”.

Fray Alonso de Espinosa, escribió en 1594 que “luego que el enfermo moría se colocaba su cadáver sobré una ancha mesa de piedra, donde se hacía la disecación para extraerle las entrañas". "Lavábanle dos veces cada día en agua fría y sal todas las partes más endebles del cuerpo, como son orejas, dedos, pulsos, ingles, etc., y luego le ungían todo con una confección de manteca de cabras, hierbas aromáticas, corcho de pino, resina de tea, polvo de brezos, de piedra pómez y otros absorbentes y secantes, dejándole después expuesto a los rayos del Sol. Esta operación se hacía en el espacio de quince días, a cuyo tiempo los parientes del muerto celebraban sus exequias con una gran pompa de llanto".

La llamada Momia guanche de Madrid, situada en el
Museo Nacional de Antropología en Madrid
El historiador Fray Juan Abreu Galindo, en 1932 cuenta que a los nobles e hidalgos los “mirlaban al sol, sacándole las tripas y estómago, hígado y bazo, y todo lo interior, lavándolo primero y lo enterraban, y al cuerpo sacaban y vendaban con unas correas de cuero muy apretadas, y poniéndoles sus tamarcos y toneletes, como cuando vivían, e hincados unos palos, los metían en cuevas, que tenían dispuestas para este efecto, arrimados en pié...".

El doctor Tomás Marín y Cubas, en 1694, afirmaba que “al cadáver le abrían el vientre por la parte derecha de bajo de las costillas, a modo de media luna, por donde sacaban las vísceras; y por la cabeza extraían la lengua y los sesos. Los huecos eran rellenados de mezcla de arena, casacras de pino molidas y  borujo de ‘yoya’ o mocanes, cerrándolos luego".

Ataúd, depositado en una
cueva de Ayagaures
Aunque estos testimonios de época de la Conquista así lo manifiestan, no se ha podido confirmar que la evisceración fuese una práctica extendida en Canarias ya que el historiador y naturalista Viera y Clavijo, en el siglo XVIII, afirma en sus escritos que descubrió momias conteniendo todas sus vísceras. Lo mismo ocurre con las momias halladas en las cuevas del cumbreño pago de Acusa, del término municipal de Artenara (Gran Canaria), las cuales conservan ojos, tráquea, esófago, pulmones, etc. Estas momias, envueltas en tejidos de junco y dos pieles, aparecieron dentro de ataúdes especiales formados toscamente por cortezas de drago y tablas de tea. Es posible que estas prácticas de evisceración se llevasen cabo, en algunas ocasiones, en función del rango del difunto.

Entre las momias guanches destaca por sus dimensiones colosales la hallada en el pago de Arguineguín (Gran Canaria), tiene una longitud de dos metros y está envuelta en numerosas pieles de fino adobo lo que sin duda hace pensar que perteneció a una alta clase social.

La Necrópolis de Maipés en Agaete, Gran Canaria
No todos los cadáveres, ya embalsamados, eran amortajados con pieles, sino que lo hacían también sólo con envolturas de tejidos de junco y palma, de diversos tejidos, y otras veces de forro o pellejos de cabras y junco. Así preparadas las momias las llevaban a las grutas naturales o excavadas, emplazadas en lugares de difícil acceso, para el reposo eterno de sus difuntos.

El pueblo guanche era un pueblo creyente en un divinidad y en la otra vida de ahí sus ritos y sus prácticas de embalsamamientos y exequias funerarias. El motivo de enterrar las momias en grutas era porque los guanches no enterraban a sus difuntos en la tierra por temor a que sus xaxos fuesen destruidos por los gusanos, así que una vez mirlados los depositaban en grutas naturales o excavadas en la roca basáltica, o los depositaban en fosas construidas en zonas pedregosas formadas por escorias de las erupciones volcánicas.

Ritual guanche
Estas fosas o túmulos  solían tener algunos tablones sobre los que se colocaba el cadáver; otros por el contrario, absolutamente nada. Los sepulcros unipersonales los formaban de piedras sueltas. Sus dimensiones eran  de dos metros por sesenta centímetros de ancho y cincuenta centímetros de alto, incluido el revestimiento exterior, formado de lajas y otras piedras que luego daban forma de pequeño montículo.

Sobre quién o quiénes eran los encargados de embalsamar a los difuntos, las fuentes dan testimonios dispares. Unas atribuyen el trabajo a una casta cuyos integrantes eran marginados y excluidos del resto de actividades sociales, mientras que otras los atribuyen a los miembros de la casta sacerdotal. Parece ser que  se presentaban allá donde eran necesarios, en absoluto silencio y envueltos en un largo manto de piel de cabra y con la cara pintada de blanco. Encendían una hoguera junto al lugar donde se encontraba el difunto, que era el el lugar al que el alma debía regresar, y tras embalsamar el cadáver lo depositaban en la cueva, en cuya entrada permanecía uno de ellos, en completo ayuno, durante todo un mes, observando las señales que indicaban si el alma del difunto había continuado su camino hacia el sol o, por el contrario, iba al infierno.

Imagiario de un enterramiento guanche
Junto a los túmulos y sepulturas, en determinados días los familiares del difunto, con el objeto de hacer fuego cerca o sobre de sus tumbas, aderezándolas con comidas. A la mujer difunta llevaba comida su marido y a este su mujer. Todo ello tenía su fundamento en el culto a la otra vida. Marín y Cubas afirma: "el alma era hija del sol y los fantasmas eran llamados "magios" que significaba encantados u ocultos, que tenían allá otra vida de penas y afanes congojosas, por lo cual andaban llevándoles de comer a los sepultados".

Muchos no saben que en nuestro propio territorio tenemos también enterramientos y momias  del estilo de las egipcias con las singularidades de nuestros pueblos aborígenes como es el caso de los guanches.

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