Hoy os voy a contar el origen de una de las más bellas canciones militares que se han escrito jamás, esta no es otra que la legionaria canción «el novio de la muerte».
Para conocer su origen, vamos a ver el artículo escrito por el oficial de la Guardia Civil, y musicólogo, ya fallecido, D. Armando Oterino Cervelló, que dice así:
“En el Tercio, a imitación de su vecina Legión extranjera francesa que la arrastraba desde la entonces recién terminada guerra europea, se cantó inicialmente “La Madelón”, pero por poco tiempo, porque no tardó en adoptar un canto que le era más propio y estaba más cerca de aquel nuevo estilo de vida militar de entender la vida y la muerte. Este canto empezó siendo un cuplé, una canción de escenario; una letrilla que hace llorar a los hombres de bronce que no lloran nunca y a las mujeres que lloran siempre, que las dejan sin aliento, sin pestañear, pálidas como la propia muerte.
El 7 de enero de 1921, en Beni Hassán, cuando el Tercio tenía sólo unos meses de existencia, (su primera Bandera se había organizado en octubre), después de haberse defendido heroicamente con su escuadra frente a los kabileños que los atacaron y pretendieron apoderarse de sus armas, murió a consecuencia de las heridas recibidas el Cabo Baltasar Queija de la Vega; era el primer legionario que perdía la vida en un hecho de armas. En su bolsillo se encontraron unos versos llenos de emoción y sentimiento. Se dice que acababa de enterarse de la muerte de su novia, y en esas confidencias íntimas que se hacen al compañero en las largas esperas campamentales de una estrellada noche moruna, había confesado: “¡Ojalá la primera bala no tarde mucho y sea para mi corazón, para reunirme pronto con ella!”. Pocas horas después, cuando se realizaba la retirada de protección de unos caminos su escuadra fue atacada. Toda una premonición que presagiaba el futuro canto de “El novio de la muerte”.
Este acontecimiento causó en la sociedad española una gran conmoción. Entonces el conocido letrista de cuplés Fidel Prado Duque, emocionado, escribió unos versos sobre el hecho, y se los entregó a su amigo y colaborador en la música de “varietés”, el compositor barcelonés Juan Costa Casals, para que les dotara de una melodía adecuada. Juan Costa, también emocionado por el motivo que narraba la letra, le puso música de inmediato.
A principios de julio de 1921, una cupletista de primera fila, “Lola Montes” (su nombre verdadero era Mercedes Fernández González) se encontró en la calle de la Montera, de Madrid, con Fidel Prado, cuyas letras cantaba habitualmente. Fidel la dijo que acababa de recibir de Juan Costa la partitura de un "cuplé", que aún no había oído, cuya letra le había enviado hacía poco, y que le decía que el encargo “le había salido muy bien”.
Fidel deseoso de oír la canción, invitó a "Lola Montes" a escucharla también, la audición se iba a celebrar en el estudio del maestro Modesto Romero, también gran creador de cuplés que en 1922 compondría “La canción del legionario”. El maestro Romero tenía su estudio en la calle de Luchana número 10, y allí se celebró la primera audición madrileña de esta pieza, en principio destinada a cuplé. El resultado emocionó y encantó a todos los presentes, y en especial a Lola Montes, que inmediatamente decidió incorporarla a su repertorio, ya que pocos días después salía de gira a Málaga a la cabeza de un espectáculo de “varietés”, se llevó la partitura, y la estudió durante el viaje, ayudada por el pianista de la compañía. Lola estrenó la canción en Málaga, en el teatro Vital Aza, con un éxito total.
Asistió a una de las funciones la duquesa de la Victoria, que dirigía los hospitales de la Cruz Roja en Marruecos. Al terminar el espectáculo, se dirigió a la cupletista y le dijo:
“Mira, Lola, esto tienes que cantarlo en Melilla. El general Silvestre está llevando a cabo una ofensiva en aquel territorio que puede acabar con la guerra. Tú, con este cuplé tan bonito, dramático y patriótico, puedes contribuir, en gran medida, a elevar la moral de la población. Te voy a recomendar para que actúes, como fin de fiesta, en la compañía de Valeriano León, que se presentará allí en unos días...”.
Así Lola Montes se presentó en Melilla a finales de julio de 1921, con la compañía del gran cómico Valeriano León, actuando como “telonera”. Ella misma lo contaría, años después, en una “carta al director” del diario ABC:
“Mi actuación fue un éxito indescriptible. Cuando aparecí en el escenario vestida de enfermera, el público, compuesto por relevantes figuras de la vida civil, jefes, oficiales y tropa, me dedicó una entusiasta ovación. Y, cuando terminé la canción, el auditorio, en pie, estuvo aplaudiéndome un largo rato, lo que me produjo una dulce y tierna emoción...”.
En Melilla, a Lola la tocó vivir aquellos angustiosos días de julio en que tuvieron lugar los trágicos acontecimientos posteriores al desastre de Annual y el derrumbamiento de aquella Comandancia General. Con su canción, elevaba la moral de los soldados y la población, alentando la espera de refuerzos y socorros. Estos refuerzos, finalmente, llegaron a tiempo. Y los primeros en llegar fueron los legionarios, que desde Ceuta habían sido enviados por mar.
El Teniente Coronel Millán Astray, jefe de la Legión la escuchó en Melilla y desde entonces, gracias a la fuerza emocional de su letra, quedó incorporada al repertorio legionario, cantándose en el acto de homenaje a los que dieron su vida por España. Solamente se cambió su paso, que se adaptó al ritmo de marcha.
En 1952, el director músico de la banda del Tercio, Emilio Ángel García Ruiz —D. Ángel— tuvo la genial idea adaptar el ritmo de la música al paso procesional de los desfiles de la Semana Santa de Ceuta y, después, de Málaga. De esta manera, la letra de la canción se manifestaba en toda su solemnidad y emotividad, siendo el ritmo más apropiado para honrar a los caídos. Desde entonces, se toca con dos ritmos: uno rápido, de marcha legionaria, y otro lento, de oración a los Caídos.
No ha habido letras alternativas a ésta, ni en la guerra civil, ni en la División Azul, ni después. Siempre se ha cantado con esta letra, sin cambiar ni una sílaba. La razón hay que buscarla en sus propios versos, contundentes e insuperables. Esta es su letra:
I
Nadie en el Tercio sabía
quien era aquel legionario
tan audaz y temerario
que en la Legión se alistó.
Nadie sabía su historia,
más la Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo, el corazón.
Más si alguno quien era le preguntaba
con dolor y rudeza le contestaba:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.
II
Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera
defendiendo su Bandera
el legionario avanzó.
Y sin temer al empuje
del enemigo exaltado,
supo morir como un bravo
y la enseña rescató.
Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
murmuró el legionario con voz doliente:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.
III
Cuando, al fin, le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.
Y aquélla carta decía:
"...si algún día Dios te llama,
para mí un puesto reclama
que a buscarte pronto iré".
Y en el último beso que le enviaba
su postrer despedida le consagraba.
Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi Bandera.
Foto: Cartel del Novio de la Muerte interpretada por Lola Montes