lunes, 31 de enero de 2011

San Valero, patrono de Zaragoza

San Valero nació en Cesar Augusta, en el siglo III y perteneció a familia de los Valerios, una de las más ilustres de la época. Su historia, como otras muchas de santos y mártires, se debate entre el mito, la leyenda y la realidad.

Fue obispo de Cesar Augusta en el año 290 y dedicó su vida a predicar la fe cristiana y evangelizar la ciudad. Se conocen algunos datos concretos de su vida y su obra a través de su biógrafo Prudencio, quien cuenta que fue elegido obispo de Cesar Augusta y que alcanzó una larga longevidad. Hay constancia de que, como obispo cesaraugustano, estuvo en el concilio de Elvira (Granada) hacia el año 306.

Los últimos años de su episcopado no podía cumplir con la predicación por un problema en la lengua, por lo que fue llamado “el tartamudo”. Sin embargo, encontró un magnífico ayudante en el diácono Vicente (San Vicente Mártir), al que hizo llamar de Huesca.

Al principio del siglo IV, los cristianos resultaban una amenaza para el Imperio Romano y Diocleciano y Maximino desencadenaron un gran persecución contra ellos. Valero y Vicente fueron detenidos, encadenados y enviados a Valencia por orden de Daciano, por aquel entonces gobernador de Hispania, para ser juzgados por un tribunal. Vicente halló el martirio y Valero fue desterrado a Enate, cerca de Barbastro. Allí vivió unos doce años dedicado a la oración hasta su muerte en el año 315.

No hay acuerdo entre los historiadores sobre el primer destino del cuerpo de este obispo, pero parece claro que a mediados del siglo XI sus restos fueron trasladados a Roda de Isábena. Cuando las tropas de Alfonso I entraron en Zaragoza en 1118, el rey reclamó que los restos de San Valero regresaran a la ciudad. El capítulo de Roda fue generoso y envió, en sucesivos momentos, primero un brazo y, más tarde, el cráneo del obispo confesor en 1170, con Alfonso II.

La ciudad recibió las reliquias con grandes festejos religiosos y populares. Las multitudes acudían a venerarlas y contaban luego los muchos beneficios recibidos. Era como si, después de siglos, volviese su amado pastor del destierro. Desde entonces se veneran sus reliquias en la capilla barroca de la Catedral de San Salvador. San Valero es patrono y protector de Zaragoza y se celebra su festividad el 29 de enero con el tradicional roscón.

El origen de la tradición del roscón no está muy claro, parece ser que se basa en una tradición pagana del imperio romano que en torno al solsticio de invierno, con motivo de las fiestas saturnales, en honor de Saturno, divinidad agrícola protectora de sembrados y cosechas, se estableció como costumbre repartir unas tortas redondas hechas con higos, dátiles y miel, que se daban a ciudadanos y esclavos.
En esta fiesta se escondía un grano de haba, en cualquier lugar de la habitación o incluso de la casa, y a veces entre la miga del pan, y había un premio para quien la encontraba; un premio exclusivamente destinado a los esclavos: quedaba libre durante todas las Saturnales. Este parece ser es el origen del roscón y de su sorpresa.

Parece ser que Felipe V importó de Francia esta tradición.

Foto: Estatua de San Valero en el Ayuntamiento de Zaragoza.

sábado, 29 de enero de 2011

El novio de la muerte


Hoy os voy a contar el origen de una de las más bellas canciones militares que se han escrito jamás, esta no es otra que la legionaria canción «el novio de la muerte».
Para conocer su origen, vamos a ver el artículo escrito por el oficial de la Guardia Civil, y musicólogo, ya fallecido, D. Armando Oterino Cervelló, que dice así:
“En el Tercio, a imitación de su vecina Legión extranjera francesa que la arrastraba desde la entonces recién terminada guerra europea, se cantó inicialmente “La Madelón”, pero por poco tiempo, porque no tardó en adoptar un canto que le era más propio y estaba más cerca de aquel nuevo estilo de vida militar de entender la vida y la muerte. Este canto empezó siendo un cuplé, una canción de escenario; una letrilla que hace llorar a los hombres de bronce que no lloran nunca y a las mujeres que lloran siempre, que las dejan sin aliento, sin pestañear, pálidas como la propia muerte.
El 7 de enero de 1921, en Beni Hassán, cuando el Tercio tenía sólo unos meses de existencia, (su primera Bandera se había organizado en octubre), después de haberse defendido heroicamente con su escuadra frente a los kabileños que los atacaron y pretendieron apoderarse de sus armas, murió a consecuencia de las heridas recibidas el Cabo Baltasar Queija de la Vega; era el primer legionario que perdía la vida en un hecho de armas. En su bolsillo se encontraron unos versos llenos de emoción y sentimiento. Se dice que acababa de enterarse de la muerte de su novia, y en esas confidencias íntimas que se hacen al compañero en las largas esperas campamentales de una estrellada noche moruna, había confesado: “¡Ojalá la primera bala no tarde mucho y sea para mi corazón, para reunirme pronto con ella!”. Pocas horas después, cuando se realizaba la retirada de protección de unos caminos su escuadra fue atacada. Toda una premonición que presagiaba el futuro canto de “El novio de la muerte”.
Este acontecimiento causó en la sociedad española una gran conmoción. Entonces el conocido letrista de cuplés Fidel Prado Duque, emocionado, escribió unos versos sobre el hecho, y se los entregó a su amigo y colaborador en la música de “varietés”, el compositor barcelonés Juan Costa Casals, para que les dotara de una melodía adecuada. Juan Costa, también emocionado por el motivo que narraba la letra, le puso música de inmediato.
A principios de julio de 1921, una cupletista de primera fila, “Lola Montes” (su nombre verdadero era Mercedes Fernández González) se encontró en la calle de la Montera, de Madrid, con Fidel Prado, cuyas letras cantaba habitualmente. Fidel la dijo que acababa de recibir de Juan Costa la partitura de un "cuplé", que aún no había oído, cuya letra le había enviado hacía poco, y que le decía que el encargo “le había salido muy bien”.
Fidel deseoso de oír la canción, invitó a "Lola Montes" a escucharla también, la audición se iba a celebrar en el estudio del maestro Modesto Romero, también gran creador de cuplés que en 1922 compondría “La canción del legionario”. El maestro Romero tenía su estudio en la calle de Luchana número 10, y allí se celebró la primera audición madrileña de esta pieza, en principio destinada a cuplé. El resultado emocionó y encantó a todos los presentes, y en especial a Lola Montes, que inmediatamente decidió incorporarla a su repertorio, ya que pocos días después salía de gira a Málaga a la cabeza de un espectáculo de “varietés”, se llevó la partitura, y la estudió durante el viaje, ayudada por el pianista de la compañía. Lola estrenó la canción en Málaga, en el teatro Vital Aza, con un éxito total.
Asistió a una de las funciones la duquesa de la Victoria, que dirigía los hospitales de la Cruz Roja en Marruecos. Al terminar el espectáculo, se dirigió a la cupletista y le dijo:
“Mira, Lola, esto tienes que cantarlo en Melilla. El general Silvestre está llevando a cabo una ofensiva en aquel territorio que puede acabar con la guerra. Tú, con este cuplé tan bonito, dramático y patriótico, puedes contribuir, en gran medida, a elevar la moral de la población. Te voy a recomendar para que actúes, como fin de fiesta, en la compañía de Valeriano León, que se presentará allí en unos días...”.
Así Lola Montes se presentó en Melilla a finales de julio de 1921, con la compañía del gran cómico Valeriano León, actuando como “telonera”. Ella misma lo contaría, años después, en una “carta al director” del diario ABC:
“Mi actuación fue un éxito indescriptible. Cuando aparecí en el escenario vestida de enfermera, el público, compuesto por relevantes figuras de la vida civil, jefes, oficiales y tropa, me dedicó una entusiasta ovación. Y, cuando terminé la canción, el auditorio, en pie, estuvo aplaudiéndome un largo rato, lo que me produjo una dulce y tierna emoción...”.
En Melilla, a Lola la tocó vivir aquellos angustiosos días de julio en que tuvieron lugar los trágicos acontecimientos posteriores al desastre de Annual y el derrumbamiento de aquella Comandancia General. Con su canción, elevaba la moral de los soldados y la población, alentando la espera de refuerzos y socorros. Estos refuerzos, finalmente, llegaron a tiempo. Y los primeros en llegar fueron los legionarios, que desde Ceuta habían sido enviados por mar.
El Teniente Coronel Millán Astray, jefe de la Legión la escuchó en Melilla y desde entonces, gracias a la fuerza emocional de su letra, quedó incorporada al repertorio legionario, cantándose en el acto de homenaje a los que dieron su vida por España. Solamente se cambió su paso, que se adaptó al ritmo de marcha.
En 1952, el director músico de la banda del Tercio, Emilio Ángel García Ruiz —D. Ángel— tuvo la genial idea adaptar el ritmo de la música al paso procesional de los desfiles de la Semana Santa de Ceuta y, después, de Málaga. De esta manera, la letra de la canción se manifestaba en toda su solemnidad y emotividad, siendo el ritmo más apropiado para honrar a los caídos. Desde entonces, se toca con dos ritmos: uno rápido, de marcha legionaria, y otro lento, de oración a los Caídos.
No ha habido letras alternativas a ésta, ni en la guerra civil, ni en la División Azul, ni después. Siempre se ha cantado con esta letra, sin cambiar ni una sílaba. La razón hay que buscarla en sus propios versos, contundentes e insuperables. Esta es su letra:
I
Nadie en el Tercio sabía
quien era aquel legionario
tan audaz y temerario
que en la Legión se alistó.
Nadie sabía su historia,
más la Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo, el corazón.

Más si alguno quien era le preguntaba
con dolor y rudeza le contestaba:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.

II
Cuando más rudo era el fuego
y la pelea más fiera
defendiendo su Bandera
el legionario avanzó.
Y sin temer al empuje
del enemigo exaltado,
supo morir como un bravo
y la enseña rescató.

Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
murmuró el legionario con voz doliente:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpa de fiera;
soy un novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tal leal compañera.

III
Cuando, al fin, le recogieron,
entre su pecho encontraron
una carta y un retrato
de una divina mujer.
Y aquélla carta decía:
"...si algún día Dios te llama,
para mí un puesto reclama
que a buscarte pronto iré".

Y en el último beso que le enviaba
su postrer despedida le consagraba.
Por ir a tu lado a verte
mi más leal compañera,
me hice novio de la muerte,
la estreché con lazo fuerte
y su amor fue mi Bandera.
Foto: Cartel del Novio de la Muerte interpretada por Lola Montes

martes, 18 de enero de 2011

La Batalla de Lepanto


Liberado por el momento de Francia y pacificada Italia tras la Paz de Cateau-Cambrésis, Felipe II concentra sus esfuerzos en precaver la amenaza turca, muy poderosa desde los últimos éxitos alcanzados por los sultanes con ocasión de la guerra contra Enrique II de Francia, así como de la conquista de Trípoli por Dragut, en 1551. Ante la hegemonía naval del imperio turco en el Mediterráneo, la monarquía hispana permanecía a la defensiva, confiando en los importantes trabajos de fortificación del litoral en Valencia y en Ibiza.
Los triunfos de turcos y berberiscos hacían entrever un probable dominio del Mediterráneo central por el Islam. En 1560, una tentativa del virrey de Nápoles, a cargo de Andrea Doria, para reconquistar Trípoli, fracasa en las Gelves; en 1563, el bey de Argel atacaba asimismo las fortalezas españolas de Orán y Mazalquivir. Sólo la conciencia del peligro hizo reaccionar a españoles e italianos: la espléndida defensa de Malta durante el verano de 1565 fue el primer síntoma de esta reacción, y dejó claro que el poderío otomano tenía que ser frenado directamente en el Mediterráneo oriental.
Un problema fundamental de la monarquía hispana era la imposibilidad de aplicar todos sus recursos a un solo campo de acción. Así, desde 1566, Felipe II se vio obligado a dividir su intervención entre el Mediterráneo y los Países Bajos. En este contexto, estalló, en 1568, la sublevación morisca de las Alpujarras; poco después, en 1570, Túnez caía en manos de los argelinos, a la vez que en el Mediterráneo Oriental los turcos conquistaban a los venecianos la isla de Chipre.
Este último acontecimiento motivó la formación de una Liga Santa entre Felipe II, el papa Pío V y la república de Venecia. La flota conjunta aliada, bajo el mando de don Juan de Austria, obtuvo el triunfo en la Batalla Naval de Lepanto, el 7 de octubre de 1571.
Pero el triunfo no llegó a ser decisivo ni completo. Venecia, arruinada por la guerra, se separó de la Liga y concertó una paz humillante con Turquía, en abril de 1573: cesión de Chipre y de los puertos dálmatas, devolución de las conquistas y pago de alta indemnización de guerra. Sin embargo, la defección de Venecia, no impidió que don Juan se apoderase, en octubre de 1573, de Túnez y Bizerta, aunque fue una victoria sin consecuencias, pues la flota turca reconquistó sin esfuerzo La Goleta y el mismo Túnez en 1574.
Sin embargo, todo indicaba que se había llegado a un cierto equilibrio entre Turquía y España, como potencias hegemónicas en las cuencas del Mediterráneo oriental y occidental, respectivamente. Quizá, el resultado más concreto de Lepanto fue evitar las anuales intervenciones de la flota turca en el Mediterráneo occidental. A medio plazo, se produjo la firma de una serie de treguas hispano-turcas (1581) que, más o menos prorrogadas formalmente, duraron hasta convertirse en un tratado de paz doscientos años después. No obstante, no hubo tregua con el corso argelino hasta 1580, continuando las relaciones entre las comunidades moriscas y los poderes políticos del norte de África y de Turquía.
Foto: Batalla de Lepanto de Andrea Michieli. 1605. Óleo sobre lienzo. Palacio Ducal de Venecia.

D. Domingo Piris Berrocal, el único Teniente Coronel Legionario.


Domingo Piris Berrocal, nace en el pueblo cacereño de Herrera de Alcántara el día 2 de agosto de 1901. El 10 de octubre de 1920 ingresa en el recién creado TERCIO DE EXTRANJEROS, procedente del Banderín de Enganche de Cáceres, siendo destinado a la 4ª Compañía de la II Bandera, que manda el Comandante de Infantería D. Carlos Rodríguez Fontanes. Desde sus inicios en El Tercio, se distingue el legionario Piris Berrocal, en cuantas acciones de guerra participa con su Compañía y en las que El Tercio de Extranjeros, a las órdenes de su Fundador el teniente coronel Millán Terreros, forma siempre la vanguardia del ejército de operaciones. Y así, en su Hoja de servicios van apareciendo nombres como Amara, Ambar, Tizzi Azza, Coba Darsa, Tarfesit, Xauen, Alhucemas, y un larguísimo etc., donde la Legión ha estado presente y la sangre de sus legionarios (entre ellos la de Domingo Piris en seis ocasiones) ha sido derramada en profundidad. En nueve años (de 1921 a 1930), el Legionario Piris se coloca sobre su guerrera los galones de cabo, de sargento, de suboficial (entonces un empleo superior al de sargento), y finalmente el 20 de septiembre de 1930 asciende a alférez de la Escala Legionaria. Asciende a teniente a finales de 1935, a capitán en 1938, ya en plena Guerra Civil, a comandante legionario (grado creado por el Generalísimo en 1937 para ascender “A título póstumo” al capitán legionario Carlos Tiede Zedem, antiguo Oficial Prusiano) el 27 de noviembre de 1941.
Así se relataban, los hechos sobresalientes de los soldados españoles en campaña, en este caso del legionario Piris Berrocal hablaba el Legionario de Honor Eugenio de Pablo Landa:
“Durante 1924 se recrudecen los enfrentamientos en la zona melillense, coincidiendo con el levantamiento de las harcas de Yebala. Nuestro hombre es ya brigada -suboficial se decía entonces, separando el grado de sargento- cuando su cuerpo es nuevamente perforado por el plomo enemigo. A cambio de su sangre recibe dos nuevas cruces rojas y la medalla de sufrimientos por la patria.
Durante las operaciones del año siguiente señaladas por el mando en las regiones de Larache y Tetuán, es nuevamente condecorado con otra cruz roja y citado como distinguido en la orden de la Comandancia General de Melilla. En este año tiene lugar el desembarco de Alhucemas, en que nuestras tropas conquistaron la playa de la cabecilla y, a sangre y fuego, el monte Malmusi, pereciendo en el cuerpo a cuerpo grandes efectivos de neutras tropas. Con su bandera, es Piris trasladado como refuerzo a este territorio donde se hace acreedor a una nueva cruz roja y a otra citación como distinguido en la orden general del norte de África.
En tanto, Abd-el-krim ha abandonado a los suyos, acogiéndose a la clemencia francesa, pero el escenario sangriento y fanático sigue extendiendo, teniendo nuestros hombres que penetrar en las montañas del Rif. Corre el año 1927 cuando del pecho de nuestro biografiado prende otra cruz roja y una segunda medalla de sufrimientos por la patria.
Termina por fin la insurrección marroquí o la llamada guerra de África, después de dieciocho largos años en lo que se fue lo más granado de nuestra juventud. Tiempo después, Piris, en reconocimiento de los servicios prestados, sacrificio de entrega, valor, etc., es agraciado con la Cruz de María Cristina, y en 1930 consigue su primera estrella de seis puntas.
1934 es un año luctuoso de revoluciones, con un Tábor de Regulares y tres Banderas Legionarias, cruza el estrecho -según consejos del general Franco al gobierno-. Es herido por quinta vez, siendo su actuación premiada con otra dorada estrella. Es ya teniente legionario.
Su Hoja de Servicios es impresionante. Más de cincuenta acciones de guerra en las que participa con denodado heroísmo le proporcionan una catarata de condecoraciones y reconocimientos por entidades públicas y privadas. Entre sus Recompensas Militares destacan: La Medalla Militar Individual, la Cruz de María Cristina (al valor distinguido en campaña), ocho Cruces Rojas del Mérito Militar, la Medalla de Marruecos, la Medalla de la Campaña (1936-1939), la Medalla de Sufrimientos por la Patria, con tres pasadores, la Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, la Cruz del Mérito Militar con Distintivo blanco , la Orden de la Medhauía, concedida por el Sultán de Marruecos y tres Medallas Militares colectivas. Fue propuesto tres veces para la Cruz Laureada de San Fernando y otras tres para la Medalla Militar Individual (que al final se la concedieron). Obtuvo cuatro ascensos por méritos de guerra y en otras dos ocasiones fue propuesto para este tipo de ascensos. Fue herido grave diez veces en campaña (con lo que adornaba la manga izquierda de su uniforme con una impresionante “raspa” de diez ángulos dorados, uno por cada herida), y en fin, fue citado en distintas Órdenes de Operaciones como “distinguido” y “Muy distinguido” en ¡Treinta y tres ocasiones!
Por cuanto antecede y en atención a su brillantísimo Historial, S.E. El Jefe del Estado, Excmo. Sr. D. FRANCISCO FRANCO BAHAMONDE (a cuyas inmediatas órdenes había servido Piris en sus primeros años en El Tercio) por Decreto del día 2 de agosto de 1961 lo ascendió, con carácter excepcional, al empleo de Teniente Coronel Legionario, siendo el único, en toda la ya larga historia de La Legión, en alcanzar tan alta graduación. Con el empleo de teniente coronel, participa en cuantas ceremonias se organizan en los Tercios, y allí acude siempre el teniente coronel Piris, con su camisa legionaria arengando a los legionarios desde la tribuna, cuál mítico guerrero de César o de Alejandro Magno. Y vinculado a La Legión continúa hasta su fallecimiento en Madrid, el 28 de abril de 1980.
Fuente: Del Comandante de Infantería Ángel Cañete Páez
Foto: Teniente Coronel Legionario D. Domingo Piris Berrocal, Medalla Militar Individual.

lunes, 17 de enero de 2011

Los Usatges


Los Usatges son una recopilación de textos jurídicos de distintas épocas que contienen leyes, usos judiciales y preceptos de distinta índole y que están considerados como el primer código de derecho catalán.
La creación de esta recopilación jurídica surge tras la necesidad de corregir las deficiencias existentes en el Liber Iudiciorum ̶ código promulgado por el monarca visigodo Recesvinto en el año 654 ̶̶ y sobre todo por la necesidad de adaptar las leyes a los nuevos tiempos.
El origen de los Usatges es difícil de establecer. Bien podría haber surgido a raíz de la Curia de 1068, en tiempos de Ramón Berenguer i, o bien como obra de un jurista —muy influenciado por el derecho romano— a mediados del siglo xiii, bajo el mandato de Ramón Berenguer iv. Posteriormente se producirían adiciones hasta tiempos de Jaime el Conquistador. Las fuentes esenciales de los Usatges serían la ley visigoda, la ley romana, disposiciones de las asambleas de paz y tregua, y costumbres feudales.
A partir del siglo xii, los Usatges pasan a convertirse en la legislación territorial. Jaime i otorgó carácter oficial a los Usatges —mediante la Constitución de 1251— convirtiéndose éstos en el derecho general del país. En este derecho deberán basarse los jueces, de ahora en adelante, a la hora de aplicar las leyes.
Foto: Jaime i con sus consejeros, entre ellos un obispo. Miniatura del manuscrito de los Usatges de Barcelona, del s. xv. Archivo del Concejo de Lérida

miércoles, 12 de enero de 2011

El Compromiso de Caspe


La muerte de Martín el Joven, el 25 de julio de 1409, hijo de Martín I el Humano, sin hijos legítimos de sus matrimonios con María de Sicilia y con Blanca de Navarra, planteó el problema de la sucesión al no tener Martín el Humano, viudo, otros hijos. El rey contrajo un nuevo matrimonio con Margarita de Prades para intentar dar un heredero al trono.
El nuevo matrimonio no tuvo descendencia y los juristas consultados no quisieron o no pudieron responder a la consulta sobre si él, podía designar libremente a su sucesor y, en caso afirmativo, si podía nombrar a Fadrique de Luna, hijo ilegítimo de Martín el Joven y, en caso negativo, Martín quería saber si el parentesco se limitaba a su propia persona.
Los letrados rechazaron a Fadrique por la ilegitimidad de su nacimiento. Se le ofrecía la posibilidad de encumbrar a alguno de sus parientes, así Jaime de Urgel fue nombrado lugarteniente de todos los reinos pero no supo poner fin a las banderías internas. A la muerte de Martín en el 1410, Jaime tenía en su contra a los Urrea aragoneses, a ciudadanos influyentes de Barcelona, a parte de la nobleza catalana dirigida por el Conde de Pallars y a los Centelles de Valencia, por lo tanto, su candidatura no tenía unanimidad en los reinos de la Corona.
La elección del nuevo rey tendría que hacerse mediante el acuerdo de las Cortes de Cataluña, Aragón y Valencia. Cuando consiguen reunirse, aragoneses y valencianos se presentaron divididos en dos parlamentos irreconciliables. Tras dos años de interregno y de guerras civiles, en 1412, una comisión de 9 personas procedió, en Caspe, a la elección como rey de Aragón del regente castellano Fernando de Antequera, con el que se inicia la presencia de los Trastámara castellanos en la Corona de Aragón. Por su parte, los nacionalistas catalanes hacen responsables del declive catalán a las decisiones alcanzadas por los compromisarios de Caspe.
Fernando de Antequera, por línea femenina, sobrino de Martín y nieto de Pedro el Ceremonioso, compite por el trono con Luis de Anjou , nieto de Juan I por línea femenina, con Fadrique de Luna, nieto ilegítimo de Martín y con Jaime de Urgel, descendiente por línea masculina de Jaime II.
El juego de intereses comienza a la muerte de Martín el Humano. En principio, los únicos candidatos con posibilidades reales son Jaime de Urgel y Luis de Anjou, que cuentan con el apoyo de uno de los bandos en que está dividida la nobleza. Entre los partidarios de Jaime están los Luna de Aragón y los Vilaragut de Valencia y parte de la alta nobleza. Luis cuenta con los Urrea, los Centelles y algunos nobles catalanes.
El asesinato del arzobispo de Zaragoza, cabeza de los partidarios de Luis, llevó a los aragoneses a su parcialidad y a buscar un candidato capaz de hacer frente a los Luna y éste fue el regente castellano, Fernando de Antequera, en principio el menos cualificado, pero cuenta con el apoyo de Benedicto XIII, que ve en él un firme apoyo a sus derechos pontificios.
Las tropas castellanas dominaron rápidamente la mayor parte de Aragón y, protegido por ellas, se reunió en Alcañiz el parlamento aragonés formado por los partidarios de Fernando. Siguiendo las recomendaciones de Benedicto XIII encargaron a 9 compromisarios la elección del nuevo rey. El Parlamento catalán, reunido en Tortosa, aceptó la proposición del aragonés y nombró a 24, sin llegar a un acuerdo.
Fernando cuenta con el apoyo de los valencianos mientras aragoneses y catalanes tratan de llegar a un acuerdo. Al final, se aceptan los 9 compromisarios ofrecidos por Aragón, que eran:
Por Aragón:
Domingo Ram, obispo de Huesca.
Francisco de Aranda, antiguo consejero real y enviado de Benedicto XIII.
Berenguer de Bardají, jurista y letrado general de las Cortes de Aragón.

Por Cataluña:
Pedro de Sagarriga, arzobispo de Tarragona
Bernardo de Gualbes, síndico y conseller de Barcelona.
Guillén de Vallseca, letrado general de las Cortes catalanas.

Por Valencia:
Bonifacio Ferrer, prior de la Cartuja de Portaceli.
San Vicente Ferrer, dominico valenciano.
Ginés Rabassa, ciudadano de Valencia, experto en derecho, que por enfermedad fue sustituido por Pedro Beltrán.

El triunfo de Fernando se debió a la división existente entre los reinos, al poder que tenía a título personal como regente de Castilla y al apoyo de Benedicto XIII.
Tal como se desarrollaron los acontecimientos, Cataluña tuvo en sus manos la posibilidad de rechazar a Fernando aceptando como rey a Jaime de Urgel, pero la crisis del siglo xiv había dividido a los catalanes.
Con los tres votos de Aragón, dos de Valencia y uno de Cataluña, Fernando conseguía la mayoría de votos y además se cumplía que tenía al menos un representante de cada reino.

Las decisiones de los compromisarios fueron publicadas el 28 de junio de 1412, siendo muy bien acogidos los resultados en Zaragoza y con menos interés en Valencia y Barcelona, pero todos aceptaron la decisión. La dinastía catalano-aragonesa iniciada con Alfonso II se había extinguido y empezaba una nueva etapa histórica con la llegada de los Trastámaras de Castilla representada por Fernando I de Antequera.

El 5 de Agosto de 1412 don Fernando entraba triunfante en Zaragoza y el 3 de Septiembre juró los fueros en La Seo, en presencia del Justicia de Aragón. El día 5 de septiembre del mismo año Las Cortes de Zaragoza lo reconocen como legítimo rey de Aragón.

La coronación religiosa se produjo dos años más tarde, el 11 de febrero de 1414, ya que Jaime de Urgell se mantenía todavía en rebeldía y no lo reconocía como rey. Las tropas de don Fernando pusieron sitio a la villa de Balaguer y Jaime de Urgell tuvo que rendirse.

Don Fernando fue un gran rey de Aragón, buscó el bienestar de todos los reinos y propició y desarrolló la expansión del comercio catalán. Murió en Igualada en 1416 cuando tan sólo había reinado 4 años.

Foto: Compromiso de Caspe por Dióscoro Teófilo Puebla Tolín. 1867.