San Valero nació en Cesar Augusta, en el siglo III y perteneció a familia de los Valerios, una de las más ilustres de la época. Su historia, como otras muchas de santos y mártires, se debate entre el mito, la leyenda y la realidad.
Fue obispo de Cesar Augusta en el año 290 y dedicó su vida a predicar la fe cristiana y evangelizar la ciudad. Se conocen algunos datos concretos de su vida y su obra a través de su biógrafo Prudencio, quien cuenta que fue elegido obispo de Cesar Augusta y que alcanzó una larga longevidad. Hay constancia de que, como obispo cesaraugustano, estuvo en el concilio de Elvira (Granada) hacia el año 306.
Los últimos años de su episcopado no podía cumplir con la predicación por un problema en la lengua, por lo que fue llamado “el tartamudo”. Sin embargo, encontró un magnífico ayudante en el diácono Vicente (San Vicente Mártir), al que hizo llamar de Huesca.
Al principio del siglo IV, los cristianos resultaban una amenaza para el Imperio Romano y Diocleciano y Maximino desencadenaron un gran persecución contra ellos. Valero y Vicente fueron detenidos, encadenados y enviados a Valencia por orden de Daciano, por aquel entonces gobernador de Hispania, para ser juzgados por un tribunal. Vicente halló el martirio y Valero fue desterrado a Enate, cerca de Barbastro. Allí vivió unos doce años dedicado a la oración hasta su muerte en el año 315.
No hay acuerdo entre los historiadores sobre el primer destino del cuerpo de este obispo, pero parece claro que a mediados del siglo XI sus restos fueron trasladados a Roda de Isábena. Cuando las tropas de Alfonso I entraron en Zaragoza en 1118, el rey reclamó que los restos de San Valero regresaran a la ciudad. El capítulo de Roda fue generoso y envió, en sucesivos momentos, primero un brazo y, más tarde, el cráneo del obispo confesor en 1170, con Alfonso II.
La ciudad recibió las reliquias con grandes festejos religiosos y populares. Las multitudes acudían a venerarlas y contaban luego los muchos beneficios recibidos. Era como si, después de siglos, volviese su amado pastor del destierro. Desde entonces se veneran sus reliquias en la capilla barroca de la Catedral de San Salvador. San Valero es patrono y protector de Zaragoza y se celebra su festividad el 29 de enero con el tradicional roscón.
El origen de la tradición del roscón no está muy claro, parece ser que se basa en una tradición pagana del imperio romano que en torno al solsticio de invierno, con motivo de las fiestas saturnales, en honor de Saturno, divinidad agrícola protectora de sembrados y cosechas, se estableció como costumbre repartir unas tortas redondas hechas con higos, dátiles y miel, que se daban a ciudadanos y esclavos.
En esta fiesta se escondía un grano de haba, en cualquier lugar de la habitación o incluso de la casa, y a veces entre la miga del pan, y había un premio para quien la encontraba; un premio exclusivamente destinado a los esclavos: quedaba libre durante todas las Saturnales. Este parece ser es el origen del roscón y de su sorpresa.
Parece ser que Felipe V importó de Francia esta tradición.
Foto: Estatua de San Valero en el Ayuntamiento de Zaragoza.
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