domingo, 18 de septiembre de 2011

La Guerra de los Seis días Árabe-Israelí


Tras la crisis de Suez de 1956,  los cascos azules de la ONU separaron a las tropas egipcias e israelíes en un marco de paz muy inestable. Mientras las dos superpotencias consolidaron sus posiciones en el Oriente Próximo.
El 18 de mayo de 1967, Nasser pidió al entonces secretario general de la ONU, U Thant, la retirada de las fuerzas de la ONU estacionados en territorio egipcio. En un ambiente de creciente tensión, Egipto recibió el apoyo soviético y de los demás países árabes, mientras que Estados Unidos apoyó firmemente a Israel.
Israel acabó con la tensión lanzando un ataque por sorpresa el 5 de junio de 1967 en la llamada Operación Foco. La guerra fue un paseo militar para el ejército hebreo. El Sinaí egipcio, la franja de Gaza, Cisjordania, la ciudad vieja de Jerusalén y los Altos del Golán sirios cayeron en solo seis días en manos de Israel. El territorio ocupado por el estado hebreo pasó de poco más de 20.000 kilómetros cuadrados a 102.400. Pese a las protestas de la ONU y el desacuerdo de las grandes potencias, el Parlamento israelí acordó el 23 de junio la anexión de la parte árabe de Jerusalén.
Las reacciones a la derrota árabe no se hicieron esperar, en la Conferencia de Jefes de Estado Árabes celebrada el 28 de agosto en Jartún (Sudán) se constituyó el "Frente del Rechazo". Los participantes se comprometieron a no reconocer y a no negociar ni concluir la paz con Israel. Mientras la OLP comenzaba a tratar de obtener su propia autonomía, dirigiendo la batalla contra el ocupante israelí.
Las Naciones Unidas adoptaron el 22 de noviembre de 1967 la resolución 242 en la que se estipula que Israel debe de retirarse de los territorios ocupados, según la versión francesa del texto, y de ciertos territorios ocupados, según la inglesa, y se afirma el derecho de cada nación en la región de vivir “en paz en el interior de fronteras seguras”.
La gran victoria de Israel en 1967 inicia el elemento esencial del problema palestino hasta nuestros días: la situación de los territorios ocupados de Gaza, Cisjordania y la parte árabe de Jerusalén.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La leyenda del Delfín de Francia, Luis Carlos de Borbón


El caso del Delfín, Luis Carlos de Borbón, hijo de Luis XVI y María Antonieta, los guillotinados reyes de Francia durante la Revolución Francesa, es curioso de conocer ya que la creencia popular defiende que el Delfín no murió en prisión, como se hizo saber, sino que fue sustituido por otro muchacho y que consiguió escapar de sus carceleros.
Posteriormente, tras la restauración de los Borbones en el trono de Francia, aparecieron muchos que decían ser el desaparecido Delfín. De todos los impostores el más famoso fue Carlos Guillermo Naundorff que fue quién defendió con mayor ímpetu su reclamación, aunque nunca fue aceptado como tal, un caso que podríamos asemejar al de la princesa Anastasia Romanov y Anna Anderson.
La leyenda es la siguiente:
En 1792 fue encarcelado con sus padres, en la prisión del Temple en París. Tenía 9 años. A la muerte de sus progenitores, en 1793, fue reconocido como rey de Francia por los monárquicos con el nombre de Luis XVII, pero mantenido en prisión por los revolucionarios. Tras pasar más de un año en prisión donde estuvo al cuidado de un zapatero llamado Antoine Simon que según las fuentes de la época trataba bastante mal al pequeño infante. Las terribles condiciones que tuvo que soportar comenzaron a hacer mella en su salud y así el 10 de Agosto de 1795 se anunció su muerte en prisión. Las pruebas datan la fecha de su muerte el  8 de junio de 1795 cuando contaba con 10 años de edad. A partir de este momento los rumores de su sustitución y huída fueron de gran calado en el pueblo francés.
Cinco personas que vieron el cadáver afirmaron que se trataba del Delfín, sin embargo, ninguna de ellas había visto jamás al príncipe en vida. Durante el funeral, muchos se extrañaron que se utilizara un ataúd demasiado grande para un niño. Después fueron surgiendo distintos indicios que hicieron firme la sospecha de una posible sustitución del Delfín.
Se dice que el matrimonio que tenía a su cargo la custodia del Delfín renunció a su misión el 19 de enero de 1794, cuando el niño contaba 9 años y daba muestras de una salud y constitución excelentes. Siete meses después, el general Paul François Jean Nicolas, vizconde de Barras, encargado de la prisión, fue a visitar al Delfín y se encontró con un adolescente de aspecto enfermizo.
Este cambio repentino en la salud del prisionero seria explicado después de 20 años por la mujer que lo tuvo a su cuidado. Ésta manifestó en un hospital a las religiosas que la atendían que ella y su marido introdujeron secretamente en la cárcel a otro muchacho y se llevaron al Delfín el día en que renunciaron a su trabajo. Nada más reveló a las monjas, aparte de exclamar: “¡Mi pequeño príncipe no ha muerto”!
Los acontecimientos que ocurrieron a continuación de la visita del general Barras al Delfín dieron rienda suelta a los rumores sobre su sustitución. Un carcelero, dijo al general que el muchacho era un impostor. Éste organizó inmediatamente la búsqueda del Delfín por todo el país. Mientras tanto, otros funcionarios del gobierno visitaron la prisión. Según uno de ellos, el muchacho era sordomudo; otro lo describió como la criatura más digna de compasión que jamás se haya visto. Un destacado banquero denunció como falso el certificado de defunción del Delfín y menos de un año después, él y toda su familia fue asesinada. Barras informó del caso a sus colegas del gobierno y anunció que toda la familia del banquero había perecido: “excepto el niño que ustedes saben”.
Esta manifestación del vizconde de Barras hacía ver que su búsqueda había tenido éxito la búsqueda y que los ministros sabían que el Delfín se hallaba en casa del banquero.
Ahora el problema era determinar quien era verdaderamente el muchacho que murió en la prisión del Temple. Al exhumar su cadáver en 1846, dos médicos declararon que contaba de 15 a 16 años, en lugar de 10. En 1894 se examinaron de nuevo los restos. Una vez más se llegó a la conclusión de que los huesos pertenecían a un muchacho de edad comprendida entre los 16 y 18 años. Cualquiera que fuese la verdad del asunto, el muchacho del ataúd no podía ser el Delfín.
Después de la caída de Napoleón en 1815, quedó restaurada la monarquía de los Borbones y aparecieron numerosos delfines. Veintisiete hombres pretendieron el título: es decir, todos ellos aspiraban al trono y evidentemente, eran farsantes. Pero, en 1836 surge en escena Carlos Guillermo Naundorff, con firmes pruebas en apoyo de su demanda de ser el heredero francés desaparecido.
Naundorf fue reconocido por la antigua niñera del Delfín y por el ex ministro de Justicia de Luis XVI. La hermana del Delfín, María Teresa, rehusó verlo, aunque se la habló de su parecido extraordinario con los miembros de la familia real. Sus partidarios  interpretaron la negativa de la hermana del Delfín como una confirmación de su derecho. Se sabía que María Teresa apoyaba a su tío Carlos —Luis XVIII— como rey legitimo.
La historia de Naundorff concuerda con la opinión generalizada de que el matrimonio de carceleros sacó secretamente de la prisión al Delfín para ponerlo a salvo. Se afirmaba, en cambio, que Barras lo había trasladado a otro lugar de la prisión y que en su puesto había colocado a un segundo muchacho. Luego, al morir este, el Delfín fue sacado ocultamente del país y llevado primeramente a Italia y después a Prusia, donde tomó el nombre de Naundorff.
Para presentar su demanda, Naundorff recurrió a los tribunales civiles; pero fue detenido y expulsado de Francia. Se refugió en los Países Bajos, donde las autoridades lo trataron con cierta consideración. También intentó fundar una iglesia cismática, sin éxito. Murió en Delft en 1845, y su certificado de defunción fue extendido a nombre de Luis Carlos de Borbón, de 60 años, hijo de Luis XVI y María Antonieta. Sus hijos adoptaron legalmente el apellido Borbón, que aún mantienen sus descendientes e insisten en sus derechos ante los tribunales franceses. También cabe otra posibilidad, la de que Luis Carlos hubiese vivido como un hombre vulgar, sin ser reconocido y sin haber querido revelar su identidad.
Esta es la leyenda que rodea a la figura de Luis XVII de Francia, conocido como “el Delfín desaparecido”.
Lo cierto es que la investigación llevada a cabo por el belga Jean-Jacques Cassiman y el alemán Bernard Brinkmann desvelaron las dudas que existían sobre el final de Luis XVII.  El resultado es tajante, las pruebas de ADN confirman que el pequeño de 10 años que el 8 de junio de 1795 murió de tuberculosis en la prisión parisina del Temple era, efectivamente, el Delfín, Luis Carlos de Francia, —Luis XVII—, el hijo de los guillotinados Luis XVI y María Antonieta. Uno de los mayores misterios de la Revolución Francesa quedaba desvelado al tiempo que desmonta las aspiraciones a un hipotético trono de Francia de quienes se decían sucesores del Delfín. Actualmente, Luis Alfonso de Borbón, sobrino del Rey de España, en cuanto jefe de la Casa de Borbón de Francia, y Enrique de Orleans, descendiente de Luis Felipe de Orleans, el último rey de los franceses, son ya prácticamente los únicos que pueden soñar con ceñirse la corona francesa, lo que resulta prácticamente imposible ya que, después de más de 130 años, la República está totalmente asentada e identificada con un pueblo que se siente orgulloso de ella.
Existe otra historia sobre este personaje y es la de su corazón conservado en una urna, pero esa la contaré en otra ocasión.

Foto: Retrato en busto de Luis XVII por Alexandre Kucharski, siglo XVIII © RMN / Gérard Blot. 

lunes, 12 de septiembre de 2011

La guerra más corta de la historia

El 27 de agosto de 1896 estalló la guerra más corta de la historia, duró tan solo 45 minutos y enfrentó al Imperio Britanico contra Zanzibar (Guerra Anglo-Zanzibariana). A la muerte del Sultán, pro británico, Hamad bin Thuwaini el 25 de agosto, su primo Khalid bin Bargash tomó el poder mediante un golpe de estado. Los británicos apoyaban a otro candidato Hamud bin Muhammed ordenaron a Bargash abdicar, a lo que se negó y logró formar, en un corto periodo de tiempo, un ejército de 2.800 hombres y utilizó el yate armado del anterior sultán, el H.H.S. Glasgow.

Los británicos, reunieron cinco naves de guerra en el puerto, justo frente al palacio y desembarcaron algunas compañías de Marines Reales para asistir a los “leales” (un ejército de Zanzibar, que favorecía al Imperio Británico) en total juntaron 900 hombres en 2 batallones al mando del general Lloyd Mathews, un antiguo teniente de la Marina Real. El sultán rebelde realizó esfuerzos de último minuto para negociar la paz a través del representante estadounidense en la isla, pero de nada sirvió este intento desesperado de tregua.

A las 09,00 horas de la mañana del 27 de agosto, el ultimátum británico expiró y las naves de la Marina Real abrieron fuego contra el palacio. El sultán tuvo que hacer una retirada precipitada al consulado alemán, donde le fue otorgado asilo.

El bombardeo se detuvo a los 45 minutos, cuando el Glasgow se hundió. Al final de la batalla, los británicos le exigieron a los alemanes que entregaran al sultán, pero escapó. Vivió en el exilio en Dar Es Salaam hasta que fue capturado por los británicos en 1916 y exiliado a Mombasa donde murió en 1925.
Esta guerra tiene el record de la más corta de la historia con una duración de 45 minutos. Los Zanzibarianos tuvieron 500 bajas por 100 de los británicos.

Foto: Imagen del Palacio del Sultán de Zanzíbar tras el bombardeo de la Marina Real Británica.