lunes, 26 de diciembre de 2022

El sargento Hurdisau. La odisea de un héroe en Cuba

Revista La Nación Militar (1899)
En la Revista «La Nación Militar» Nº 5 de 29 de enero de 1899 me encuentro con la historia del Sargento Hurdisau. Uno de tantos de nuestros soldados que sufrieron con extrema gravedad los rigores de una guerra y que aun así, a pesar de las pésimas condiciones que padecían, dieron muestras de una valentía y honor fuera de lo común. Paso a contaros la historia del sargento de Ingenieros Julio Hurdisau como la contaban las crónicas de la época.

Los últimos desastres nacionales han producido en la opinión un desaliento y un pesimismo tan exagerados, que por todas partes existe la idea de la degeneración de la raza, creyéndonos nosotros mismos incapaces para reconquistar lo perdido y colocarnos en el puesto que nos corresponde entre las naciones europeas. Precisamente esas mismas guerras de Cuba y Filipinas, que tantas desgracias nos han proporcionado, han demostrado plenamente el error de los que tal cosa suponen; el soldado español

ha probado en ellas que es ahora el que siempre fue, al que nunca le faltó el valor para arrostrar los mayores peligros y seguir adelante con las más atrevidas empresas. el que hizo alardes de heroísmo cuantas veces se le presentó ocasión para ello.


En momentos de ligero entusiasmo y con el más absoluto desconocimiento de la realidad, se ha pedido al Ejército que entable una lucha desigual, imposible; y el Ejército ha ido al sacrificio sin que se le oiga una queja, sin medios, sin elementos, casi extenuado, y en esas condiciones se ha batido como correspondía a su tradición y a su historia; quiso continuar la lucha; apenas iniciada le ordenaron lo contrario, y obedeció ciegamente. Si hubiese resultado victorioso se multiplicarían las ovaciones; por desgracia no ha sido así, pero tampoco regresa vencido y, sin embargo, se le recibe con marcada frialdad e indiferencia. Si las tropas que midieron con el enemigo sus armas no alcanzaron el triunfo, se debió a la fatalidad, a mil causas que todo el mundo conoce, pero nunca a haber omitido sacrificios, o haberles escaseado el valor. Si los resultados han sido desastrosos, medítese que el Ejército no ha sido más que la víctima.


Allá por el mes de enero de 1897, la prensa describe con notable sencillez el triste fin del poblado de Guisa (Santiago de Cuba), defendido por una pequeña guarnición de infantería y dos cañones de campaña, y que después de varios días de sitio, arrasados los fortines exteriores, inutilizada la artillería, muertos o heridos casi todos sus defensores, y faltos de municiones el resto, caía en poder de numerosas fuerzas insurrectas de Calixto García, que hacían prisioneros a los escasos soldados que quedaron con vida.

En aquel desdichado relato dedicaba unas líneas al sargento de ingenieros Julio Hurdisau, jefe de la estación heliográfica, que con un cabo y tres soldados telegrafistas no desatendió por un momento siquiera, durante el sitio, su importantísima misión, a la par que defendió la torre hasta que fue destruida por un proyectil de la artillería enemiga.


En los últimos momentos de aquella heroica jornada, cuando el enemigo se acercaba al destacamento, cuya defensa se hacía ya imposible, el valiente sargento, herido de un casco de granada, y falto de fuerzas para mover la palanca del manipulador, pero sobrado de corazón, transmitía a la estación de Bayamo, el siguiente despacho:


Enemigo sigue bombardeando esta torre. -Transmito noticia desde el foso. - Dos piezas hacen fuego contra esta torre. – Dentro del pueblo tiran otras cuatro piezas. - Estoy herido de granada. - El cabo grave. - No puedo más. HURDISAU. -


Calixto García Íñiguez
La elocuencia del telegrama anterior hace inútil y excede a cuantos aplausos pudieran tributársele. Esas líneas en las cuales el moribundo sargento, se despedía de sus compañeros, a los que seguramente no soñaría ver más, llevan envuelta una idea de abnegación y cumplimiento del deber que jamás se podrá superar. El sargento Hurdisau cumplió el solemne juramento prestado ante la bandera, de defenderla hasta perder la última gota de su sangre. El Cuerpo de Ingenieros y el Ejército entero, deben enorgullecerse de contar en sus filas al héroe Hurdisau cuyo honroso proceder es digno de gloria imperecedera y debe servir de estímulo y ejemplo. El infante que defiende el puesto confiado hasta perder su vida, el artillero que permanece al lado de sus piezas, mientras puede servirlas, o el jinete que se lanza veloz a la carga contra el enemigo, aun seguro de encontrar en su carrera muerte cierta, son por igual admirables; tan héroe es el uno como el otro, pero todos al morir mueren matando, y esto ... aunque no debiera serlo, siempre es un consuelo; más el que despreciando el fuego, y viendo que se acerca el momento de su muerte, cumple mientras le queda una gota de sangre esa sagrada, pero deslucida misión, es más admirable todavía, revela un corazón más entero, realiza a mi entender un hecho más heroico, si caben grados en el heroísmo; llega a lo sublime ...


La noticia del sitio de Guisa se supo por el heliógrafo en Bayamo con algunos días de anticipación a la entrada de los insurrectos en el pueblo; pero las dificultades de la marcha y el pésimo estado del camino impidieron a la columna de socorro llegar a tiempo para auxiliar al pequeño destacamento, y sólo encontraron en el poblado las huellas del salvajismo y de la barbarie que por donde pasaban los insurrectos iban quedando.


Nada volvió a saberse de los prisioneros de Guisa, de cuya suerte nadie se ha preocupado (por creer segura su muerte), hasta que terminada la guerra con los Estados Unidos, han sido entregados varios de ellos, entre los cuales se cuenta Hurdisau, a las autoridades españolas de Holguín, desde cuya plaza fueron enviados a la Habana.

La presencia de Hurdisau en su antiguo batallón, donde ya había sido dado de baja, produjo general sorpresa, y el olvidado sargento, después de ocho meses de insufrible cautiverio, se encuentra entre sus compañeros.

Entrega de prisioneros al finalizar la guerra


Dificultades administrativas y económicas que no son de extrañar, dada la situación anómala de Cuba en estos meses anteriores a la entrega de la isla, han impedido que Hurdisau pueda cobrar sus haberes, alcances y demás cantidades que hubieran podido corresponderle durante los meses que permaneció en poder de los mambises, hallándose actualmente enfermo de cuerpo y alma, sin recursos y aun sin ropas en un hospital de la Habana, ansiando llegue el momento de regresar a la patria, que con tanto valor defendió, y abrazar sus padres y compañeros, entre los cuales encontrará, seguramente, la tranquilidad y cuidado de que se halla tan necesitado.


Dados los sentimientos de justicia en que siempre se ha inspirado el Excmo. Sr. Ministro de la Guerra, tenemos la seguridad de que no quedará sin el premio merecido la heroica conducta y méritos del sargento Hurdisau, acreedor a la admiración y respeto de cuantos se tengan por buenos españoles y al agradecimiento eterno de su patria.

viernes, 23 de diciembre de 2022

Unidades del Ejército Colonial Español en África: La Compañía Indígena de Montaña

La cordillera Rifeña forma una cadena montañosa entre Melilla y Ceuta con sus mayores altitudes en la zona central. Gemela de la cordillera Bética, no tiene picos tan altos como ésta ni como los del Gran Atlas que recorre el norte africano; aun así presenta un paisaje muy quebrado con varias cimas que sobrepasan los dos mil metros: Tidiguin (2448 m.), Yebel Tagsut (2328 m.), Dehdoj (2092 m.), Tisiren (2090 m.), Irnau Chabau (2008 m.), etc. Salva collados por encima de los 1500 m.

A lo largo de la crestería rifeña tiene el Ejército Español una de sus unidades más curiosas y desconocida: La Compañía Indígena de Montaña.

Creación, encuadramiento y equipación.

En diciembre de 1927, se creó inicialmente una Sección Indígena de Montaña por la necesidad de disponer tropas aptas para vigilancia, en todo tiempo, en la zona más agreste y difícil del Protectorado. Aunque las Fuerzas Militares de Marruecos ya tienen esa condición de Unidades de montaña, fue necesario crear, para guarnecer la zona más alta y compartimentada de la región, una tropa mejor dotada con equipo alpino y que sea más maniobrera y móvil, en las condiciones climatológicas más adversas.

Sección Indígena de Montaña fue organizada por el teniente Blond, con un caíd –oficial indígena con ordenanza–, un soldado español y dos acemileros indígenas en su plana mayor, dos equipos con trece soldados por equipo y tres patrullas de cuatro individuos. Tiene su campamento base en Imasinen.

En junio de 1929 se reorganiza la unidad y se convierte en La Compañía Indígena de Montaña que está al mando de un capitán del Ejército español con un teniente,  como segundo en el mando y pagador. La organización de la Compañía es la reglamentaria en nuestra infantería: una Plana Mayor o equipo de mando, y tres secciones a tres escuadras cada una. En julio de 1929 son destinados a la compañía el capitán de Infantería Carlos Letamendía Moure y el teniente de Infantería Epifanio Loperena de Andrés.

La plana mayor, a parte del capitán y el teniente, la formaban 12 hombres entre suboficiales y soldados españoles. Cada sección estaba mandada por un caid con su ordenanza, con tres mokaddemin –suboficiales indígenas–, 9 maauenin –cabos indígenas– y 36 askaris o soldados indígenas, total 50 hombres por sección. Completaban la plantilla 11 acemileros y los caballos y mulas necesarios. En total unos 175 hombres.

El vestuario de estas tropas de montaña recuerda al de los soldados regulares indígenas. En verano, visten con faja y turbante naranja. En invierno, turbante de franela, jersey gris, medias sin pie y calcetines de lana, y bota noruega. La gala consiste en un pantalón y una guerrera corta de paño verde oscuro. La prenda de abrigo la constituye una chilaba de paño también. En los temporales se abrigan con otra chilaba perfectamente impermeabilizada. Usa, además, la tropa guantes de lana, manoplas y gafas de talco.

El equipo es muy ligero; lo forma el correaje, la cantimplora y la «skara». El material que se emplea para la nieve es el esquí, las raquetas, las grapas y las cuerdas Toledano y como deporte el trineo. Cada escuadra está dotada de un piolet.

La instrucción y el ejercicio de estas fuerzas son intensos. Durante el verano practican todo lo que es posible practicar sin nieve: tal como calzarse el distinto material, los giros y las medias vueltas a pie firme, movimientos de equilibrio, gimnasia educativa, atlética y de educación militar, así como juegos y deportes como el balón a mano y el balón bolea. La esgrima tiene gran importancia en el en el programa de instrucción y, con ello, los ejercicios de aplicación, tales como auxilios a congelados, respiración artificial, transporte de heridos en brazos, utilización de artolas ligeras, recomposición de líneas telefónicas, montaje de estaciones, etc. El material de auxilio lo componen un termo de litro por escuadra y el botiquín de patrulla, para caso de accidente o congelación. El armamento es el reglamentario: mosquetón Máuser, machete y dos fusiles «Hotchkiss» ligeros por sección. Las clases indígenas llevan pistola y «gumía».

Los refugios de montaña

El askari de la Compañía de Montaña vigila especialmente a los enemigos de los caminantes y patrulla sus rutas. Y sobre todo ha construido en ellas refugios que emergen salvadores cuando la sábana blanca todo lo iguala. El refugio es una construcción sencilla, de mampostería y cubierta de cinc. En su interior hay una chimenea de leña, con combustible, teléfono y agua. También se encuentra una tablilla, escrita en español y en árabe que reza como sigue:



En el macizo de Imasinen, el más difícil de los que circundan la meseta de Targuist, la actual pista de este punto a Bad Tazza está jalonada con cuatro refugios hasta Azid de Ketama; dos de ellos están situados en antes de Imasinen (Bad Tizichi); los otros dos después. Desde el refugio 1 hasta Imasinen y desde aquí hasta el “Llano Amarillo” –gran planicie, a 1500 metros de altitud, de tres y medio kilómetros de larga y que apenas si tiene un desnivel máximo de 15 metros– en los días duros de invierno el tránsito resulta dificilísimo y peligroso.

La situación de los refugios no puede estar más indicada. Más al este aun, queda el elevado puerto de Tizzi Taka, paso obligado que utiliza la actual pista y la carretera central, además de los caminos moros muy frecuentados por los indígenas, que del Llano Amarillo y Tanda van a Igomar, y en el que la dureza de los temporales de invierno suele hacer repetidas víctimas. Allí mismo se señaló el emplazamiento del refugio 5º a 1680 m. de altitud y a tres horas de distancia de Azib de Ketama.

El camino alto que desde Targuist y Tizzi Ketab lleva al corazón de Senhaya, también está vigilado por la Compañía Indígena de Montaña, que destaca un pelotón en Sarkat, mientras que en la misma cresta del Yebel Ars (Monte de los cedros) se ha construido el refugio 7º y se proyecta otro en el collado de Sidi Mezquin, en la bajada hacia Adman y Tagsut, a hora y media de marcha del anterior y a 1460 m. de altitud.

Y a lo largo de la pista que lleva a Tizzi Ifri, campamento general de la Compañía, hay proyectado la construcción de otros dos nuevos refugios; el 8º en Bad Iguermalet, a tres horas y media de Targuist y a 1800 m.; mientras que el 9º se levantará sobre la misma pista a 1820 m.

Instrucción, misión y despliegue

«Esta es la unidad que monta el servicio en las tierras más altas e intrincadas del norte de Marruecos. Bajo cellisca incluso, cuando el viento violento y huracanado convierte en azote la nevada copiosa, desde el picacho vigila atento, envuelto en sus típicas prendas de montañés, el askari de la Compañía de Montaña»

Según cuenta el propio teniente Laperena, esta Compañía amplía todos servicios propios de una fuerza de montaña, por lo que su instrucción militar ha de ser completa en todos los aspectos.

En tiempo de paz, su principal objetivo es el de socorrer a los caminantes, tanto indígenas como europeos, los días de nieve. Para esto tiene cinco refugios, que se aumentarán hasta diez, puestos en los lugares más convenientes, dotados con teléfonos, para poder seguir rastros en direcciones determinadas, y pequeños botiquines de emergencia. En ellos y en Imasinen pueden recogerse en toda época cuantas personas deseen pasar la noche a cubierto, sin que se cobre nada por estos socorros. Durante el último invierno, en los cuatro refugios que estuvieron abiertos se guarnecieron ciento cincuenta europeos y setecientos indígenas.

Esta fuerza sirve de enlace entre las Unidades de la alta montaña en los días de temporal o nieve, cuando solo se puede operar con buenos equipos y práctica especial. Los individuos que la integran, reclutados únicamente entre los cabileños de estas montañas, con excepción de los europeos necesarios para las oficinas, saben montar teléfonos portátiles, recomponer líneas telefónicas y practicar deportes. Son hombres a cuya voluntad se debe en gran parte el éxito conseguido en poco tiempo; dotados de un alma infantil, todo lo realizan con entusiasmo. Por ejemplo: los vertiginosos descensos en trineo les hace estallar en una alegría estrepitosa.

El teniente cuenta una historia que prueba el temple de estos intrépidos montañeses.

“En las proximidades de Tizzi Ifri había que señalar el punto en el que hacía falta establecer un refugio, y un askari cayó por un precipicio desde una altura considerable. Acudimos creyéndole muerto; pero se levantó y cuadrándose, en primer tiempo de saludo, dijo: –No pasa nada, capitán.”

La aptitud extraordinaria del marroquí para la guerra de montaña refleja la importancia de estas fuerzas en este tipo tan singular de guerra como así lo refleja el teniente coronel de Estado Mayor Ungría, testigo de presencial de las maniobras realizadas en los Alpes franceses:

«Los marroquíes, por su parte, han dado un resultado insuperable: no hay que equipararlos como hace el periódico italiano La Stampa, con cualquiera de otras tropas de color; se trata de montañeses del Gran Atlas en su mayoría, resistentes tanto a las bajas como a las altas temperaturas y con una velocidad de marcha en montaña verdaderamente excepcional. Solo así se explica que pudieran aparecer a retaguardia de Módame, el segunda de operaciones, después de haber hecho un largo rodeo bordeando las cretas del del Col de Frejus»

El 18 de septiembre de 1931, con la llegada de la Segunda República, se disuelve la unidad quedando sus miembros agregados, hasta su amortización, a los Grupos de Regulares de Melilla y Alhucemas, y entregándose el material a las Intervenciones Militares.

 

Bibliografía

Díaz de Villegas, J. 1931. “Unidades de las Tropas del Marruecos Español. La Compañía Indígena de Montaña”. Revista África 75, 48-52.

Valdivia, E. 1930. “Una compañía marroquí que vive entre las nieves y presta servicios a 2500 metros de altura”. Revista Estampa 141.

Hernandez, F.J. y Prieto, A. 2011. “La Unidad Indígena de Montaña del Protectorado Español en Marruecos (1927-1931)”. Revista Ejército 840, 105-110.