miércoles, 21 de diciembre de 2016

La defensa a ultranza de la Torre CoIón. Cuba. 24 de Febrero de 1871

Torre defensiva española en Cuba
Los hechos que se cuentan a continuación ocurrieron en el transcurso de la primera guerra separatista cubana conocida como Guerra de los Diez Años o Guerra Grande (1868-1878).

En la zona de Camagüey, su capital Puerto Príncipe, se veía constantemente sometida a bloqueos por parte de los insurrectos quienes cortaban la línea férrea que la unía con el puerto de Nuevitas por donde se comunicaba con el resto de la isla. Era de vital importancia evitar la interrupción del ferrocarril, y con este motivo se construyeron 6 fortines-torre a lo largo del recorrido para  evitar que la inutilizaran.

Estos fuertes consistían  en una torre de dos pisos hecha con troncos y mampostería y con un techo de cinc, estando en el piso superior la torre de vigilancia. Todo el conjunto estaba rodeado de un pequeño foso, sin agua, y defendido por una guarnición de 20 a 30 hombres, en el mejor de los casos, en ocasiones eran menos.

La Torre Colón estaba situada a pocos kilómetros de Puerto Príncipe y su guarnición la componían 25 hombres del batallón de cazadores Chiclana nº 7, al mando del alférez don Cesáreo Sánchez, y tres paisanos que se habían presentado del campo enemigo. No contaban con más medios de defensa que las endebles tablas de madera de la torre, sus propios cuerpos y los viejos fusiles de avancarga que por aquel entonces utilizaba el ejército de Cuba.

Situación de las Trochas y marcada en círculo la zona donde se desarrolaron los hechos

En la mañana del 24 de febrero de 1871, el centinela que estaba situado en lo alto de la torre de vigilancia, dio el aviso a sus compañeros de que numerosas fuerzas enemigas, desplegadas por pelotones, estaban rodeando la torre. Inmediatamente se colocaron todos en sus puestos para defender el reducto.


Insurrectos cubanos
Los insurrectos eran, aproximadamente, unos 500 hombres armados y un número aún mayor desarmados quienes bajo las órdenes de los cabecillas Agramonte, Mendoza, Espinosa y alguno más se disponían a atacar la torre. Los atacantes formaron tres líneas o escalones: el primero estaba formado por negros provistos de machete y cargados de faginas, para romper la empalizada de madera que rodeaba al foso y cegar éste; el segundo, formado por infantes a pie haciendo fuego, y el tercero por jinetes que también hacían fuego desde sus caballos sobre la débil fortificación española y desde la que respondían los bravos soldados del Chiclana.

El primer ataque fue muy duro ya que los insurrectos rompieron la empalizada, cegaron el foso y trataron de incendiar el fuerte mediante el lanzamiento de ramas encendidas, pero fueron rechazados por el arrojo de los defensores que consiguieron ocupar el foso y los alrededores de la torre y evitar que se quemaran las tablas que los protegían.

La defensa de la línea ferrea era primordial para asegurar los suministros,
os transportes de tropas y las comunicaciones
Continuaba el ataque y las balas atravesaban los débiles muros de madera del fuerte. En un momento del combate fue herido el sargento Fernández y muertos los cabos Herrero y Suárez y también heridos, el cabo Brías, que recibió tres balazos, y el alférez Sánchez, al que le atravesaron el muslo. A la hora ya había dos muertos más y el número de heridos se elevaba a 13, quedando sanos, aunque con pequeñas contusiones los ocho o diez restantes.

Sodados españoles durante la Guerra de Cuba
El alférez, que no podía ponerse en pie, se recostó sobre la puerta, que se abría por los balazos que impactaban sobre ella, hacha en mano para morir matando. Los restantes heridos cargaban los fusiles que iban entregando a los sanos, y así sostenían el fuego. Pronto comenzaron a escasear las municiones y si se llegaba a carecer de ellas será la perdición de todo el destacamento. En esta tesitura el corneta Máximo Garrido Andreu, salió de la torre,  y arriesgando su vida consiguió atravesar las líneas enemigas y llegar a Puerto Príncipe y dar aviso. Inmediatamente acudieron en su auxilio fuerzas de ingenieros, caballería y guerrillas que llegaron a tiempo de salvarlos,  que ya no tenían útiles nada más que cinco fusiles al rojo vivo y muy pocos cartuchos. El enemigo al ver la llegada de refuerzos a los españoles se retiró dejando muchos cadáveres y llevándose en carretas más de 100 muertos y heridos. El destacamento español tuvo cuatro muertos y doce heridos, entre ellos uno de los paisanos.

El alférez Sánchez fue ascendido a capitán y recompensado con la Cruz Laureada de San Fernando, y los supervivientes con las cruces rojas pensionadas que les fueron impuestas en un acto solemne en Puerto Príncipe el 19 de abril de 1872.


Relato original en la Ilustración de Militar de 28 de febrero de 1907

martes, 13 de diciembre de 2016

El hundimiento del Castillo Olite. Cartagena. 7 de marzo de 1939

Maqueta del Castillo Olite
Durante la Guerra Civil el despliegue de la Basa Naval de Cartagena supuso un bastión fundamental para la disuasión de los ataques navales, mientras que la estructura defensiva antiaérea dificultó los continuos bombardeos de la aviación alemana e italiana al servicio del bando nacional, consiguiendo dar protección a la Escuadra de la Marina Republicana con base a este puerto.

Fundamentada en el despliegue Vickers consiguió mantener su poder disuasorio durante todo el conflicto y la única vez que debió ser utilizada su capacidad de fuego causó el hundimiento del transporte nacional Castillo Olite, convirtiéndose este hecho en la mayor tragedia naval de la guerra.

Croquis del hundimiento de Castillo Olite en las
 inmediaciones de la ensenada de Escombreras
Los continuos bombardeos dieron lugar a la rápida construcción de refugios antiaéreos para protección de la población civil.

En la mañana del 7 de marzo de 1939. A solo 25 días del término de la Guerra Civil Española, el vapor Castillo Olite se acerca confiado al puerto de Cartagena. En sus bodegas, más de 2.000 soldados pertenecientes al ejército de Franco esperaban ansiosos la entrada en una ciudad que creían ganada al enemigo.

Dotación del Castillo Olite que
murió en el hundimiento
En esos momentos desde la batería de costa de La Paraloja en las inmediaciones de la Algameca Grande, al suroeste de la ensenada de Cartagena a una distancia de 4 km en línea recta de la ciudad, en el segundo saliente hacia el mar y a una cota media de  154.45 n, uno de sus cuatro cañones de costa Vickers de 152,4/50 cm (seis pulgadas) modelo 1923 le disparó un proyectil que impactó en la bodega en la que transportaban la munición, reventando al buque, que se hundió en pocos minutos en las cercanías del islote de Escombreras, llevándose contigo la vida de 1.477 militares, en lo que constituye la peor tragedia de la España marítima contemporánea.

Cañon Vickers Mod. 1923
Los cañones Vickers de 152,4/50, Modelo 1923 tenían una longitud de 7,86 m, con 36 rayas de paso constante. Eran de tubo de acero cromo níquel forjado, templado y revenido y pesaban, sin cierre, 8628 kg. La velocidad inicial de disparo era de 915 m/s y la velocidad de tiro de 10 disparos/minuto. Tenían un alcance máximo de 21.200 m.

Imágenes y datos: Museo Histórico Militar de Cartagena

Una acción heroica de los Tercios Españoles: Gembloux. 31 de enero de 1578

Batalla de Gembloux de Frans Hogemberg
Muy mal estaban las cosas para españoles en Flandes a comienzos del año 1578. Los tercios españoles estaban evacuando las provincias en virtud del famoso Edicto Perpetuo. El virrey don Juan de Austria se encontraba recluido en la pequeña localidad de Namur, rodeado de rebeldes y con grave peligro de caer en sus manos, tomó la decisión de escribir aquella famosa carta que empezaba así: ¡¡¡A los magníficos señores soldados de la Infantería española…, llamándolos en su auxilio. La misiva recorrió todos rincones de Flandes, y dio como resultado que todos los bravos soldados que se encontraban licenciados y diseminados por aquellas tierras acudiesen a la llamada del virrey, reuniéndose en pocos días unos cuantos miles al mando de los capitanes Alejandro Farnesio, Mendoza, del Monte, Fernando de Toledo, el de Parma, el conde Mansfeld, Verdugo y otros no menos renombrados, acudiendo muchos desde Italia.

don Juan de Austria
Con ellos salió don Juan de Austria de Namur en busca de un ejército enemigo que se acercaba a la plaza, al mando de Grigny, formado por 12.000 hombres entre franceses, ingleses, valones y alemanes. La vanguardia española estaba compuesta de unos 1.200 jinetes al mando de Octavio de Gonzaga, a la que seguía el resto de la tropa, apenas 2.500 infantes. Aunque eran muy pocos esta acción decidida de los españoles hizo que Grigny, quien no confiaba mucho en la eficacia de sus fuerzas debido a los elementos tan heterogéneos que la componían, emprendió la retirada hacía Gembloux, guardando su retaguardia con tropas escogidas de infantería y caballería. Avistado el enemigo, don Juan ordenó a Octavio de Gonzaga que lo entretuviese con la caballería ligera hasta llegar él con el resto del ejército.

Alejandro Farnesio preparando la carga de la caballería.
 Grabado del siglo XVI
El camino por el que se movía el enemigo estaba dominado en el flanco derecho por pendientes abruptas y varios pantanos, y esperando ser atacado por el otro, al ser más favorable, había descuidado la protección de éste. Pero Alejandro Farnesio que había reconocido el terreno y visto la posibilidad de atacar por este flanco derecho, se lanzó al frente de 700 jinetes sobre el enemigo y sorprendiendo a la caballería contraria que sin ofrecer resistencia se echó sobre su infantería, al mismo tiempo que Octavio de Gonzaga les atacaba por retaguardia con los 500 jinetes restantes, provocando el caos total en las filas enemigas que fueron masacradas sin piedad.

Alejandro Farnesio, artífice de
 la victoria de Gembloux
El resultado fue una espantosa carnicería en la que el ejército de los Estados Generales de los Países Bajos perdió más de7.000 hombres entre muertos, heridos, y prisioneros, entre ellos el propio Grigny, además de perder 34 banderas, la artillería al completo y casi todos sus bagajes. Las bajas españolas fueron insignificantes, pues apenas se hallaron 10 muertos españoles en el campo de batalla. Esta victoria fue debida a la decisión de Alejandro Farnesio y solo con sus 1.200 jinetes acabó con el ejército enemigo ya que la infantería española no llegó a tomar parte en la acción.


A consecuencia de esta victoria, a los pocos días, retornaron a poder de los españoles las plazas de Gembloux, Lovaina, Tirlemont y otras casi sin resistencia, a excepción de Sichem, que tuvo que tomarse por asalto, encontrándose con que la mayoría de su guarnición estaba compuesta de soldados prisioneros en Gembloux, puestos en libertad bajo promesa de no combatir contra España, por lo cual fueron pasados a cuchillo, ahorcados y ahogados cuantos se hallaban en este caso.

sábado, 12 de noviembre de 2016

La revuelta Irmandiña (1467-69)

Recreación irmandiña
Para el profesor Carlos Barros, la revuelta Irmandiña se trata de una revuelta social paradigmática para poder entender el tránsito a la modernidad de nuestra patria. La sociedad se libera de la vieja clase feudal, y, en el caso de Galicia, surge desde abajo, pasando a la modernidad en el 1467, con la destrucción de las fortalezas.

Se da por sus propios medios, un mínimo de violencia social, espontánea pero consciente, y un fuerte protagonismo social.  Los Reyes Católicos llegan en los años 80 y consolidan su poder sobre los señores. El trabajo duro ya estaba hecho. Aquí, tenía como problema para el poder la nobleza levantisca, derrotada por los Irmandiños, pero que intentaban de nuevo restaurar el orden social existente antes de la revuelta. A los restantes nobles les conceden el exilio dorado.

Arzobispo Alfonso III Fonseca
El cardenal Tabera (El Greco)
La fuente directa es el “Pleito Tabera- Fonseca”, concordia entre el arzobispo de Compostela Alonso III de Fonseca, y su sucesor en el cargo Juan Tabera. Esta es una fuente documental para la comprensión fundamental del patrimonio del arzobispado en los siglos XV y XVI y los hechos relacionados con las guerras Irmandiñas, consta de 204 declaraciones verbales de protagonistas y descendientes. Es la propia voz de la revuelta.

El origen de la revuelta está en el aumento de la presión por parte de los señores sobre sus vasallos. Aquí, los malos usos significan recurrir al secuestro, al robo, a la violencia pura y dura. En 1465, las ciudades de Galicia piden Hermandades al rey Enrique IV, que, a comienzos de 1467, concede la extensión de la Hermandad de Castilla y León, con el fin de mantener el orden público. Guardar esa orden, para ellos, era destruir las fortalezas y expulsar a los señores —malhechores—. Esta tardanza se puede deber al miedo, transmitido por la alta nobleza, a que esas Hermandades fuesen movimientos de revuelta. Aquí, las alianzas entre campesinos, burgueses y nobles se dieron en el marco de la Hermandad. También participó la Iglesia, sobre todo, cabildos catedralicios, clérigos y el capitular, así como la baja y media nobleza y agraviados, caso de Alonso de Lanzós. El rey Enrique IV también apoyó este movimiento. Ruy Vázquez, clérigo irmandiño escribe en la “Crónica de Santa María de Iria” que “los señores quedaron desnudos como vinieron al mundo, sin tierras y sin vasallos”.

En dos meses, entre que viene un corregidor de Enrique IV a Compostela a la Iglesia de Santa Susana y la destrucción de fortalezas, viene a confirmar la teoría de la nobleza, sobre todo de don Pedro Álvarez Osorio, conde de Lemos. También, don Pedro Pardo de Cela le dijo al conde de Lemos que “ynchiese los carballos con sus vasallos,” aunque el conde de Lemos habría de vivir de esos “carballos”. La existencia de las Hermandades daría lugar a un movimiento señorial. Fue una especie de comunidad de agraviados por parte de los señores de las fortalezas.

Enrique IV Trastámara
Los Irmandiños detentaron el poder durante dos años, desde la primavera de 1467 a la primavera de 1469, en nombre del Rey, mediante la Junta General del Reino de Galicia. Vivieron dos años sin señores. En 1469, tres ejércitos señoriales penetran en Galicia al mando de don Pedro Madruga (Portugal), del arzobispo de Santiago (Salamanca), y del conde de Lemos (León), derrotando a los Irmandiños. Las ciudades aguantaron, por lo menos, dos o tres años el intento de recuperación por parte de los señores, llegándose a negociaciones. Hubo, por tanto, un intento de restauración, con, incluso la ejecución, mediante la horca, de varios alcaldes de la Hermandad en la tierra de los Andrade. Fernando de Acuña y García López de Chinchilla llegaron enviados por los Reyes Católicos para imponen la autoridad real, activando, de paso, a los irmandiños mediante milicias, para luchar con la nobleza levantisca. A través de la Audiencia de Galicia se inicia un proceso de regresión de las rentas jurisdiccionales.

Cartillo de Monterrei, escenario de una de las más importantes
 batallas de la Gran Guerra Irmandiña
Todos los grupos que integraron la Revuelta Irmandiña acabaron por triunfar. Los campesinos se libran de lo más duro de la presión señorial, y acceden a la pequeña propiedad a través de los foros. La burguesía consigue el apoyo directo del Rey, a quien compensan con su apoyo durante la Guerra de las Comunidades. La Iglesia sustituye a la nobleza laica, una vez que esta es descabezada, primero por los Irmandiños y después por los Reyes Católicos. Al mismo tiempo la Iglesia gallega se ve cada vez más dependiente a la castellana, por lo que va dejando sus tierras en manos de la hidalguía, que será la clase dirigente a partir del XVI.

En conclusión, el tránsito a la Modernidad no es algo superestructural, sino que afecta al conjunto de la sociedad, además de ser un cambio en el modo de producción. El concepto de modernidad se aplica al Antiguo Régimen.

Fase final de la Guerra Irmandiña. Reacción de la nobleza
El Estado recupera, ahora, el control sobre el ejército, la hacienda y la administración de la justicia, imponiéndose a la nobleza, y con el apoyo de las clases populares y la burguesía. La nobleza pasa a ser una nobleza de servicio. Pesan más las rentas públicas que las jurisdiccionales. Otro cambio estructural importante es el papel que, el comercio y las ciudades, van a jugar en la Modernidad.

En el ámbito de las mentalidades, digamos que el primer motor importante es la nueva mentalidad sobre la justicia, la seguridad y la paz, algo que consiguen los Reyes Católicos, desde arriba. Los Irmandiños lo intentaron desde abajo. Se produce en el ámbito de la cultura y las mentalidades una convergencia entre el humanismo social y el humanismo letrado, así como el imperio de la ley, que pasa a ser un elemento indispensable con las “Partidas”. Pasamos de la sociedad tri‑funcional a la sociedad estamental, bajo la soberanía de una monarquía católica que tenía, ya, el monopolio de la violencia.

Pero el acceso a la Modernidad tuvo un precio. En el ámbito religioso, homogenización forzada en torno al cristianismo (expulsión judíos en 1492 y de los moriscos en 1609, obligados antes con los Reyes Católicos a convertirse). Nace la Inquisición que margina la cultura popular.

Los Reyes Católicos
Otro precio a pagar fueron las nacionalidades históricas surgidas en la Baja Edad Media, en Castilla éstas son desprovistas de sus instituciones propias; mientras que en Aragón fueron conservadas. Con el matrimonio entre Fernando e Isabel se impuso el centralismo castellano al pactismo aragonés. En el ámbito de las lenguas, no hubo un decreto que los prohibiese, sino simplemente un proceso administrativo de la imposición cotidiana. Ese proceso se da de una manera más clara en el siglo XVIII. Los caminos del progreso y la modernidad no son lineales, y es tarea del historiador explicarlos siempre con la idea de no entender la historia como un movimiento de élites, sino como una evolución de la que participa toda la sociedad.

14 de julio de 1535: la conquista del fuerte La Goleta

El Emperador Carlos I
En julio de 1535 el Emperador Carlos I, en vista de los daños que causaba en las costas e islas del Mediterráneo, pertenecientes a los reinos cristianos el famoso corsario tunecino Haradin Barbarroja, determinó realizar una expedición a Túnez y arrasar aquellos nidos de piratas.

Para ello invitó a los monarcas interesados a formar parte en la expedición. A ella se adhirieron todos los reinos de Europa, excepto Francia, cuyo Rey, a pesar de titularse cristianísimo y en cuyas costas mediterráneas hacían estragos los piratas africanos, se dice que avisó al Rey de Túnez del peligro que le amenazaba. Conocida era su rivalidad con el Emperador.

Haradin Barbarroja
En breve espacio de tiempo se reunió, en Barcelona, una potente Armada que constaba de 12 galeras pontificias a las órdenes de Virginio Morisco; 27 galeras de la orden de Malta; y hasta 400 más de Portugal, Cerdeña, Nápoles, Génova y Flandes, llamando la atención por su magnificencia los barcos españoles, cuya capitana, mandada por Andrea Doria, ostentaba 24 banderas de brocado de oro con las armas imperiales.

La expedición iba regida por el propio Emperador, asistido de sus célebres capitanes: don Álvaro de Bazán, marqués del Vasto; don Hernando de Alarcón, duque de Alba; don Antonio Doria; don Antonio de Saldanha; don García de Toledo; don Berenguer de Requesens; don Bernardino Mendoza, duque de Nájera; y otros ilustres próceres y caudillos. La tripulación estaba compuesta por 17.000 españoles, 8.000 alemanes, 5.000 italianos y muchos aventureros de otros países.

La Escuadra partió de la capital del Principado, el 30 de mayo de 1535, con rumbo a Cerdeña, donde se le unieron otras naves y desde donde pusieron rumbo a las costas tunecinas, yendo en vanguardia los portugueses, en el centro el grueso de la flota con el Emperador al mando y a retaguardia el resto de la Escuadra con don Álvaro de Bazán, llegando el 14 de junio a la costa de La Goleta, donde ya eran esperados por los tunecinos.

La Goleta se hallaba situada en la costa, en la boca de un canal que une a Túnez con el mar, y sus fortificaciones eran robustísimas, resguardadas por un ancho foso y cuya guarnición estaba al mando del famoso pirata de Esmirna, Sinan el judío.

Ataque a La Goeta. Tapiz del Palacio Real de Madrid
El Emperador empezó por atacar la fortaleza, las trincheras y las baterías, comenzando el bombardeo el día 15 con 80 cañones. El fallo estuvo en no haber arrasado unos olivares próximos a su campamento, lo que dio lugar a que Barbarroja emboscase en ellos varios escuadrones que, atacando de improviso y ayudados por una salida vigorosa que hizo la infantería de la guarnición en la mañana del 24, día de San Juan, causaron gran alarma en el campo y muchas bajas entre las tropas cristianas, pereciendo entre otros don Luis de Mendoza y los alféreces Lara y Liñán, pero se les pudo rechazar y obligarlos a regresar a la fortaleza.

Salida de los sitiados del fuerte La Goleta
los tunecinos hicieron una nueva salida el día 26, en la que el Emperador corrió grave peligro y estuvo a punto de caer prisionero pues cargó, lanza en ristre, al frente de su escolta sin mirar por su propia seguridad, consiguiendo con su ejemplo rechazar las tropas auxiliares de Barbarroja que pretendía hacerle levantar el sitio.

En estos días se presentó en el campamento cristiano ante el Emperador el rey de Túnez, Muley Hassan, destronado por Barbarroja, pidiéndole protección para recobrar su trono, y ofreciéndole su ayuda, a lo que accedió el Emperador.

El bombardeo continuaba sin causar gran daño a la fortaleza, por lo cual, y por consejo de don Hernando de Alarcón, se establecieron nuevas baterías que consiguieron derribar la torre principal, ordenándose el asalto por la brecha resultante. Al no estar del todo libre el paso se hubo que sostener un largo y sangriento combate cuerpo a cuerpo hasta que, animados por el Emperador, entraron en la fortificación arrasándolo todo y acuchillando a los 1.500 veteranos que quedaban dentro, de los 6.000 que formaban la guarnición al mando de Sinan.  Quedaron en poder de las tropas imperiales los 40 cañones que se encontraban en La Goleta además de los víveres, municiones y los 42 buques de la escuadra de Barbarroja, que estaba anclada en el lago, y que se rindió sin ofrecer resistencia. Se tomó la fortaleza el 14 de Julio, tras un mes de asedio.

Asedio a La Goleta
En el primer asalto se distinguió el alférez Marmolejo, que llegó a plantar la bandera de su compañía en el muro, pero herido en el brazo derecho, cogió la bandera con los dientes y la espada en la izquierda, salvándose desangrado, pero con su enseña.

En el segundo, el alférez Diego Ávila fue el primero que clavó su bandera en el muro, cayendo muerto al pie de ella, animando a su gente y, según documentos de la época, los primeros en asaltar el muro fueron los soldados Miguel de Salas y Andrés Toro, ambos naturales de Toledo, distinguiéndose además don Álvaro de Bazán y el Príncipe de Salerno.

don Andrea Doria
Tomada La Goleta, la decisión del Emperador fue la de continuar a Túnez para reponer a Muley Hassan en eltrono, y dejando a Andrea Doria al mando de la plaza, partió a la conquista de aquella ciudad. Las bajas españolas no llegaron a 1.500.

El resultado de la expedición fue un gran éxito para el Emperador Carlos ya que la flota del corsario Barbarroja fue destruida y en Túnez quedó establecido un protectorado español, mientras se iniciaban una serie de obras de fortificación en La Goleta.

Esta fortaleza era un punto estratégico de gran importancia. El fuerte de La Goleta constaba de un cuerpo central cuadrado y cuatro bastiones (Goleta la Vieja), pero este primitivo recinto de tiempos de Carlos i quedó luego incluido dentro de la nueva fortificación que Felipe II encargó al ingeniero italiano II Fratino, en 1565, para reforzar las defensas de la plaza, y que estaba provista de seis bastiones (Goleta la Nueva).

lunes, 18 de abril de 2016

El naufragio del mercante holandés “Le Constant”. Una terrible historia

Simulación del Naufragio del Le Constant
La historia que os voy a contar es una de las historias más terribles que hayan podido vivir unos marineros a finales del siglo diecinueve cuando el buque Le Constant naufragó en los mares de la India en 1858.
El propio capitán del buque náufrago, Vystenhoven, marra de su propia mano este terrible y espantoso acontecimiento:

«El 27 de agosto la gran chalupa se encontraba frente a la altura de las islas Felem, donde debían concedernos hospitalidad al día siguiente. Pero no nos atrevíamos a abordar en aquellas islas por temor a los salvajes, que en todos aquellos archipiélagos son de la misma raza, y ya nos habían enseñado a desconfiar de ellos. De día en día nuestras fuerzas se agotaban de una manera visible; nuestra debilidad iba en aumento, y ya ni teníamos aliento para empuñar el remo; para colmo de males, tuvimos mucho viento contrario y mar gruesa, y los víveres se nos habían agotado; ya habíamos devorado pedazos de tela, de cuero, y todo cuanto tuvimos a mano; y por último, nos vimos obligados a tomar la fatal resolución de sacrificar a uno de nuestros semejantes para salvar a los demás.

Después de muchos días de angustias y privaciones de toda especie, en aquella horrible necesidad, tuvimos que decidirnos por adoptar tan espantosa resolución. Decidimos matar a un negro de bengala que para nosotros era una verdadera carga, pues se había negado tenazmente a ayudarnos en el trabajo; debíamos echar a suertes, pero todos se oponían a que el piloto y yo entrásemos en ellas, y después vinieron las plegarias. Uno de los marineros decía que su madre era anciana y que no tenía en el mundo más apoyo que él; otro nos pintaba la aflicción de su mujer y de sus hijos; en fin, ninguno quería morir: se decidió, pes, sacrificar al negro. Sin embargo, tomada ya esta resolución, nos faltaba el valor para ejecutarla, y lo dejamos para el día siguiente, abrigando la esperanza de encontrar un buque o una isla, con lo cual no nos atormentarían los remordimientos por haber derramado sangre humana.

El día siguiente pasó como los demás, sin una vislumbre de esperanza. Cuatro días pasamos así entre la vida y la muerte… el quinto día, antes de salir el sol, nos era imposible luchar por más tiempo contra el hambre…sentíamos los síntomas de la rabia, y matamos al negro.

Después de habernos comido al negro y roído sus huesos, echamos pajas para ver a quienes tocaban sus huesos. Los favorecidos por la suerte los tostaron al fuego, y los devoraron sin dejar un átomo de ellos. Esta horrible escena tuvo lugar el 5 de setiembre de 1858. Jamás olvidaré aquel horrible festín con el que almorzamos a las ocho de la mañana del citado día. El mismo día a las once de la mañana vimos a lo lejos las velas de un gran buque. Un grito unánime se escapó de nuestros pechos oprimidos. ¡Nos hemos salvado! ¡Nos hemos salvado!

Pero ¡ay, que no debía ser así! ¡Nuestro destino no estaba cumplido! ¡Todavía no habíamos sufrido bastante!

Atamos muchos remos unos a otros, y en la extremidad de este mástil improvisado clavamos una bandera, con la esperanza de que nuestras señales serían vistas. Vimos perfectamente pasar el buque a una distancia de cuatro millas.
Nueva Guinea Papua
El viento que nos empujaba por detrás reanimaba nuestras esperanzas y nuestras fuerzas; todos nos pusimos a remar…pero fue en vano. El buque que podía salvarnos pasó adelante.

Una ligera brisa se levantó, pero nuestras esperanzas se desvanecieron. Cuando vimos las velas del buque desaparecer en el horizonte, quedamos sumergidos en la más profunda desesperación. ¡Oh y qué cruel es ver desaparecer así la última tabla de salvación! Habíamos hecho todo lo posible por ser vistos por la tripulación del buque.

Desde aquel momento la resignación reemplazó al valor, y resolvimos luchar contra nuestra infausta suerte mientras nos quedase una gota de sangre en las venas, y todos nos horrorizábamos al pensar que llegaría el día en que uno solo abandonado en la soledad de los mares sobreviviese a los demás.
Algunos días después, el 14 de setiembre, un nuevo sacrificio humano ensangrentó nuestro pabellón. Habíamos pasado nueve días sin otro alimento que nuestros excrementos, ni más bebida que la orina y la lluvia que de cuando en cuando quería Dios enviarnos. Esta vez fue la víctima uno de Manila a quien matamos de un pistoletazo.

Mi sangre se hiela cuando pienso en aquel periodo nefasto y bárbaro de la vida de los hombres civilizados. ¡Dios libre a los navegantes de sufrir los tormentos que nosotros hemos padecido!

El 18 de setiembre terminaron nuestros sufrimientos. Es el día de mi cumpleaños: estaba sentado rigiendo el timón cuando por la mañana percibí una costa; al punto lo comuniqué a mis compañeros, que se estremecieron de alegría. Nos encontrábamos en la Nueva-Guinea o tierra del Japón.

A la hora de mediodía nos pusimos a pescar sobre la costa, e hicimos una pesca verdaderamente milagrosa. Yo solo cogí más de quinientos pescados algo más pequeños que los arenques, y cada uno de mis compañeros cogió también un gran número de ellos. Hambrientos de no haber comido nada en cuatro días, nos fue imposible esperar a que los pescados estuviesen fritos o cocidos, y los devoramos crudos con los intestinos y las escamas, cuyo manjar nos confortó sensiblemente.

Nativos de Nueva Guinea
Cogimos una gran cantidad de pescado, que no pudimos agotarla. Este fue el primer acontecimiento feliz que tuvimos desde el día en que nos vimos arrojados a la inmensidad del Océano, que hasta entonces parecía extender sus límites hasta lo infinito para no dejar escapar su presa.

El día 21 después de mediodía, nos acercamos a la costa lo bastante para poder comunicar con los japoneses, que se presentaban en ella armados de flechas, azagayas y hachas. No obstante la actitud guerrera de los isleños, que no era la más apropósito para tranquilizarnos, no pudimos resistir al deseo de desembarcar; tan débiles y exhaustos de fuerzas nos encontrábamos, que resolvimos entregarnos en sus manos, esperando que la Providencia no nos abandonaría después de habernos protegido tan visiblemente hasta entonces.

—Si quieren matarnos, decíamos, cúmplase la voluntad de Dios. Por otra parte, poco tiempo hubiéramos podido resistir con la vida que hacía muchas semanas llevábamos.

Luego que desembarcamos, los japoneses llegaron y entraron en la chalupa: comenzamos a hablar con los japoneses por medio de gestos, y nos entendíamos bastante bien. Un accidente fortuito vino a mejorar nuestra situación.

Uno de los isleños llevaba al pecho una oración impresa en lengua holandés; le preguntamos dónde había adquirido aquel objeto, y nos dio a comprender que en Dory. Al oír pronunciar esta palabra nos alegramos mucho; porque en llegando a dicho puerto podríamos terminar el último acto del drama fantástico del que éramos tristes actores. Para conseguir esto usamos la astucia: les prometimos pagarles bien si querrán acompañarnos a Dory, donde esperábamos encontrar blancos, o al menos hombres civilizados que nos diesen algún auxilio en la situación en que nos hallábamos.
Nuestra proposición fue aceptada. Custro días después partimos para Saucris y de allí para Ambarbacan, donde nos vimos obligados a detenernos. Alcabo de cuatro días que nos parecieron siglos, llegamos a Dory o Dorea, donde encontramos al digno misionero M. Ottow. Felizmente acudió sin tardanza a nuestro auxilio, pues ya los negros se disponían a vendernos como esclavos y sabe Dios la suerte que nos estaba reservada.

M. Ottow y su mujer nos recibieron con sin igual benevolencia; tuvieron con nosotros los más solícitos cuidados y nos asistieron como un padre y una madre asistirían a sus propios hijos.

El día de nuestra llegada, que fue el 28 de setiembre, ninguno de nosotros se hallaba en estado de dar diez pasos sin que le sostuvieran, teníamos los pies llenos de heridas; con mucha frecuencia habíamos estado mojados durante muchas horas y la sed había destruido nuestra salud.
Poblado típico

¿Creéis si os digo que hasta hemos comido pedazos de madera hecha rajas? Pues he aquí otro ejemplo de la situación tan miserable en que nos hemos encontrado y que seguramente no habrá sufrido ningún ser humano. Un día cogí el cadáver de un ave de mar que flotaba sobre el Océano: estaba ya en putrefacción y hormigueaban los gusanos; fue inmensa la alegría que nos causó aquel miserable y asqueroso manjar, que dividimos entre todos y que devoramos pareciéndonos excelente. ¡Dios os libre de tener algún día hambre como la que nosotros sufrimos!

Muy lentamente íbamos recobrando las fuerzas con grande alegría de M. Ottow; pero nuestros sufrimientos no habían terminado… las enfermedades no se hicieron esperar mucho; el 11 de octubre tributamos los últimos deberes al marinero Bingston, y teníamos enfermo con pocas esperanzas de vida al marinero Juan Van der Burie; por último, pocos días después caí yo enfermo, y de tanta gravedad, que he visto con mis propios ojos hacer dos féretros, una para el marinero y otro para mí.
Semejante espectáculo no era el más a propósito parta inspirarnos valor. Un letargo profundo en que estuvimos sumidos por espacio de tres o cuatro días, provocó una crisis en nuestra enfermedad y nos salvamos; pero como íbamos cayendo enfermos unos detrás de otros, nos vimos obligados a detenernos muchos meses en la misión.

Luego que todos nos encontramos restablecidos, sentimos vivos deseos, muy naturales, por cierto, de abandonar aquel suelo hospitalario y acercarnos a nuestra patria y familias; pero por desgracia en aquellos días reinaba el monzón del Oeste, y este viento era desfavorable para ir a Ternate: a estos vientos acompaña siempre fuertes aguaceros, y hubiese sido una verdadera locura, en el estado de salud en que nos encontrábamos, ponernos a hacer una travesía en una pequeña chalupa.

El bueno y caritativo misionero nos trataba regiamente; pero no sabíamos cómo matar el tiempo; y nuestros recuerdos nos llamaban a las riberas en que habíamos visto la luz del día.

Durante seis meses y medio, esperamos una ocasión cualquiera para trasladarnos a Ternate; pero como en todo este largo periodo no hubiese llegado ningún vapor, resolvimos aprovechar el monzón del Este que entonces soplaba, para intentar la travesía. Mientras estuvimos en Dory vino otro misionero, M. Gysler, el cual con fraternidad verdaderamente cristiana compartió la carga de nuestra hospitalidad con la familia Ottow.»

Esta es la trágica historia de los náufragos holandeses del Le Constant, contada por su propio capitán, donde se ve hasta dónde puede llegar la capacidad de aguante del ser humano y de lo que es capaz de hacer para sobrevivir.

miércoles, 3 de febrero de 2016

El Castillo de Torija, un enclave estratégico entre Castilla y Aragón

Entrada al castillo
Torija es una villa con larga historia. El pueblo , en su ubicación actual, data del siglo XV, ya que inicialmente estuvo situado junto a la actual ermita de la Virgen de Amparo. En 1452 fue arrasado tras el largo asedio al que fue sometido para arrebatárselo a los navarros mandados por Juan de Puelles, quienes resistieron durante dos años los numerosos ataques de las tropas del Marqués de Santillana y el Arzobispo de Toledo que, finalmente, conquistaron Torija para el reino de Castilla.

Fachada del castillo y elementos más significativos
El castillo es el edificio más emblemático de la localidad. En el siglo XI, los caballeros templarios levantaron una pequeña fortificación defensiva. Su configuración actual, data del siglo XV y fue obra de la familia Mendoza que, desde su llegada a Castilla, estuvo vinculada a la localidad, en la que también construyeron su Iglesia Colegiata. Esto ocurrió en 1452, cuando el Marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, conquista el castillo a las tropas de los Infantes de Aragón, tras siete años de asedio. En1810, durante la Guerra de la Independencia el castillo sirvió de refugio al famoso guerrillero Juan Martín “El Empecinado”, que acabó volando sus muros para que no pudieran ser utilizados como fortaleza por las tropas francesas.

El castillo de Torija se configura en torno a un torreón defensivo medieval construido sobre una elevación rocosa del terreno por los templarios que se encargan de la defensa del lugar, paso estratégico entre Castilla y Aragón, tras la conquista del territorio en 1085 por Alfonso VI de Castilla quien se lo arrebata a la antigua Taifa de Toledo.

Fachada posterior

Planta del castillo
La fortaleza es de planta cuadrada y está construida con piedra caliza de la Alcarria. Tiena altos muros con barbacana y rematados por almenas, con tres torreones cilíndricos en las esquinas y una esbelta y espectacular Torre del Homenaje cuadrada de más de 30 metros de altura, donde en tiempos se alojaron los señores del castillo. 

En el centro de su patio de armas tiene un pozo que sirvió para abastecer a sus moradores. En el siglo XVI sus muros albergaron a reyes como Carlos V o Felipe II, en su camino hacia las tierras de Aragón.

Una inscripción en el arco de acceso al castillo nos indica los históricos ocupantes que ha tenido desde el siglo XI hasta el siglo XIX:

Inscripción en el arco de acceso

Orden del Temple
D. Iñigo López de Orozco
D. Pedro González de Mendoza
D. Diego Hurtado de Mendoza
Dña. María Coronel
D. Pedro Núñez de Guzmán
D. Gonzalo de Guzmán
Infantes de Aragón
D. Iñigo López de Mendoza  “Marqués de Santillana”
D. Lorenzo Suárez de Figueroa
D. Bernardino de Mendoza
Juan Martín “El Empecinado”

De la fortaleza partía y llegaba la muralla que rodeaba la villa y de la cual se conservan algunos torreones de sus puertas y varios tramos, sobre todo en el lugar conocido como Carralafuente, donde sigue en pie una vieja barbacana desde la que se domina el valle.

Desde época medieval Torija contó con una Feria de Ganado, de las más prestigiosas de Castilla, que estuvo en auge hasta finales de los años sesenta.

Plaza de Torija


El castillo fue reconstruido en el años 1962 y desde entonces hasta nuestros días ha sufrido varias transformaciones, sin perder en ningún momento su noble estampa. Actualmente en su interior se encuentra ubicado el Centro de Interpretación Turística de Guadalajara (CITUG) y en su Torre del Homenaje se ubica el Museo del Libro “Viaje a la Alcarria” escrito por el Premio Nobel Camilo José Cela, primera sala en el mundo dedicada a un libro y único museo provincial centrado en la comarca de la Alcarria.

Exposicíón del libro "Viaje a la Alcarria" de Camilo José Cela en la Torre del Homenaje del castillo de Torija