Revista La Nación Militar (1899) |
Los últimos desastres nacionales han
producido en la opinión un desaliento y un pesimismo tan exagerados, que por
todas partes existe la idea de la degeneración de la raza, creyéndonos
nosotros mismos incapaces para reconquistar lo perdido y colocarnos en
el puesto que nos corresponde entre las naciones europeas. Precisamente esas
mismas guerras de Cuba y Filipinas, que tantas desgracias nos han
proporcionado, han demostrado plenamente el error de los que tal cosa suponen;
el soldado español
ha probado en ellas que es ahora el que siempre fue, al que nunca le faltó el valor para arrostrar los mayores peligros y seguir adelante con las más atrevidas empresas. el que hizo alardes de heroísmo cuantas veces se le presentó ocasión para ello.
En
momentos de ligero entusiasmo y con
el más absoluto desconocimiento de la realidad, se ha pedido al Ejército que
entable una lucha desigual, imposible; y el Ejército ha ido al sacrificio
sin que se le oiga una queja, sin medios, sin elementos, casi extenuado,
y en esas condiciones se ha batido como correspondía a su tradición y a su historia;
quiso continuar la lucha; apenas iniciada le ordenaron lo contrario, y obedeció
ciegamente. Si hubiese resultado victorioso se multiplicarían las ovaciones;
por desgracia no ha sido así, pero tampoco regresa vencido y, sin embargo, se
le recibe con marcada frialdad e indiferencia. Si las tropas que midieron con
el enemigo sus armas no alcanzaron el triunfo, se debió a la fatalidad, a mil causas
que todo el mundo conoce, pero nunca a haber omitido sacrificios, o haberles
escaseado el valor. Si los resultados han
sido desastrosos, medítese que el Ejército no ha sido más que
la víctima.
En aquel
desdichado relato dedicaba unas líneas al sargento de ingenieros Julio Hurdisau,
jefe de la estación heliográfica, que con un cabo y tres soldados telegrafistas
no desatendió por un momento siquiera, durante el sitio, su importantísima
misión, a la par que defendió la torre hasta que fue destruida por un
proyectil de la artillería enemiga.
En los últimos
momentos de aquella heroica jornada, cuando el enemigo se acercaba al
destacamento, cuya defensa se hacía ya imposible, el valiente sargento,
herido de un casco de granada, y falto de fuerzas para mover la palanca
del manipulador, pero sobrado de corazón, transmitía a la estación
de Bayamo, el siguiente despacho:
Enemigo
sigue bombardeando esta torre. -Transmito
noticia desde el foso. - Dos piezas hacen
fuego contra esta torre. – Dentro del pueblo tiran otras cuatro piezas. - Estoy
herido de granada. - El cabo grave.
- No puedo más. HURDISAU. -
Calixto García Íñiguez |
Nada
volvió a saberse de los prisioneros de Guisa, de cuya suerte nadie se ha preocupado
(por creer segura su muerte), hasta que terminada la guerra con los Estados
Unidos, han sido entregados varios de ellos, entre los cuales se cuenta Hurdisau,
a las autoridades españolas de Holguín, desde cuya plaza fueron enviados a la
Habana.
La
presencia de Hurdisau en su antiguo batallón, donde ya había sido dado de baja,
produjo general sorpresa, y el olvidado sargento, después de ocho meses de insufrible cautiverio,
se encuentra entre sus compañeros.
Entrega de prisioneros al finalizar la guerra |
Dados
los sentimientos de justicia en que siempre se ha inspirado el Excmo. Sr. Ministro
de la Guerra, tenemos la seguridad de que no quedará sin el premio merecido la
heroica conducta y méritos del sargento Hurdisau, acreedor a la admiración y respeto
de cuantos se tengan por buenos españoles y al agradecimiento eterno de su patria.
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