domingo, 2 de mayo de 2010

La resistencia numantina.


Uno de los episodios más apasionantes de la conquista romana de la Península Ibérica lo constituye el asedio y conquista de Numancia, símbolo de la resistencia de los celtíberos, concretamente del pueblo celtibérico de los arévacos. Los numantinos llevaban 18 años resistiéndose a la conquista, desde que la quiso tomar el pretor Fulvio Nobilior, en el año 155 a.C. La tenaz resistencia unida al duro invierno soriano hicieron que las fuerzas romanas perdieran más de la mitad de sus hombres. En los años siguientes continuaron resistiendo el ataque de sucesivos cónsules, como los de Pompilio Lenas o Quinto Pompeyo, obsesionados con su conquista y fracasando en su empeño.
En el 134 a.C., Roma envía a Publio Escipión Emiliano, llamado el Africano por ser el destructor de Cartago. Escipión se encontró con un ejército desmoralizado, desentrenado y muy bajo de moral, por lo que antes de atacar Numancia se propuso disciplinar y entrenar a sus hombres al tiempo que se dirige contra los pueblos colindantes —vaceos— con el fin de reclutar aliados e impedir el envío de suministros y refuerzos a Numancia. Prepara un ejército, de 10000 legionarios y 50000 celtíberos aliados, fuertemente disciplinado, instala dos grandes campamentos en los extremos para impedir cualquier salida de la ciudad y, entre ellos, cada cien metros una torre de vigilancia con dos catapultas y una empalizada que las unía. Para completar el cerco un gruesa cadena atravesaba el río para impedir el paso de embarcaciones por él.
La intención de Escipión era vencer a los numantinos por hambre, lo que logra tras nueve meses de asedio, siendo llamado por ello el numantino. Al entrar en la ciudad, algunos de su habitantes se habían dado muerte antes de rendirse a los romanos, la arrasó totalmente y vendió sus habitantes como esclavos.
La conquista y destrucción de Numancia puso fin a las guerras celtibéricas y allanó el camino de la romanización final de la Península Ibérica donde sus pueblos se fueron integrando y diluyéndose en la romana.
Pero algo nos ha quedado de la gesta de los arévacos ya que su espíritu ha caracterizado siempre a la identidad del pueblo español, al que no se ha conseguido someter nunca.

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