lunes, 18 de octubre de 2010

Los piratas sarracenos fantasmas

La Edad Media es una época oscura de la Historia, eran tiempos de grandes contiendas, de conquistas, de batallas épicas y, por supuesto, de fantásticas leyendas. Pues bien, una de estas leyendas medievales es la que voy a relatar a continuación.

Nos situamos en el siglo XII, en la Italia medieval, en un pueblo costero del sur en el que era habitual que sus costas fuesen saqueadas periódicamente por barcos sarracenos y que posteriormente la convertirían en el refugio dónde esconder sus riquezas fruto de sus acciones de rapiña. Muchos murieron por conseguir esas riquezas y otros por defenderlas.

Uno de estos famosos piratas era Soleiman, apodado “El bárbaro”, que era tremendamente respetado por todos los piratas de la zona. En su larga carrera había atesorado tantas riquezas y tesoros que apenas alcanzada la madurez ya no le quedaban mas ganas de exponerse en el mar, por lo que decidió, junto con los más fieles hombres de su tripulación, abandonar la piratería para dedicarse a los placeres de la vida y de la carne. Pero antes de todo se juramentaron entre sí y se prometieron unos a otros que si algún día les sobrevenía la muerte y no habían tenido tiempo de gastar toda su fortuna, velarían porque nadie entre los vivos lo hiciera, dando muerte en el acto a quien lo intentara.

Tras hacer este pacto se dedicaron a dilapidar su fortuna y a la buena vida. Fue pasando el tiempo y muchos de estos piratas juramentados fueron pereciendo de muy distintas maneras, ya fuese en riñas callejeras, en duelos a espada, por puñaladas nocturnas y por enfermedad, estas fueron las principales causas de mortandad más habitu8ales entre aquellos piratas.

Pero, ahora viene lo legendario del relato, sus almas, como alguno pudiera creer, no iban a ningún paraíso, sino que, a merced de aquel pacto de sangre que juraron todos los hombres del “Bárbaro”, iban a parar a la cueva donde una cantidad ingente de tesoros esperaban a ser gastados. Cuando todos los hombres de Soleiman murieron, incluido él, los fantasmas guerreros sarracenos, ataviados con sus ropas de guerra, custodian un tesoro que nadie ha podido llevarse porque aquel que se acerca aunque solo sea para ver su brillo, pierde la cabeza de un modo limpio, rápido y dicen que indoloro.

Desde hace mucho tiempo se sabe que la existencia de este tesoro es indudable; muchos historiadores y estudiosos del tema lo sitúan en la cueva que hay en la cala de este pueblo pesquero. Sus moradores piensan que toda esta historia es una leyenda sin fundamento, pero cuando pasan con sus barcas por delante de la cueva reman con más brío “para no ser arrastrados por la corriente y chocar contra los riscos”. Lo cierto es que temen pasar porque, según cuenta le leyenda, a finales del siglo pasado, uno de sus compañeros de faena perdió la vida por ser demasiado curioso.

Sigue la leyenda contando que había en el citado pueblo un joven fuerte y apuesto que no tenia rival y todas las chicas del pueblo se disputaban sus favores. Este hecho le hizo ganarse las antipatías de todos los muchachos de su edad. También había otro joven que, al igual que él, estaba enamorado de la misma chica. Para dilucidar quien podría cortejarla primero decidieron probar su valentía y el mejor reto que se les ocurrió fue traspasar los umbrales prohibidos de la cueva de Soleiman, el Bárbaro y obsequiar a la muchacha con una de las joyas del legendario tesoro. La expectación que se creó alrededor del desafío fue pareja al terror que se creó entre los lugareños. Pero ese miedo excitó aun más la pasión de la muchacha por aquellos dos héroes que se iban a enfrentar a la muerte por cortejarla.

Ambos jóvenes abandonaron el pueblo, subieron a una embarcación y se dirigieron a la cueva. Amarraron la embarcación a unos riscos, aprovechando que la marea estaba baja, saltaron a la arena, encendieron unas antorchas y entraron en la cueva. Un sudor frió recorrió a ambos y las piernas les temblaron. Se hallaban ante una leyenda que había atemorizado a propios y extraños. Desde hacia muchos siglos nadie se había aventurado a entrar en los dominios de los piratas, y el que lo había hecho jamás había salido con vida. Se miraron, y esa mirada constituyó un desafío para ambos. No podían dar marcha atrás. Finalmente se adentraron en una oscuridad fantasmagórica.

El silencio era sepulcral. De vez en cuando, el aire que se colaba en la cueva producía en la llama de las antorchas una danza diabólica. No habían dado un centenar de pasos cuando sus pies se toparon con algo. Uno de ellos alumbró la zona y descubrieron la clavera de algún osado que, como ellos, había perdido la vida por alcanzar los tesoros. A pesar del miedo siguieron adelante. Dieron algunos pasos mas y llegaron a una gran roca tras la que pensaron podía encontrarse lo que iban buscando. Mas decididos por no haber topado hasta el momento con nada ni con nadie, dejaron sus armas en el suelo y aunaron esfuerzos por hacer correr la piedra que taponaba la entrada de la estancia contigua. Cuando lo consiguieron, pudieron ver unas escaleras excavadas en la roca que bajaba al corazón de la sima. Con mucha precaución las bajaron y, de repente un resplandor les cegó los ojos. ¡Habían encontrado el mítico tesoro!

Emocionados por el hallazgo bajaron rápidamente las escaleras y se sumergieron en él. Decidieron tomar el colgante más maravilloso que nunca habían visto ojos humanos. Pero, nada mas rozarlo, se percataron de que estaban rodeados por más de una veintena de sarracenos en actitud belicosa. Cuando se repusieron de su sorpresa pudieron darse cuenta de que, además, se podía ver a través de sus ropajes, por lo que comprobaron de inmediato y con sus propios ojos que la leyenda de los fantasmas sarracenos que custodiaban su propio tesoro era cierta. Los dos arrojaron sus armas al suelo en señal de rendición, pero esto no calmó la actitud guerrera de los soldados. Lo que todavía no se explicaban era porque no les habían matado ya, pero la respuesta llegó con la misma velocidad que se planteaban la pregunta. Los soldados estaban esperando la orden de Soleiman.

Soleimán apareció de repente ataviado con ricas vestiduras, se acercó a ellos y les preguntó por el motivo de tan inesperada visita a sus dominios y ambos muchachos le explicaron que era para seducir a una muchacha del pueblo. Este gesto de valentía proporcionó al jefe pirata un placer inesperado, ya que no se trataba de buscar fortuna sino amor. De pronto, Soleiman hizo un gesto a sus hombres y estos bajaron sus alfanjes. Parecía que todo el peligro había pasado. Una voz profunda traspasó los oídos de los dos muchachos cuando el Bárbaro decidió que el desafío era de su agrado y que no podía decepcionar a sus hombres, por lo que les entregó un alfanje a cada uno para que se batieran a muerte. El que sobreviviera podría llevarse un objeto de valor y salir con vida de la cueva.

Los hombres de Soleiman lanzaron un aullido de placer. Desde hacia muchos años no habían sido visitados por nadie y esta era la primera vez que alguien iba a salir con vida. Seria una advertencia para curiosos y cazadores de tesoros. El duelo se desarrolló y el joven más fuerte resultó vencedor. Pero Soleiman no contento con el espectáculo ofrecido, obligó a este a decapitar a su rival que, en esta aventura, se había convertido en amigo. Con lágrimas en los ojos lo hizo, tomó el collar de rubíes y salió de la cueva como alma que parte el diablo, sin recibir daño alguno por los fantasmas sarracenos.

Todos los habitantes del pueblo aguardaban con impaciencia la llegada de los jóvenes pero lo único que pudieron recibir fue al más fuerte de los dos y que portaba un maravilloso collar de rubíes. Este muchacho que había salido por la mañana con vigor, regresó al atardecer con 60 años de más. El pelo se le había vuelto blanco, las arrugas invadieron su rostro y llevaba la muerte en la mirada. Fue el más fiel testigo de que la leyenda era cierta y su experiencia significó un aviso para todos los habitantes del pueblo y alrededores. Tres días más tarde, el muchacho encontró la muerte sin haber podido recuperar el conocimiento.

Foto: Ilustración de la época romántica sobre la aparición de fantasmas sarracenos.

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