Sultán Sidi-Mohamed (1757-1790) |
Sobre mediados de la centuria décima octava, asentábase bajo
el augusto quitasol de los Jerifes, el Sultán Sidi-Mohamed III, hijo de Muley
Abdallah, aquel sabio Príncipe, que reinó como soberano en Fez y Marraquesh, en
el Sus, el Tafilete y el Tuat y que embaucado por la desaprensión y travesura
del mentado enredador político, duque de Riperdá, prestóle el calor de su
egregia protección, alzándole hasta el envidiado puesto de Primer Consejero del
Imperio.
Apenas Sidi-Mohamed alcanzó el Trono, por muerte de su padre
Abdallah, dio evidentes pruebas de como pueden caminar en amigable unión la
prudencia del varón justo, la sabiduría del docto imán y la energía del guerrero
conductor de pueblos; pues en poco tiempo y sin grandes quebrantos consiguió
castigar y disolver la guardia negra de los cien mil, creada por su abuelo
Muley Ismail, y que por obra y gracia de su intromisión en la política, llegó a
ser mucho más peligrosa a los propios monarcas marroquíes que a sus enemigos
interiores y exteriores.
Paso del Sultán |
Hubiera sido un Rey perfecto este gran Soberano, si la
flaqueza de la carne y su desmesurada afición a las bellezas cristianas, no le
acarrearan en las postrimerías de su vida, grandes disgustos por desavenencias
conyugales, que al trascender fuera de los muros del harem, ensombrecieron un
tanto su reputación de hombre piadoso elegido por el Altísimo para mantener siempre
viva la fe del Islam.
Quiso la suerte, que antes de fundar la ciudad de Suera, que
nosotros llamamos Mogador y en ocasión de restaurar las murallas de Fez, harto
maltratadas por la pesadumbre de los tiempos y la incuria de los hombres, llegase
a sus regios oídos la destreza y habilidad en el arte de construir, de un
cierto ingeniero, inglés de nación, apellidado Brown y esposo feliz de una
linda irlandesita de nacarada tez y áurea cabellera.
Muy sabroso bocado debió parecer a Sidi-Mohamed la gentil ingeniera
porque, si bien la historia permanece muda en cuanto a la suerte que caber
pudiera al cuitado míster Brown, fenecido acaso por traicionero golpe de un
pedrusco mal asentado en su alveolo, su desconsolada viuda encontró presto y
eficaz alivio a su pena en los robustos brazos del Monarca Islamita, del que
concibió un hijo varón llamado Muley
Yezíd, poco tiempo después de haber sido elevada a la dignidad de Sultana favorita. Este Muley Yezid heredó de su madre el color del pelo,
recibiendo el sobrenombre del «Zaar» (el Rojo) y según fue creciendo, demostró
un carácter caprichoso y voluble, que más tarde había de ser causa de
constantes revueltas en el gobierno del Imperio. Los consejos maternales le hicieron
tomar verdadera pasión por todo lo inglés, cuando precisamente el orgullo
británico era insoportable para el buen Sultán Sidi-Mohamed, quien desde el
principio de su reinado distinguió a los españoles muy por encima de los otros
cristianos establecidos en sus dominios.
Sultán Muley Al-Yezid el Zaar (1790-1792) |
El mal aconsejado Príncipe esquivó las paternas iras huyendo
hacia Tetuán, donde residía el representante del Gobierno Británico y durante
la marcha detúvose a descansar en un pequeño aduar yebli, cuyos habitantes
temerosos de incurrir en el Real desagrado, le suplicaron reverentes se alejase
de allí con toda presteza.
El «Zaar» saltó sobre su corcel, pero por más que le clavó
las espuelas en los ijares, no consiguió hacerle dar un paso; entonces el
ladino Príncipe, exclamó, dirigiéndose a los aldeanos: ¿Teméis las amenazas de
un hombre y no escucháis las advertencias de Dios? ¿Sois más torpes que este
animal, que comprende que mí misión está aquí? A la vista de aquel prodigio,
los sencillos cabileños creyeron en la intervención divina a favor de Muley
Yezid, que pronto hizo en el dicho aduar su cuartel general de la rebeldía, al
que se unieron poco después bastantes caídes y soldados de la disuelta guardia negra.
Lleno de santa indignación quiso Sidi-Mohamed marchar en
persona contra los revoltosos, pero una grave dolencia le postró en el lecho y
al cabo de una semana expiró, entre las lamentaciones de los buenos muslimes que
tan felices habían sido bajo su paternal gobierno.
El nuevo Sultán no disimuló su inquina contra los españoles
y por primera providencia mandó decapitar al primer Ministro de su padre,
después de haberle hecho despellejar vivo y sus manos, cortadas a cercén,
fueron clavadas en las puertas del Consulado Español de Tetuán; nuestro
representante atendió presuroso tan contundente aviso y más que a paso se alejó
de tan peligrosa vecindad, poniendo agua de por medio.
Habiéndonos pillado, como siempre, totalmente desprevenidos
el brusco cambio de política, fue sobre manera fácil y hacedero a Muley Yezid,
ayudado por sus rubios amigos, los ingleses, arrancarnos la concesión, que
sobre el puerto de Tánger nos hiciera su padre Sidi-Mohamed, dejándonos por
puertas y sin otro derecho que el del pataleo diplomático, reducido durante
varios años a notas y contra-notas; es decir, música celestial.
Los hijos de Sidi-Mohamed se enzarzaron en una guerra civil que terminó con el reinado del Al-Yezid |
España apoyó el levantamiento contra Yezid y Carlos IV mandó
las fragatas “Santa Catalina” y “Santa Florentina” con dinero y pertrechos de
guerra para los sublevados.
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