lunes, 6 de febrero de 2017

Cambray. 2 de octubre de 1595

don Pedro Enríquesz de Acevedo,
conde de Fuentes
Estando en guerra con Francia, convenía a las armas españolas la toma de Cambray, plaza fuerte y populosa de los Países Bajos, gobernada, en nombre del Rey Enrique IV de Francia, por el Mariscal Juan de Montluc de Balagny, con el título de príncipe de Cambray, al mando de unos 3 000 soldados entre franceses, suizos y valones; unos 7 000 milicianos de la población, casi todos calvinistas.

El conde de Fuentes, don Pedro Enríquez de Acevedo, se propuso tomar la plaza, contando con espías dentro de la ciudad, cuyos habitantes estaban cansados del carácter despótico de Montluc, y reuniendo un fuerte ejército de 25 000 hombres, entre españoles, alemanes y walones, se presentó ante sus muros el 14 de agosto, empezando el 16 los primeros trabajos de circunvalación y contravalación. Levantó cuatro fuertes: el de San Olano, al Norte; el de Nierny, al Sur; el de Evandure, al Este, y el de Premy, al Oeste. El conde se situó en el de Evandure, y de él partieron los primeros ramales de trinchera hacia la plaza.

Por el lado del Mediodía era por donde la ciudad tenía sus puntos más débiles, y por lo tanto los franceses lo habían fortificado con más ahínco, estando juntos el muro de circunvalación con la ciudadela por medio de un baluarte con un gran orejón que protegía la muralla, entre el baluarte de Roberto y la puerta de Malle.

Jean Montluc de Baligny,
príncipe de Cambray
El maestre de campo don Agustín Mejía se encargó con su Tercio de construir el ramal de trinchera contra el primero, y el mariscal Varlotta, con los valones, hizo lo propio contra la puerta de malle, pudiéndose llegar, aunque con gran dificultad y en medio de fuertes combates, hasta el foso, que era seco pero muy hondo. Mientras tanto, los defensores realizaban salidas que estorbaban los trabajos de los Tercios y que conseguían que algunos pequeños refuerzos entraran en la ciudad, entre ellos el de 300 Dragones al mando de Mr. Vich.

El 24 de septiembre, la artillería española, que había sido emplazada por el hábil artillero Cristóbal Lechuga, rompió el fuego, con tres baterías de 14, 9 y 10 cañones dirigido al frente atacado, además de otros 30 situados en otras partes. El ataque fue contestando por los sitiados con tal energía, que al llegar la noche habían desmontado 9 piezas, muerto más de 100 artilleros y volado la segunda batería, que quedó inutilizada por completo.

Se realizó de nuevo la construcción de mejores emplazamientos para destruir el orejón defensivo, pues sólo así quedarían al descubierto las casamatas de las piezas de la plaza. El 2 de octubre se rompió de nuevo el fuego sobre la muralla y tras ocho horas de continuo castigo de las defensas se abrió una brecha de 30 varas, se destruyó una batería de 15 piezas y quedó al descubierto la puerta de Nuestra Señora, preparándose todo para el asalto.

Cuando se preparaban los españoles para el asalto  y los defensores para resistirlo  se produjo la sublevación de los ciudadanos católicos de Cambray, que secundados por suizos y valones, arrojaron las banderas blancas, enarbolando las rojas de España, para pedir a los sitiadores un trato. Abiertas las puertas se apresuró a entrar en la plaza don Agustín Mejía con 1 000 hombres de su Tercio, obligando a evacuar la población a franceses y calvinistas, que se refugiaron en la ciudadela. La esposa de Montluc, Renata de Clermont,  se distinguió por su valentía quien con una pica en la mano, y seguida de sus criados con sacos de monedas, se metió entre los amotinados para comprarlos; pero sus esfuerzos por conservar el Principado de Cambray fueron inútiles, se auto envenenó ese mismo día por miedo a ser capturada por los españoles.

Tercios españoles preparados para entrar en combate

Intimada la rendición a los guarecidos en la ciudadela, contestó Montluc que si no le recibía refuerzos en seis días por parte de su rey, rendiría la fortaleza; contestándole el conde de Fuentes: «Si me aseguráis que Enrique va a acudir en vuestro auxilio, no digo seis días, muchos más os concederé gustoso para darle lugar a que venga y le veamos».

Como era de suponer Enrique IV no fue a socorrer la plaza, y el día 8 de octubre, Montluc de Balagny, esclavo de sus propias palabras, rindió la ciudadela, saliendo con todos los honores de guerra y siendo agasajados por el conde de Fuentes, que sentó a su mesa a los Jefes principales, y les dio caballos para que se unieran al ejército francés.

Las bajas enemigas fueron menores que las españolas, quienes hallaron, al entrar en la ciudad, gran material de guerra, provisiones, víveres y efectos de todas clases. En este sitio fue herido el insigne artillero Cristóbal Lechuga.

El rey don Felipe felicitó al conde de Fuentes otorgándole el título de Capitán General de España y lugarteniente real para los asuntos de guerra. Tras la muerte de Felipe II, Felipe III le hizo grande España y el duque de Lerma, valido del rey, consiguió alejarlo de la Corte, encomendándole el gobierno de Milán.


Don Pedro Enríquez de Acevedo murió el 25 de julio de 1610 a los ochenta y cinco años reconocido por todos como uno de los mejores políticos y militares de su tiempo.

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