
Las partes en conflicto se afanaron por alcanzar dos objetivos principales para sus intereses geopolíticos: el primero, lograr la limpieza étnica en su zona de influencia; y el segundo, ocupar todos los territorios clave para asegurar su continuidad geográfica. Los tres años siguientes fueron testigos de un ingente baño de sangre que iría mermando la población de forma dramática. La tragedia, aunque atrajo la atención de la opinión pública mundial cuando las masacres alcanzaron a la población civil y las víctimas fueron mujeres y niños, no sirvió para estimular el establecimiento de un plan de paz aceptable.
Los objetivos estratégicos por los que combatieron las fuerzas serbias y a los que, por tanto, se opondrían las otras facciones fueron tres. El primero, asegurar la unión física de los dos sectores de
Durante los años 1992 y 1993 se consumó la destrucción, mutua y sistemática, de todo vestigio cultural entre las comunidades cristiana (ortodoxos serbios y católicos croatas) y la musulmana; en Bosnia, casi quinientas iglesias católicas y cerca de mil mezquitas fueron devastadas indiscriminadamente sin tener en cuenta ni su valor artístico, histórico ni espiritual. Ninguna de las comunidades enfrentadas pudo ser exculpada de estas atrocidades, y si los serbios asolaron con saña salvaje la hermosa mezquita de Banja Luka, los croatas demostraron igual falta de sensibilidad destruyendo el emblemático puente que dio nombre a Mostar (Stari Most, Puente Viejo), orgullo arquitectónico de una época y un pueblo que contaba con cinco siglos de historia. No era posible encontrar ninguna razón de orden estratégico para ello, sino únicamente para subrayar ante el mundo su deseo y decisión de separar para siempre las comunidades croata-católica y bosnia-musulmana en la capital herzegovina.
Presionada por los acontecimientos y la opinión pública,
Foto: Mostar. Stari Most en la actualidad. Reconstruido.
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