Atila parecía invencible, tras otra guerra con los romanos de Oriente, en el 448, puso a Constantinopla a sus pies. Tenía el control total de los Balcanes, un gran tramo del territorio al este y una gran franja del territorio al sur del Danubio.
Atila había convertido en un arte la práctica de extorsionar al Imperio Romano. Sólo tenía que gruñir o sacudir el sable y los emperadores romanos enviarían mensajeros diplomáticos corriendo a través del Danubio cargados con regalos y peticiones de perdón.
A pesar de esto, las acciones de Atila, durante este período, sugerían a los romanos que estaba perdiendo la calma. Sus demandas se hacían cada vez más severas y extravagantes. Es posible que quizá sólo pretendiese ver hasta dónde podía tenesar la cuerda con los romanos.
En julio del año 450 d. C., una joven llamada Honoria entró la vida de Atila. Era la hermana de Valentiniano III, emperador del Imperio Romano de Occidente, quien se había convertido en un problema para la familia imperial por escarceos, fue casada a la fuerza con un burócrata sin ambiciones.
Honoria envió un mensaje a Atila pidiendo su ayuda, le envió su anillo y una carta donde le ofrecía convertirse en su esposa si la liberaba de su situación. Así, como prometido de la hermana del emperador, exigiría la mitad del Imperio Romano de Occidente como dote. Esta propuesta podía traer consigo unas catastróficas consecuencias para Roma.
Atila no se lo pensó mucho y respondió enviando un mensaje a Valentiniano pidiendo que Honoria fuese liberada y se le entregada para casarse con ella. El emperador mandó una embajada a Hungría a parlamentar con Atila, con el siguiente mensaje:
“Honoria no sería liberada, pues ya estaba casada”, acompañado de regalos para hacer que aceptase la propuesta. Atila aceptó los regalos pero no así la respuesta del emperador.
Al mismo tiempo Atila exigió al emperador Teodosio, el regreso de los fugitivos que habían pasado el Danubio, bajo amenaza de guerra. El emperador tuvo que negociar y enviar embajadores con más presentes al rey huno. Atila se había vuelto más obstinado y arrogante y consciente de su poder jugaba sus bazas.
En el año 450, Atila anuncia que va iniciar una guerra contra los visigodos en la Galia. Esto era una clara amenaza para el Imperio de Occidente, ya que la Galia era parte del Imperio y si los hunos derrotaban a los visigodos las consecuencias podían ser terribles para los romanos.
Aecio, antiguo amigo y aliado de Atila, no tenía suficientes tropas para hacer frente a los hunos y su única esperanza era convencer a los visigodos de dejar a un lado sus diferencias y unirse contra su enemigo común, los hunos.
Atila puso en marcha un gran ejército hacia la Galia central. Según los cálculos, la fuerza del ejército huno era de medio millón de hombres. Cruzó el Rin en el año 451. El pánico se extendió como la pólvora a medida que los hunos entraban en Galia. Ciudades y pueblos ardieron, y las carrozas de madera de los hunos rebozaban con los botines del saqueo. Los hunos en su avance en la Galia, se iban encontrando las ciudades vacías al tiempo que sus ciudadanos huían aterrorizados. En mayo, el ejército de Atila había llegado a la ciudad de Orleans, ésta mantuvo una férrea resistencia al empuje huno, aunque finalmente sus defensas terminaron cediendo.
Sin embargo, mientras los hunos entraban a la ciudad, el ejército romano-viosigodo la tomaba por asalto, al frente del cual se encontraban Aecio y el rey visigodo Teodorico.
Sorprendido Atila, guió a su ejército a una retirada a 100 millas del lugar hasta los campos catalaúnicos, donde trató de reorganizar sus fuerzas. El coordinar esta mezcla de tribus resultaba altamente difícil, incluso para un gran estratega como Atila. Antes de lo que éste se esperaba el ejército romano-visigodo avanzó sobre él.
La caballería huna fue atrapada en medio de un frente de cuatro millas e inutilizada para lanzarse sobre el enemigo. Encerrados por su propia infantería por un lado, y por el ejército enemigo por el otro, los hunos morían por miles, al igual que los romano‑visigodos. La batalla comenzó al atardecer y duró hasta bien entrada la noche. Finalmente, ambos bandos se retiraron, Atila hacia el sur, los romanos hacia el norte. El rey huno había sufrido su primera derrota importante.
Sin embargo, el ímpetu de Atila no fue afectado por esta derrota y a su regreso a Hungría volvió a exigir que Valentiniano liberase a Honoria y le cediera la mitad de Italia como dote. Ante la negativa de Valentiniano, Atila se tomó su venganza invadiendo Italia en la primavera del año 452. Ante la posible represalia que les esperaba a los romanos, Aecio sugirió al emperador trasladar la capital a la Galia, ante la imposibilidad de detener a Atila. El emperador se negó y prefirió resignarse.
Atila conquista el Norte de Italia arrasando Aquilea, Milán, Padua y otras ciudades, avanzando hacia Roma. Temiendo que la capital fuera tomada en breve, Valentiniano III y Aecio deseaban pactar la paz y, para ello, decidieron no correr riesgo alguno y mandaron al Papa León I el Grande a hablar con Atila. El destino del Imperio Romano y del mundo cristiano estaba en juego.
Atila recibió al papa en su campamento a orillas del río Mincio. Según se dice, el encuentro fue amigable y cordial, en el que Atila aceptó las condiciones y retrocedió, principalmente porque los hunos ya habían conseguido tantas riquezas en sus batallas que ni siquiera podían mover sus carretas ni proporcionar sitio para futuras ganancias, aunque los romanos creían que Atila accedía a retirarse porque temía la cólera del Dios cristiano. Cualquier violación del tratado por parte de los romanos le daría un pretexto para invasiones futuras. Finalmente estuvo de acuerdo en retirarse de Italia.
Foto: Atila en la Batalla de los Campos Catalaúnicos.
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